Lluis Aragonès i Delgado de Torres acaba de publicar El cant de les primaveres lliures. La cançó protesta: Els himnes que canvien el món (Arola Editors). Se trata de una historia de la canción protesta, desde sus inicios hasta la actualidad, pero poniendo énfasis en los años de mayor expansión de este género: En los sesenta y en los setenta. Aragonès analiza algunas canciones en concreto, ofreciéndonos su letra, y paralelamente nos va haciendo un análisis de la evolución de la relación entre música y política, en Catalunya, y en el mundo. Un viaje fascinante por melodías, letras y luchas que han marcado nuestros tiempos.

Cuando la canción es política

Aragonès parte de la base de que la canción, en ciertas circunstancias, tiene un fuerte contenido político. Y no quiere desvincular el fenómeno musical del político, sino que tiene la voluntad de integrarlos. Argumenta que sin el potencial irracional de la música algunos mensajes políticos no se habrían difundido tan rápidamente. En este sentido, vincula la canción con la articulación de movimientos sociales. Sería un ejemplo muy claro la implicación de la Nueva Canción Chilena en las transformaciones políticas en Chile (con canciones emblemáticas como La muralla, de Quilapayún). Y argumenta que estas canciones eran muy eficaces como herramienta de movilización. Y que justamente por eso los militares golpistas torturaron y asesinaron a Víctor Jara.

De los trovadores occitanos al flamenco

Aragonès da un repaso a las canciones usadas como medio de protesta y se remonta incluso en Pèire Cardenal, un trovador occitano y a algunos cantos medievales. Recuerda que la canción popular no sólo es una herramienta de entretenimiento sino que canaliza las inquietudes y las reivindicaciones de las clases subordinadas. En este sentido, analiza el flamenco más allá de la folklorización, y muestra que, frente a la imagen simplista de una música cómplice del franquismo, fue una herramienta de protesta contra el régimen, como lo muestran las canciones de José Menese.

La cuna norteamericana

Aragonès plantea también un fenómeno más conocido: El papel de los espirituales en las estrategias de resistencia de los esclavos. Pero va más allá y analiza a los cantantes que se identifican con las clases populares: Desde una Billie Holiday que denunciaba los linchamientos en Strange Fruits hasta el This land is your land, de Woody Guthrie, que se convirtió en una especie de himno de los Estados Unidos en versión popular. A partir de aquí la canción protesta acompañaría al folk y se difundiría rápidamente.

Los emblemáticos sesenta

Los años sesenta fueron muy agitados a nivel político: La guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles, el movimiento hippy, el mayo francés, las dictaduras latinoamericanas, la revolución de los claveles en Portugal... A principios de los años sesenta Sam Cooke ya había cantado A change is gonna come, una llamada a favor de los derechos de los negros norteamericanos: La música negra pasaba a comprometerse abiertamente. Poco después, Bob Dylan compondría el himno que se convertiría en el símbolo de aquella época de desconformidad: Los tiempos están cambiando. Pero muchas canciones de esta época se volverían emblemáticas, como La mauvaise réputation, de Georges Brassens, otra de las canciones analizadas por Aragonès. Los festivales musicales se convertirían en grandes concentraciones de oposición al statu quo. Y las barricadas de adoquines de París, en mayo de 1968, se llenaron de guitarras y de cantos.

La llegada de la Nova Cançó

Si el movimiento hippy tiene sus himnos, la lucha contra el franquismo también tiene su propia banda sonora: L'Estaca, de Lluís Llach, se ha convertido en todo un referente del combate contra la dictadura. Pero Aragonès nos presenta también otras canciones que fueron emblemáticas: Què volen aquesta gent, de Maria del Mar Bonet; Al vent, de Raimon; A Margalida, de Joan Isaac; A galopar, de Paco Ibáñez... Canciones valientes, que se enfrentaban a la censura y que desafiaban la visión del mundo que se daba desde las instancias oficiales.

Una canción que no ha desaparecido

El autor quiere destacar que, aunque la canción protesta vivió sus momentos de gloria en los años sesenta y setenta, no ha llegado a desaparecer. Aragonès destaca el papel de las canciones y la música en los movimientos antiglobalización y analiza, como ejemplo, la canción Clandestino de Manu Chao. Pero también quiere describir la relación de la música con el procés soberanista, y analiza desde la música de Cesck Freixas, hasta el papel del Concert de la Llibertat de 2013.

Un balance

Este libro tiene algunas debilidades, básicamente de estructura: Compagina algunos fragmentos muy divulgativos con otros más eruditos, incluye algunas entrevistas íntegras que rompen el ritmo, hay un cierto desorden en las informaciones... Pero, a pesar de todo, resulta un libro de gran interés para los interesados en la evolución de la música y la política en las últimas décadas. El autor se sitúa, claramente, en el marco de una izquierda que, a pesar de haber fracasado en sus postulados, como él reconoce, reivindica todavía unos cambios globales en el mundo. Uno de los últimos capítulos se titula, justamente: "Entre la nostalgia, el fracaso, y el 'todo está para hacer'". Con este libro Aragonés nos quiere recordar que vivimos en un mundo injusto, pero también quiere explicarnos que sin estas canciones-protesta, probablemente todavía sería peor.