Antoine Doinel es un personaje de ficción, pero al mismo tiempo es una persona muy real. Este verano lo pasa en el Raval. Ficticio o real, lo que es incuestionable es que es una de las figuras más emblemáticas del cine francés, quizá del cine mundial (por la novedad que supuso su aparición en pantalla). Uno de los retratos más sinceros del paso del tiempo y de la vida cotidiana en la Europa occidental de la segunda mitad del siglo XX que se han visto jamás en la pantalla. Durante veinte años, y a lo largo de cinco películas dirigidas por François Truffaut, vimos crecer a este joven rebelde, enamoradizo, torpe y encantador interpretado siempre por Jean-Pierre Léaud. Antoine Doinel eres tú si tienes 70 años y desde niño te has preguntado por el sentido de la vida. Una vida de película que este verano podemos disfrutar en el ciclo que la Filmoteca de Catalunya está dedicando a François Truffaut.

Truffaut hace de su vida una película

François Truffaut era la viva imagen del intelectual francés. Como Camus o como Gainsbourg, un cultureta elegante no especialmente guapo, pero con un misterioso intangible que los hacía extremadamente atractivos. Muy probablemente era su mirada, escondida tras el humo de un Gauloise, a medio camino entre la tristeza y el misterio, y la incógnita de quienes se preguntan constantemente por qué estamos aquí. Camus buscaba respuestas a través de la filosofía, Gainsbourg de la música, Truffaut del cine. Fue el niño que faltaba a clase para esconderse en una sala oscura dejando volar la imaginación a través del celuloide, escapando de un entorno familiar que lo oprimía. Igualmente lector empedernido, su dieta particular consistía en ver tres películas al día y leer tres libros a la semana. Cuando no estaba en un cine o encerrado en su habitación con los ojos clavados en una novela, vagabundeaba por las calles. Lo expulsaron de infinidad de escuelas. Acabó en un correccional. Fue el adolescente que, con 15 años, montó un cineclub. El joven autodidacta que, sin más vocación que la de amante apasionado del séptimo arte, se alistó en el ejército francés. Lo hizo para huir de su vida. Una vez allí, lo único que quería era huir del cuartel. Lo encerraron en una prisión militar. El cine, siempre el cine, lo salvó. Empezó a escribir en la mítica revista Cahiers du cinéma. Y cuando se cansó de la teoría, se colocó detrás de la cámara. Su primera película como director fue Los 400 golpes (1959). Truffaut debutó como director con una de las mejores películas de la historia del cine, piedra angular de aquel movimiento que se pasó a denominar Nouvelle Vague. Un relato autobiográfico sobre su infancia. Su alter ego en la pantalla se llamaba Antoine Doinel, un niño de 14 años que desafía toda autoridad refugiándose en la cultura. Estas cosas solo pueden pasar en Francia.

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François Truffaut buscando el encuadre perfecto

Dos décadas de trayectoria vital narradas a través de fotogramas, un cine sencillo pero lleno de gestos extraordinarios y emociones que traspasan la pantalla

Los 400 golpes fue la primera entrega de una filmografía que, con los años, iría recuperando al personaje de Doinel. Siempre interpretado por el mismo actor, Jean-Pierre Léaud, Doinel volvería a ser el protagonista en Antoine et Colette (1962), donde se enamora por primera vez y, consecuentemente, vive su primer desengaño amoroso. Vida paralela con muchos detalles extraídos de sus propias vivencias, que Truffaut continuó llevando a la pantalla con Besos robados (1968), Domicilio conyugal (1970) y El amor en fuga (1979). Truffaut sigue su vida sentimental, laboral y familiar: dos décadas de trayectoria vital narradas a través de fotogramas, un cine sencillo pero lleno de gestos extraordinarios y emociones que traspasan la pantalla, en el que descubrimos a un Antoine Doinel que se enamora, que se casa, que tiene un hijo, que es infiel, que se divorcia, que escribe una novela. Veinte años de vida de un personaje que va creciendo, pero que sigue sintiendo ese vacío existencial que ya lo oprimía cuando era un niño. Antoine Doinel es Truffaut, pero también es Francia, y muy especialmente París, del primer cuarto de la segunda mitad del siglo XX. Una saga que nos descubre el cine como escaparate de humanismo y que se convertiría en referencia esencial para infinidad de cineastas posteriores: sería imposible entender Boyhood de Richard Linklater (la adoración que el director estadounidense siente por el cine francés lo ha llevado a filmar Nouvelle Vague, película sobre Jean-Luc Godard que presentó en la última edición del festival de Cannes) sin la vida de película de Antoine Doinel.

Antoine Doniel está pasando el verano al Raval. En el ciclo que la Filmoteca está dedicando a François Truffaut. Id, refugiaos entre fotogramas de la vida que no os gusta, como hacía el pequeño Doinel en Los 400 golpes.