La sala Zazie de Vilafranca del Penedès es magnífica. Escondida en la Societat La Principal, uno de aquellos casales de arquitectura modernista que elevan la experiencia cultural, es donde lleva a cabo su actividad el Cine Club de la capital del Alt Penedès. Su programación es miel. Voy siempre que puedo. Salid de Barcelona e id siempre que podáis. Meses atrás me escapé a ver Moonlight Daydream, el documental sobre la polifacética trayectoria de David Bowie. Maravilloso. 140 minutos para radiografiar la vida de uno de los artistas más extraordinarios del siglo XX, si no de todos los tiempos (cuando hablo de Bowie soy totalmente imparcial: fue un genio en todas sus etapas y no hay más discusión posible).

La ausencia de coda resolutiva me permitió creer que quizás el documental no acababa porque allí, en aquel preciso momento, David Bowie todavía estaba vivo

Faltaban poco más de cinco minutos para que el filme acabara cuando el proyector se estropeó. La pantalla se quedó en negro y las pocas personas que estábamos en la sala permanecimos inmóviles en nuestras butacas. No apareció nadie a explicar qué pasaba. Nada. Fui feliz. La ausencia de coda resolutiva me permitió creer que quizás el documental no acababa porque allí, en aquel preciso momento, David Bowie todavía estaba vivo y, por lo tanto, su historia no podía tener final. El sueño se truncó cuando aquel tipo se levantó del asiento e, insensible, dijo a viva voz: "no pasa nada, al final se muere". Y se marchó. El resto, poco a poco, lo emulamos y, cabizbajos, enfilamos la salida.

Lo más bonito es llegar al final

Quizás es un recurso infantil para no querer encarar y admitir la única verdad incuestionable: que todo lo que empieza, también acaba; pero cuando una cosa me gusta, intento eludir el final. Me pasa especialmente con los libros. Cuando leo uno que me gusta mucho, no lo termino. Lo dejo en la penúltima página. Me hago trampas al solitario autoengañándome: si no cierro la historia, si no hay una conclusión sentenciada con un punto final, aquel relato y sus personajes permanecerán para siempre vivos. Cuando menos, así lo hacía hasta la semana pasada.

La tenía pendiente. Pero finalmente la semana pasada vi, a pesar de que no en la sala Zazie, Los Fabelman. Una maravilla, la cinta autobiográfica de Steven Spielberg. Hacia el final del metraje hay una escena que me resultó especialmente emotiva y reveladora (atención porque ahora viene un spoiler). Es una secuencia en que Sammy Fabelman, el alterego del director de Indiana Jones, le pregunta a su padre por qué se ha separado de su madre. El hombre, magníficamente interpretado por Paul Dano, le responde algo así como que la vida ya es eso: que los dos habían disfrutado de un tiempo, de un trayecto maravilloso juntos y que, aunque ahora pudiera hacer daño, lo más bonito es que podían decir que habían llegado hasta el final.

Porque en la vida, Rosalía, aunque a veces nos pueda hacer daño, todo empieza y todo acaba, y lo más bonito, como recordaba Burt Fabelman, es poder decir que has llegado al final

Aquella misma noche fui a la estantería de los libros y acabé una de las muchas novelas que a lo largo de los años había dejado sin finalizar. Es lo que haré este verano: no empezaré ningún libro, sino que terminaré todos los que he ido dejando sin clausurar. Porque en la vida, Rosalía, aunque a veces nos pueda hacer daño, todo empieza y todo acaba, y lo más bonito, como recordaba Burt Fabelman, es poder decir que has llegado al final.