La semana pasada leí los Diaris de Sylvia Plath (Edicions del Cràter) y me encontré con una versión de esta escritora: reflexiva, introspectiva y, hasta cierto punto, aprovechando la liberación que brinda escribir para una misma sin tener que calcular. Esta semana he leído Cartes a la meva mare (Edicions del Periscopi), también de Sylvia Plath, que desde que empezó los estudios en el Smith College hasta el día de su muerte mantuvo una correspondencia regular con su madre, aunque también con su hermano. La comparación entre los diarios y las cartas me ha suscitado un interrogante que en realidad funciona más allá de la escritura. El tono de las cartas, a grandes rasgos, es siempre mucho más eufórico y alegre que el de los diarios. Plath es ella misma, en el sentido de que, carta tras carta, se intuye a la joven autoexigente, inquieta, disciplinada, crítica y ambiciosa que quizá en los diarios se presenta de una manera más directa. El tono, sin embargo, es el tipo de tono que se elige para una madre. Incluso Sylvia Plath, con su tendencia incontrolable a la exageración y con una salud mental fragilísima en determinados momentos de su vida, escogía, a pesar de tener una relación de confianza, cariño e intimidad absoluta con su madre, ahorrarle algunos sufrimientos.

¿Cuál de las dos obras revela una versión de Plath más auténtica? ¿Los Diaris, donde escribe para sí misma, o las cartas, donde debe hacer el esfuerzo de modular las palabras sin mentir, pero modelando los mensajes?

La duda, pues, es cuál de las dos obras revela una versión de Plath más auténtica: los Diarios, donde escribe para sí misma y se hace consciente de los rincones más oscuros de su corazón y de su mente, a veces rozando el absurdo, o las cartas, donde debe hacer el esfuerzo de modular las palabras sin mentir, pero modelando los mensajes que quiere transmitir de una manera que su madre pueda recibirlos. Esta duda, en realidad, es una especie de dilema existencial: ¿cuándo somos más nosotros mismos, en la soledad de nuestra habitación, sin interferencias, abrazando la crudeza de la vida con un punto trágico que solo nos permitimos en soledad, o rodeados de aquellos en quienes más confiamos y a quienes más queremos? ¿Soy cuando estoy verdaderamente sola, o soy cuando estoy acompañada? Quizá en ambas circunstancias se revelan partes de nosotros que son genuinas y compatibles, aunque a veces parezcan contradictorias.

Plath escribe las cartas a su madre sin ninguna voluntad de engaño, pero en aquello que no explica, en esas verdades que considera conveniente ahorrarle, también se manifiesta el tipo de relación que tienen. Que es cercana y verdadera, sí, pero a la vez está atravesada por las dinámicas clásicas entre madre e hija. Aun así, la posibilidad de cotejar los diarios con las cartas permite tratar con una escritora real y cotidiana, lejos del mito literario en que más tarde se convirtió. Los Diaris, en cambio, encajan perfectamente con la posibilidad de generar un mito: el plano estrictamente íntimo y la pulsión de escribir para una misma permiten una contemplación y una introspección que hacen que Plath se presente en el texto como una voz proveniente del mundo de las ideas. Esto favorece la presencia de sentencias lúcidas que encumbran el texto, y que el lector puede apropiarse o entrelazar con episodios de su vida con facilidad. Las cartas, en cambio, permiten situar la voz de Plath en un contexto: su contexto.

Sylvia Plath utilizaba la escritura para dar forma a su propia vida, para explicarse aquellas situaciones que formaban parte del sinsentido vital

Diarios y cartas ofrecen una versión redonda y completa de un personaje con muchos pliegues y muchas aristas. Las cartas, a diferencia de los diarios, ofrecen sobre todo perspectiva alrededor de un personaje que fue, en muchos ámbitos, radicalmente complejo. Da la sensación de que Sylvia Plath utilizaba la escritura para dar forma a su propia vida, para explicarse aquellas situaciones que formaban parte del sinsentido vital al que todos, en mayor o menor medida, nos enfrentamos, pero que a ella la torturaba. Por eso, supongo, no dejaba de escribir. No podía dejarlo. A su madre le escribe sin escatimar la alegría de algunos de los momentos más felices de su vida, pero incluso así se lee la angustia –a veces más soterrada, a veces menos– que acompañó a Plath durante toda su vida. Leer los Diaris y Cartes a la meva mare uno tras otro ha arrojado luz sobre la figura de una escritora que parece que todavía hoy está por resolverse. Plath es la versión exagerada de todas las niñas, jóvenes y mujeres que nos hemos pasado y nos pasamos la vida siendo o intentando ser las primeras de la clase, tanto si la clase en cuestión es metafórica como si no lo es. Es brillante incluso en los momentos más oscuros. Me atrevería a decir que sobre todo en los momentos más oscuros. Leyendo Cartes a la meva mare he encontrado el consuelo de pensar que también Plath, sobre todo Plath, a pesar de los malentendidos y las complicaciones, pudo refugiarse en la ternura de la compañía de una madre cada vez que le pareció que su mundo se derrumbaba.