Estación de ferrocarril de Quai d'Orsay, París. Sábado, 21 de febrero de 1931. Hace 92 años. Francesc Macià, fundador y líder del partido independentista Estat Català (1922) y diputado de las Cortes españolas en el exilio desde el golpe de estado de Primo de Rivera (1923), subía a un tren en dirección a Barcelona. Hacía poco más de un año (28 de enero de 1930) que el dictador Primo de Rivera, abandonado por todos sus apoyos personales y políticos, había dimitido y se había refugiado en un hotel de la capital francesa. Y hacía poco menos de un año (28 de marzo de 1930) que el rey Alfonso XIII había nombrado al general Dámaso Berenguer como nuevo presidente del Gobierno, no tanto con la misión de transportado el estado español hacia un sistema parlamentario, como para evitar que la oposición clandestina republicana alcanzara el poder y provocara el fin del régimen monárquico español, como acabaría sucediendo.

¿Por qué Macià estaba en el exilio?
Casi ocho años antes de Orsay (15 de septiembre de 1923), el general Primo de Rivera —con el apoyo entusiástico del rey Alfonso XIII y del poder económico madrileño, vasco y catalán— había perpetrado un golpe de estado que pondría fin a medio siglo de régimen constitucional (1873-1923). Aquel nuevo régimen se entregó a una persecución implacable contra lo que, el establishment español, consideraba los "cuatro jinetes del Apocalipsis": el separatismo (catalán y vasco), el sindicalismo (sobre todo el anarquista), el déficit y la guerra. Primo de Rivera no pudo acabar con el separatismo ni con el sindicalismo, multiplicó el déficit e intensificó la guerra en Marruecos. Pero eso sería otra historia. En cambio, ese escenario represivo explica por qué Macià, fundador y diputado del partido independentista Estat Català, tuvo que exiliarse.
¿Cómo se dimensionó la figura de Macià?
Macià ganó las elecciones municipales de 1931 con la promesa de restaurar el autogobierno liquidado en 1714. Pero ese espectacular triunfo electoral no era fruto de la caprichosa alineación de los astros. Macià, cuando se marcha al exilio (1923), es un diputado más o menos conocido, pero su popularidad está lejos de la de Puig i Cadafalch, Cambó i Batlle o Ventosa i Calvell, líderes de la Lliga Regionalista, partido hegemónico en Catalunya desde 1907. Sería a partir del golpe de estado cuando la trayectoria de esos polos dibujaría un camino radicalmente opuesto. La colaboración de la Lliga con el golpe de estado desprestigiaría al regionalismo monárquico. Mientras que la lucha clandestina que —a partir del golpe de estado— practicaría el independentismo republicano, lo dimensionaría espectacularmente entre la sociedad catalana.

¿Qué hizo Macià durante el exilio?
El activo papel de Macià durante el exilio contrasta con la desaparición de Puig i Cadafalch, también desde el exilio. Macià fue un incansable difusor de la internacionalización de la nación catalana y de la causa independentista, e impulsó varias acciones que serían decisivas en el proceso de dimensión del ideario independentista y de su figura política: la gira por los casales catalanes de América en busca de apoyos y de financiación para la causa independentista (emisión del Empréstito Pau Claris, 1925), la creación de un pequeño ejército que debía prender una revolución independentista (Hechos de Prats de Molló, 1926) y la difusión del juicio de París (la prensa europea abrió, diariamente, con el juicio por los Hechos de Prats de Molló, y la causa independentista catalana sería conocida por todo el continente por primera vez en la historia; 1927).
Macià y los republicanos españoles
A mediados de 1930, el régimen dictatorial ya tocaba campanas de réquiem. Y los líderes de los partidos republicanos españoles en la clandestinidad se reunieron en Donostia para coordinar el derribo de la monarquía y la instauración de la República. Sería el llamado Pacto de San Sebastián (17 de agosto de 1930). Mientras se preparaba la reunión, el independentismo catalán habría podido ignorar lo que pasaba, pretextando que se trataba de un asunto estrictamente español. En cambio, Macià entendió que la República tenía que ser una estación en el camino y mandó a un representante del independentismo a Donostia. Jaume Aguador, de Estat Català, y Manuel Carrasco i Formiguera, de Acció Catalana, serían capaces de hacer entender a los líderes republicanos españoles que la República no sería posible sin restaurar el autogobierno catalán liquidado por el régimen borbónico en 1714.

Un retorno fugaz a Barcelona
Macià era un estratega. Y unas semanas después de firmar el acuerdo de Donostia volvió a Catalunya. Quería comprobar, de primera mano, el estado de madurez de la situación política. Era el 24 de septiembre de 1930, festividad de la Mercè, y Macià, acompañado por Jaume Aiguader y Ventura Gassol, salió a pasear por la Rambla. La prensa de la época destacaría que la multitud lo aplaudió y lo aclamó. Más tarde, mientras comía en casa de su hija y de su yerno, en la calle Provença, la policía española protagonizaría un patético incidente: le obligaría a subirse a un coche y a salir del territorio español. Macià tuvo que regresar, precipitadamente, a su residencia de Bruselas, pero ya había ganado, porque todo lo que había sucedido aquella festividad de la Mercè de 1930 era el preludio del gran triunfo electoral del 12 de abril de 1931.
El retorno definitivo
Estación de ferrocarril del Nord. Barcelona. Domingo, 22 de febrero de 1931. Tras poner los pies sobre el andén, los hechos se sucederían a una velocidad vertiginosa. Durante las siguientes semanas, lideraría la creación de una plataforma que debía agrupar a las fuerzas republicanas catalanas, independentistas y federalistas para mandar a la Lliga Regionalista a la papelera de la historia. El 19 de marzo se formalizaba el acuerdo de creación de Esquerra Republicana. El 12 de abril ganaba las elecciones municipales en las principales ciudades de Catalunya. Y el 14 de abril proclamaba el Estado catalán dentro de la Federación de pueblos ibéricos (la restauración del autogobierno liquidado en 1714). Aquel triunfo era la victoria de Macià, más que la de la plataforma política. Era la victoria de un hombre que había pasado de la categoría de simple diputado a la de héroe nacional.
