Fernando Trueba
Madrid, 18.01.1955
Apóstol wilderiano
Clarinetista frustrado

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Foto: Sergi Alcàzar

—Guardé todas las críticas de mi primera película en un álbum. Con la segunda, ya no cabían. Con la tercera ya no había álbum. Si alguien las quiere leer, ya las encontrará en la hemeroteca.

—No he sido nunca muy auto-reflexivo. Tampoco soy de ir al psicoanalista ni al psicólogo. Entiendo que puede ser necesario para algunas personas, pero a mí no me gusta explicarle a nadie mis problemas. Mi objetivo es ser moderadamente feliz.

—En casa no íbamos mucho al cine. Éramos muchos y no nos lo podíamos permitir. Nuestro padre nos llevaba una vez al año. Siempre era una película en formato cinerama, porque era un hecho excepcional, como La conquista del Oeste, El mundo está loco, loco, loco.

—No entiendo la palabra feliz. No sé qué quiere decir. Sí que sé que he vivido muy bien. Soy un privilegiado.

—Con 14 o 15 años me compré un libro que se llamaba Lecciones de cine. Estaba escrito por dos o tres curas y te explicaba nociones básicas de cine. Tiempo después supe que existía una escuela de cine en Madrid. Fui para preguntar qué se tenía que hacer para poder estudiar allí. Me dieron un libreto donde se explicaban las condiciones para acceder. Para mí, aquello era más valioso que un Playboy.

Cada mañana, cuando me levanto, lo primero que pienso es: "eres un imbécil". A partir de ese momento me relajo y todo es mucho más fácil.

—Me da igual todo. Me da igual cómo voy vestido. Me da igual cómo voy peinado. Me da igual cómo tengo el ojo.

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Foto: Sergi Alcàzar

No miro mis películas, las hago. Si tengo que ver alguna, aprovecharé el tiempo para que sea una de Renoir, Buster Keaton o Wes Anderson.

—Me entristece pensar que moriré sin haber leído todo lo que me gustaría leer. Necesitaría otra vida sólo para leer. Eso y para aprender a tocar un instrumento.

—No me había llamado nunca la atención el clarinete hasta que me regalaron uno. Fue en un programa de Canal Sur donde hacían entrevistas de dos horas. Una locura. Imagino que me lo regalaron por la relación de Woody Allen con el clarinete. Estuvo encerrado unos meses en un armario, hasta que lo recuperé y me apunté a clases con una profesora. Cuando haces sonar uno, por el tacto con la madera, la sensación es muy fuerte. Es un instrumento muy orgánico.

—Nunca dije que Billy Wilder fuera Dios. Lo que dije es que yo no creía en Dios sino en Billy Wilder. Sigo creyendo en él.

—A Woody Allen no lo admiro como clarinetista. Sí como cineasta. Fue una figura fundamental en mis inicios. Nadie tiene un récord de tantas películas geniales seguidas como el que estableció él desde de Annie Hall hasta Celebrity. Después ha sido irregular, pero incluso en su peor película hay momentos brillantes.

—No me obsesiona hacer películas malas. Buñuel, que en sus años en México tuvo que rodar muchas películas por necesidad económica, dijo que lo único que lo obsesionaba era hacer cosas que lo avergonzaran. Esta ha sido siempre una de mis motivaciones vitales: no hacer nada que pueda avergonzar a mi hijo.

—Cuando era pequeño, si una película era muy larga, en lugar de pasar dos, como era habitual, completaban el programa con una corta muda. Recuerdo especialmente una, Juanito pastelero.

Morirse es una vulgaridad. Me da más miedo ser inmortal.

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Foto: Sergi Alcàzar