Robert Louis Stevenson (1850-1894) es muy conocido por sus novelas fantásticas y de aventuras, como La isla del tesoro o El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Pero ahora Viena Edicions nos presenta un magnífico librito suyo, mucho menos popular: En defensa dels ociosos. Se trata de un conjunto de seis textos en qué Stevenson aconseja a sus lectores sobre cómo disfrutar de los placeres cotidianos: Un conjunto de seis textos sobre el ocio, sobre la creación artística, el enamoramiento, la juventud y la vejez, la naturaleza y los lugares desagradables. Una reivindicación feroz del "deber de ser felices", un deber que él considera "el más desatendido" de todos.

Ironía exquisita

Stevenson, gran amigo de Mark Twain, tenía un excelente sentido del humor, como demuestra a lo largo de estos seis textos. El escritor escocés no mostraba mucho aprecio por la educación: "Por cada lord Macaulay que escapa de las distinciones académicas con las facultades intactas, hay una mayoría de chicos que pagan tan caras las medallas que después no les queda pólvora, ingresan en el mundo en quiebra". Y tampoco tenía un gran concepto del trabajo. Frente a los que pontificaban las virtudes de los grandes trabajadores, Stevenson afirma: "un buen compañero es, con toda seguridad, el mayor benefactor que podemos tener". La popularidad no le merecía mejor concepto: en En defensa dels ociosos la definía como "esta cosa vacía y feúcha" e ironizaba: "¿alguien cree que vale la pena de dedicarse a obtenerla"?. Y aunque apreciaba la naturaleza, también era muy consciente de sus desventajas: "los insectos se han convertido en una de las plagas de Egipto", explicaba, después de referirse al placer de contemplar el bosque...

Cultura sin pasarse

Stevenson era un intelectual atípico. "Los libros están bastante bien, pero son un adelgazado sustitutivo de la vida. Leer fuera de medida (...) nos saca tiempo para pensar", afirmaba en un punto de En defensa de los ociosos. Más adelante, destacaba que buena parte de lo que se aprende en las aulas más adelante no sirve para nada y que lo más importante lo da la experiencia y no la escuela. Hacía una defensa en capa y espada de lo que llamaba "Arte de Vivir". Un arte no muy común: Stevenson se dirigía a todos aquellos que eran receptivos a su mensaje, pero dejaba claro "Que no vale la pena de intentar cambiar" a algunas personas, porque "no saben estar ociosos, su naturaleza no es lo bastante generosa". El problema no es sólo que estos individuos no supieran vivir la vida, sino que estos individuos, sólo preocupados por la productividad, siempre acababan molestando a sus próximos.

Stevenson en la veranda de su casa de Vailima, Samoa, 1893.

Amar

"Enamorarse es la aventura ilógica por excelencia, la única cosa que se acerca a lo sobrenatural de nuestro gastado y razonable mundo," decía Stevenson, que mostraba una gran admiración por el amor, pero que sospechaba que muchas personas, e incluso grandes figuras como Walter Scott o Henry Fielding, no se habían enamorado nunca. Y, sin embargo, el escritor escocés era consciente de la calidad efímera del amor: al cabo de treinta años de una pasión "podemos preguntarnos que se ha hecho de aquellos pujantes, ponderosos e inmarcesibles amores, de aquellos enamorados que desafiaban los límites humanos con una credulidad admirable". Stevenson es capaz de combinar el sueño más elevado con el realismo más absoluto. Como lo hace cuando analiza el conflicto generacional entre viejos y jóvenes; muestra cierto pesar por la pérdida las creencias del pasado: "es mejor ser arrebatado que estar muerto"; pero al mismo tiempo diagnostica: "Tener la misma opinión en los cuarenta que en los veinte es haber pasado dos décadas estupefactas". Sentimiento y sentido común, en Stevenson, son plenamente compatibles.

Predicar con el ejemplo

Stevenson, de pequeño, tenía una salud muy delicada, y su madre, para protegerlo, no lo envió a la escuela hasta los 8 años. Cuando era joven, tampoco estudió mucho, porque a menudo acompañaba a su padre en sus viajes. Intentó estudiar ingeniería, pero abandonó sus estudios. Más tarde se dedicó a la abogacía, pero sin mucha pasión. A los 26 años se enamoró de una separada y se dedicó a viajar con ella, por Europa y por los Estados Unidos. Finalmente, se estableció en las islas de Samoa donde murió de un ataque cerebral. Tiene fama de no haberse estresado nunca: le gustaba pasar el tiempo con sus amigos, viendo mundo, paseando... Parece ser que en su vida dedicó más horas a beber que a trabajar (era conocida su afición en el alcohol).

El verano con Stevenson

No hay mejor lectura, para ir a la playa, que este En defensa de los ociosos. Con sólo 80 páginas de grosor, ni siquiera tendremos que hacer un gran esfuerzo por sostener el libro. Un texto perfecto para los que siempre van demasiado cortos de tiempo de ocio.

 

Fotografía de portada: Retrato de Robert Louis Stevenson. Henry Walter Barnett.