Basada en la novela de Javier Castillo, La chica de nieve responde al prototipo de serie que funciona mejor cuando hace enunciados que cuando se dedica a resolverlos. Un mal, este, extensivo a buena parte de los thrillers que se estrenan en las plataformas, y en Netflix en particular. A diferencia del libro, que empieza durante el desfile del Día de Acción de Gracias en Nueva York, la historia de la serie se sitúa en la Málaga del año 2010, durante la cabalgata de Reyes. En este escenario de multitudes e ilusión, la niña Amaya Martín desaparece sin dejar rastro. La familia acude rápidamente a la policía, que no tiene pistas ni maneras de saber quién se la ha podido llevar. A partir de aquí, la trama se bifurca entre el conmovedor drama de los padres de la niña, la investigación que conduce la inspectora Millán y las investigaciones de Miren, una periodista en prácticas obsesionada con el caso porque evoca un trauma de su propio pasado.

La chica de nieve responde al prototipo de serie que funciona mejor cuando hace enunciados que cuando se dedica a resolverlos

Foto La chica de nieve 3
Netflix estrena este viernes su nuevo thriller, La chica de nieve

Nada diferente de otros thrillers similares

Todo eso está notablemente planteado: tanto las escenas en que se produce la desaparición entre la multitud como la construcción del misterio, se ajustan al buen manual del thriller contemporáneo, y además sus responsables tienen el acierto de ajustarla a seis episodios que no caen en dilataciones innecesarias. Los problemas vienen cuando se trata de desenredar los nudos. Si se está iniciando en la materia, algunos de sus giros son previsibles (especialmente porque las costuras de la trama a ratos se hacen demasiado evidentes) y al final, aunque el camino es entretenido, no aporta nada extraordinario que la distinga de otros thrillers similares.

Tanto las escenas en que se produce la desaparición entre la multitud como la construcción del misterio se ajustan al buen manual del thriller contemporáneo

La chica de nieve

El verdadero handicap

El verdadero handicap de La chica de nieve tiene que ver con la credibilidad de sus contextos narrativos. Cuando quiere entrar a describir el mundo del periodismo no puede evitar hacerse discursiva, caer en obviedades (estos discursos sobre el oficio y sus valores) y apuntarse a clichés dramáticos que parecen de otro tiempo. Cuando juega a mostrar las deficiencias del sistema ante un caso como el que plantea, no va más allá de lo que hemos visto en numerosas series similares y te llega a parecer que, de aquí a un poco tiempo, la confundirás con cualquier otra trama heredera del true crime. Ambos frentes pinchan, principalmente, por el mismo motivo: los diálogos.

El verdadero handicap de La chica de nieve tiene que ver con la credibilidad de sus contextos narrativos

Una de las claves para que una serie así sea convincente es que los personajes no digan en voz alta cosas que nadie diría en una situación similar, pero aquí hay un buen puñado de escenas en las que lo que se habla resulta forzado e inverosímil. Si se quiere ver el vaso medio lleno, La chica de nieve también da donde cogerse, porque está razonablemente distraída, nunca pensaremos a dejarla (que, tal como está el patio, siempre tiene mérito) y tiene notables aciertos de casting, como los de Loreto Mauleón y Raúl Prieto. No se puede decir lo mismo de su protagonista, Milena Smit, una buena actriz que no acaba de encontrar el tono a un personaje que por sí mismo ya no es un prodigio de escritura.