Sylvia Plath encontraba en la escritura la única manera de justificar su existencia. Al final, no fue suficiente. Con un magnetismo y una lucidez sobre sí misma, su pensamiento y su feminidad que aún hoy cuesta encontrar, Plath escribe en los Diaris (edicions del Cràter) como si escribir en los Diaris fuera lo único que le permitiera seguir adelante con su vida. Pragmática y permanentemente insatisfecha –Déu meu, és això l’únic que hi ha, l’eco de riures i llàgrimes que ressona al final del passadís? L’adoració i l’odi per una mateixa? La glòria i la repulsió?–, ya de muy joven tenía dificultades para esperanzarse de manera natural – i, si no tens ni passat ni futur, que, al cap i a la fi, són els ingredients del present, per què no llençar la clofolla buida del present i suïcidar-te? –. Los Diaris de Plath son una constatación del sentimiento permanente de soledad que la acompañó incluso en los momentos más eufóricos de su vida, pero sobre todo exhiben que intentar descifrar el funcionamiento extraño y enigmático del mundo y de la vida puede despertar un sutil pero constante miedo a enloquecer. A Plath la acompañó siempre ese miedo, mezclado con una incapacidad de confiar en la intuición de que, de vez en cuando, las cosas pueden salir bien. Por momentos, los Diaris son la fotografía perfecta del estado depresivo que, a menudo, a muchos nos cuesta describir.
Plath tiene una voz. Eso, mezclado con la excitación de burlar una intimidad propia de leer un diario, ata al lector con la autora y gesta una intimidad entre ambos
El magnetismo de los Diaris de Plath es el magnetismo que de entrada posee cualquier diario, el atractivo de oír o leer una confesión, pero intensificado por su escritura brillante y desvelada. Plath tiene una voz. Ya de adolescente, que es cuando comienzan los Diaris, Plath tiene una manera de referirse a sí misma y al mundo que solo puede ser suya. Eso, unido a la excitación de burlar una intimidad que lleva integrada el hecho de leer un diario, enlaza al lector con la autora y gesta una intimidad entre ambos. Plath es una escritora reputada, reconocida y recordada, y aún hoy sirve de inspiración para muchos de los que quieren empezar a escribir con su naturalidad y con su contundencia conjugadas. Leyendo sus diarios, sin embargo, una tiene la sensación de que ella ha llegado la primera y de que ha llegado sola. No es así, evidentemente, pero tener acceso a la mente y al corazón de una de las grandes escritoras del siglo XX lo impregna todo de una sensación de descubrimiento refrescante.
Me parece que leer los Diaris de Plath siendo mujer no debe de ser lo mismo que leerlos siendo hombre. No lo puedo saber del todo, porque para quien escribe esta reseña la masculinidad siempre será un escenario contrafactual. El hecho, sin embargo, es que en los miedos de Plath –tener que abandonar o relegar la escritura, que es quien es, por un hombre y una familia–, en los deseos de Plath –encontrar un hombre que la ame y a quien amar sin tener que renunciar a sí misma–, en las preguntas que Plath ya se plantea de jovencita sobre la vida, en sus incertidumbres, en sus angustias, en sus ambiciones, todas escritas para sí misma, desde ese rincón del cerebro que se parece mucho a la manera extraña con que te tratas a ti misma cuando estás sola un jueves por la noche en tu habitación, hay un universal femenino que permite a las mujeres –sobre todo a las heterosexuales– sentirse, hasta cierto punto, menos solas y más acompañadas. Más comprendidas, quizá.
El tipo de hombre que explica que lee o ha leído a Plath es el tipo de hombre que Plath no soportaría
Que Sylvia Plath logre poner en solfa esa experiencia compartida lo confirma el hecho de que muchas de aquellas ideas escritas hace setenta años por una muchacha de Boston siguen vigentes hoy. Quizá por eso los Diaris serían el libro perfecto para regalar a un hombre. No estamos configurados de la misma manera. De hecho, a menudo parece que nuestros cerebros son piezas de rompecabezas que no encajan. Los Diaris de Plath, sin embargo, dan acceso a una parte del pensamiento femenino que puede acortar la distancia entre unos y otros. No es un libro para regalar a cualquier hombre, claro, sino al tipo de hombre que esté dispuesto a salvar la distancia entre aquello que a hombres y mujeres, de entrada, nos hace distintos. A salvarla de verdad con un afán honesto de comprensión, y no con unas ganas descontroladas de explicar que lee a Plath. El tipo de hombre que explica que lee o ha leído a Plath es el tipo de hombre que Plath no soportaría. El hecho es que Sylvia Plath soportaba pocas cosas. A menudo, ni siquiera se soportaba a sí misma. Si el lector, sin embargo, es capaz de navegar las zonas oscuras del texto o de verter en ellas un poco de luz, en las palabras de Plath descubrirá una manera honda, agitadora y viva –sin ánimo de hacer una broma desagradable– de mirarse la vida. La buena literatura es la que tiene la fuerza de hacernos dar ese giro. Los Diaris de Sylvia Plath tienen esa fuerza.