Nombre primordial para descifrar la poesía catalana de la segunda mitad del siglo XX, Enric Casasses me espera un martes por la tarde a la salida del metro de Entença. Su imagen es la misma que le recuerdo de siempre: mirada nostálgica, delgado, pelo largo de un banco ya nuclear. Un viejo rockero que viste íntegramente de tejano y calza botas camperas. Una sincronía que sólo altera un fardo de ir a comprar. Su  literatura ya es eso, un perfecto equilibrio entre las formas más tradicionales y la vanguardia más libre. Hemos quedado para hablar Soliloquis de nyigui-nyogui  (Ediciones 62, 2021), obra antológica que recoge los poemas narrativos escritos entre 1977 y la actualidad. "Podemos ir a tomar un café", me sugiere el Premio de Honor de las Letras Catalanas 2020. "Tenemos dos opciones. Una es la 'Por ejemplo', un bar regentado por un chino muy simpático". Y entonces me explica por qué le dicen 'Por ejemplo'. Una historia etílica que involucra una botella de Torres 10. La otra es el Antibiòtic. Que este, sí, se llama oficialmente Antibiòtic. Le digo que no los conozco, que no tengo ninguna preferencia, que me da igual, que escoja él que es el entrevistado. "Hoy me quedo con el Antibiótic, por este nombre paliativo", suelta con una risa burlona. "En la terraza escuchas charlas muy interesantes". ¿Por ejemplo? "El otro día había un grupo de raperos. Aluciné con el catalán perfecto que hablaban. Después, cuando volví a casa, busqué trap en catalán en Google y me van salido 50.000 grupos".

Enric Casasses, en su casa. / Foto: Sergi Alcàzar

¿Te interesan las nuevas subculturas juveniles?
Me interesan, sí. No estoy preocupado, ni lo conozco mucho, pero me gusta saber lo que pasa y lo que hay.

¿Qué te parece el uso que hacen del idioma?
Está muy bien, que vayan directamente espontáneamente. La esencia de literatura, y aquí incluyo las letras de las canciones, es que la gente pueda decir lo que le dé la gana. Aquí está la gracia.

¿Estando en el Antibiótic, qué papel han jugado las drogas a tu vida y a tu obra literaria?
La hierba siempre me ha acompañado, I en un momento de mi vida, cuando era joven y bastante fuerte, el LSD. Pero nunca me he enganchado a nada, sino que de vez en cuando me metía unos viajes de casa Dios. Después, con los años, he ido pasado por todo tipo de caminos y a rayas.

¿Pero creativamente te han ayudado?
Las drogas no dejan de ser lentes que aumentan o deforman la realidad. Pero eso no lo provoca la droga, sino que está en nuestro interior. La droga lo amplifica. Gabriel Ferrater decía que se emborrachaba para poder hablar con la gente. Aquellas conversaciones las escribía, pero sereno.

¿Tú has escrito borracho o drogado?
Yo he hecho de todo. Durante una época también escribí borracho, pero al día siguiente no me entendía la letra. Y drogado también, pero en este caso, más que estar colocado lo que acaba influyendo era el mundo en que entraba. La droga, la comida, la materia... no dejan de ser metáforas de lo mismo: la relación entre lo que te comes y el mundo. Aunque el mundo se te acaba comiendo a ti.

He aprendido cosas, pero no sé si gracias a la literatura entiendo mejor el mundo. El mundo es todo un misterio

También podríamos entender la literatura como otra droga.
La vida, el mundo, que es puñetero, no te deja de sorprender. He aprendido cosas, pero no sé si gracias a la literatura entiendo mejor el mundo. El mundo es todo un misterio. Ya es lo bastante complicado entenderse uno mismo para intentar entender el mundo.

¿Cuándo sentiste la necesidad de escribir?
De niño, el ejercicio, esta cosa física de coger la pluma y escribir, me gustaba. Paralelamente, en casa había ambiente.

¿De letras?
Sí. El padre (Enric Casassas i Simó) era químico, pero porque vino la guerra y tenía que buscar una profesión que trajera dinero. Pero a él lo que le gustaba era la poesía, la literatura catalana. Nuestra casa estaba llena de libros de Pere Quart, Carles Riba...

¿Qué relación tenías con estos libros?
Yo me aficioné a leer de muy pequeño. Leer y escribir siempre han sido mis auténticos vicios.

¿Una cosa lleva a la otra?
Para mí sí. Recuerdo leer una novela de G. K. Chesterton: La esfera y la cruz. Tenía 13 o 14 años. La novela empieza en el campanario de la catedral de Saint Paul, en Londres, donde vive una ermitaño loco. Llega una especie de nave especial, pero resulta que es el diablo. Recuerdo que leyéndola me la imaginaba como una película. Si hubiera tenido la capacidad de mover gente y mandar, muy probablemente, en lugar de escribir habría dirigido películas de cine.

Leer y escribir siempre han sido mis auténticos vicios

Foto: Sergi Alcàzar

¿Te habría gustado?
Sí. Es que no sólo imaginaba escenas, sino que también planos, encuadres, planteamientos del argumento...

Para tu generación el cine fue una influencia muy potente.
Más que ahora. No había tanta tele no pantallas de todo tipo... Si querías dejar volar la imaginación, tenías que leer o ir al cine.

Y el rock'n'roll.
El rock'n'roll fue una influencia muy portente, porque no era una herencia de los padres sino que era la vía de expresión de nuestra generación. Los Kinks, Pau Riba... Era nuestra revolución. Después ha sido engullido por el sistema, pero entonces el rock era revolucionario. Ahora el rock es comercial y el jazz académico.

Y los poetas malditos del rock: Bob Dylan, Lou Reed, Jim Morrison Leonar Cohen...
Bob Dylan me ha influenciado mucho. También Kevin Coyne. Estaba medio volado, pero siempre lo he sentido muy próximo. Y no se lo ha reconocido nunca, pero para mí Marc Bolan de T.Rex era un gran letrista. Era muy juguetón, pero de una manera que a mí ya me gustaría. Era como una manera de Arthur Blake, pero después de haberse zampado dos pastillas.

El rock'n'roll fue una influencia muy portente, porque no era una herencia de los padres sino que fue nuestra revolución

Tu poesía, sin embargo, también tiene toda la otra línea influenciada por los trovadores.
Cuándo apareció el concepto de contracultura a mí no me gustaba. La veía como una etiqueta periodística. Nosotros no éramos ni contracultura ni procultura, íbamos por libre. Al principio escribía por|para el placer de escribir, no me planteaba nada. Después me hizo pereza tener que moverme para buscar a alguien que me publicara. De hecho, excepto alguna cosa underground, no empecé a publicar hasta los años noventa, cuándo yo ya tenía 40. A mí me tentaba más dar recitales en baretos con cuatro gatos.

Nuevamente la influencia del rock.
Muy probablemente. Yo no quería recitar como un profesor al aula sino como el Eric Burdon en el escenario: con el corazón. Pero, sí, todo cambió con el descubrimiento de los trovadores medievales.

¿Por qué?
Los descubrí el año 1976 o 77, el mismo año de la explosión del punk. Me di cuenta de que la estructura de los poemas de los trovadores y la de las canciones punk era la misma. Me volqué.

El año 1977 no habría nada más punk que leer a los trovadores.
Y cuando leías a los trovadores te dabas cuenta de que todo lo que te habían dicho en clase no es que fuera mentira, pero sí que estaba muy limitado. Nos decían que la poesía de los trovadores se basaba en la idealización de la mujer y cuando los lees a fondo te dabas cuenta de que había de todo.

Me di cuenta de que la estructura de los poemas de los trovadores y la de las canciones punk era la misma. Me volqué

Foto: Sergi Alcàzar

¿Renunciaste a ir a la Universidad por eso, para no someterte a un plan de estudios que te limitaba?
No fui por varias razones. Por eso, porque prefería ir a la biblioteca e indagar yo en las fuentes originales y obtener mis conclusiones. Y también porque me tuve que exiliar.

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Era el año 1973 y me exilié, siendo de los últimos a hacerlo, huyendo de la mili y de un juicio que tenía pendiente por asociación ilícita.

...
Formaba parte de un grupito de anarquistas. Éramos cuatro gatos que no íbamos más allá de enganchar carteles en la Universidad. Creyeron, sin embargo, que estábamos relacionados con los que iban más seriamente y nos fueron cogiendo a todos. Dormí en comisaría varias veces y recibí alguna hostia.

¿Pasaste miedo?
Mucho. Aquella gente daba mucho miedo. Estaban muy chalados.

Volvemos a estar en el punto de salida.
Totalmente, con una diferencia: creemos que cuando muriera Franco vendría una revolución y no pasó nada.

Era el año 1973 y me exilié, siendo de los últimos a hacerlo, huyendo de la mili y de un juicio que tenía pendiente por asociación ilícita

Dicen que lo más parecido a esta revolución fue el año que pasó entre la muerte de Franco y la formación del primer gobierno democrático.
Eso seguro. Fueron unos meses bestiales. Fue uno instente de vacío de poder. Era guay. Pero ganó la cordura con la celebración de las primeras elecciones.

¿Qué falló, qué ha fallado?
Ya no cuento con que los políticos se han vendido. Ha fallado la gente. Ya no nos sublevemos como siglos atrás. Como la Revolución Francesa. Pero entonces había una correlación de fuerzas: unos luchaban con hachas y los otros con espadas. Ahora la desigualdad de fuerzas es abrumadora. El 1 de octubre fue lo más parecido que he vivido a una revolución. Pero sólo fue un casi.

¿En toda revolución es inevitable que haya sangre?
No, pero nos tienen acojonados con la idea de que en toda revolución es inevitable que haya sangre.

¿Cómo viviste el 1 de octubre?
En Barcelona, exultante, a tope. Con mi madre, que tenía 90 años. Fuimos a votar juntos. El guion fue bestial. Nunca habría pensado que viviría una película así. El 1 de octubre hicimos un máster de insurrección espontánea. Todo lo que vivimos y aprendimos ya no nos lo pueden quitar. Todavía creo. La Revolución Rusa del año 1917 no habría sido posible sin el ensayo general que fue el ataque del Palacio de Invierno del año 1905.

Tú has iniciado una acción simbólica contra la represión que es escribir en minúscula.
Sí, pero más que acciones simbólicas tendríamos que hacer otras cosas. Además, a mí, desde hace años, ya me gusta escribir en minúscula.

El 1 de octubre hicimos un máster de insurrección espontánea

Foto: Sergi Alcàzar

Antes y después del exilio has vivido en muchos lugares, pero siempre has acabado volviendo a Barcelona.
Barcelona es mi casa. Con la familia vivimos unos años, cuando yo era adolescente, en Tenerife. Era los años del boom de la literatura sudamericana, y allí se vivió con mucha intensidad este fenómeno. Era el 1968 y era el único en la isla que llevaba el pelo largo. Yo y otro chico. Nos acabamos encontrando (ríe).

Cuando te lo dejaste crecer, el pelo.
El año 1964 o 65, todavía viviendo en Barcelona. Me decían de todo por la calle: nenaza, marica... De todo. Pero en Barcelona éramos unos cuantos. Recuerdo que en el colegio también estaba Pau Riba, aunque era unos años más grande que yo.

Te exiliaste en Montpellier.
Atravesé la frontera el domingo de Todos los Santos de 1973.

¡Hoy es el aniversario de tu exilio!
Exacto. Me ayudaron a pasar la frontera clandestinamente. Recuerdo coger un coche y que me llevaran hasta una ermita. Pasé la frontera a pie y fui a parar a Perpinyà, donde tenía gente que me esperaba, más concretamente a Josep Maria Corredor, secretario personal de Pau Casals. Al día siguiente fuimos a la gendarmería a solicitar el asilo político. La policía me hizo un salvoconducto para ir donde quisiera con la condición que te marchas del departamento de Perpinyà porque allí ya había demasiados exiliados (río). La otra dirección que tenía era de Montpellier, donde vivían unos amigos de mis padres, y hacia allí que me marché. Viví un año en Montpellier.

Atravesé la frontera para exiliarme el domingo de Todos los Santos de 1973

¿Dónde fuiste después?
A Nottingham, en Inglaterra. La idea era ir a Londres, pero acabé en Nottingham porque allí conseguí un trabajo... ¡a través de la red anarquista! Montpellier era casi como una comarca más de Catalunya. Inglaterra era otro mundo.

¿Qué hacías en Nottingham?
Trabajaba en la cocina de una residencia de estudiantes. La directora era una vieja profesora de sociología que había estado en Catalunya durante la Guerra Civil, en Cadaqués, Palafrugell...

¿Era brigadista?
No. Era anarquista e iba por libre. En Cadaqués había conocido Carles Riba y la Clementina Arderiu. Esta mujer escribía poesía. Había escrito dos libros. Sólo había publicado un porque le parecía mal malgastar papel.

También has vivido en Berlín.
Fui finales de los noventa, cuando todavía estaban abiertas las heridas del comunismo y la caída del muro de Berlín. Fui por 15 días y me quedé 3 años. Me ganaba la vida haciendo traducciones. También daba recitales de poesía.

¿En qué idioma los dabas, los recitales?
En catalán con alguna explicación en un alemán pedestre. O si no en inglés. Era muy guay. Recuerdo una vez que aparecí en un concierto de Faust (icónica banda alemana de krautrock). Los conocí a través de Pascal Comelade y una de las veces que vinieron a tocar a Berlín les fui a saludar. Charlando, charlando me pidieron que saliera a recitar uno de mis poemas a medio concierto. Había un catalán en el público. Alucinó (ríe). Los años que viví en Berlín influenciaron mucho mi obra.

Los años que viví en Berlín influenciaron mucho mi obra

¿Has tenido que hacer muchos sacrificios para dedicar tu vida a la cultura?
No lo veo como un sacrificio sino como una inconsciencia. Nunca he deseado cosas que no he podido tener.

¿Qué necesitas para vivir?
Café, papel y lápiz. También te das cuenta, y en eso creo que ha estado interesante el confinamiento, que muchas de las cosas que creía que necesitaba para vivir, en realidad no las necesito. Para vivir sólo necesito comer, beber y escribir.

¿Y relacionarte?
Eso es lo más importante de la vida.

¿Cómo ha marcado el amor tu vida y tu obra?
A veces tengo la neura que hemos utilizado esta palabra con demasiada facilidad. Pero es la fuerza de la creación de la vida.

¿Te has enamorado muchas veces?
Constantemente. Y las personas de las cuales me he enamorado han sido la principal fuente para conocerme a mí mismo. Para mí aquello de "poesía eras tú" es un axioma.

Charlando hemos recorrido tu vida y los Soliloquis de nyigui-nyogui no dejan de ser una especie de diarios.
Sí. Hacía tiempo que le venía dando vueltas a la idea de recoger en un solo volumen mis poemas narrativos. Durante el confinamiento tuve tiempo para revisar mi obra.

La poética de la muerte nunca me ha interesado. Yo no quiero aprender a morir. Quiero aprender a vivir

¿Te ha sorprendido nada de tu obra en esta revisión?
Algunas cosas me han parecido un poco ingenuas. En otros detecto una fuerza que ya me gustaría tener ahora.

Dices que no pasa el tiempo sino que pasamos nosotros,
El tiempo es otro de estos grandes misterios. Pero que pasemos nosotros es obvio.

¿Tienes miedo a morir?
No. No sé cómo vendrá, ni cuando|cuándo ni por qué. Es un tema del cual he hablado alguna vez, pero siempre lo he intentado apartar de mi discurso. La poética de la muerte nunca me ha interesado. Yo no quiero aprender a morir. Quiero aprender a vivir.

¿Y piensas en cómo se percibirá tu obra dentro de 50 años?
No pienso, pero sé que mucho o poco pasará. Joan Salvat-Papasseit empezó haciendo poesía futurista. Ahora lees un poemario como El irradiador del puerto y las gaviotas y ha envejecido muy mal. En cambio, El poema de la rosa en los labios todavía tiene futuro. El hecho moderno pasa rápidamente, pero tampoco puedes olvidar que eres hijo de una época.

Foto: Sergi Alcàzar