Se apagaban las luces del Liceo y estallaban los aplausos mientras Bob Dylan salía al escenario del teatro barcelonés para ofrecer su segundo concierto en la capital catalana en la gira del Rough and Rowdy Ways (2020). El bardo de Minnesota se parapetaba rápidamente detrás del piano y hacía sonar los primeros compases de Watching the river flow, mientras se encendían fluorescentes rojos detrás de los músicos, que daban, a la pompa majestuosa del Liceo, un aire de cabaré.
Dylan ha desgranado prácticamente todos los temas del último álbum, que da nombre a la gira, con una actitud serena y repuesta, consciente de encontrarse en un altar musical desde el cual no necesita hacer grandes esfuerzos o aspavientos
Y es que la oscuridad, las sombras y el ambiente íntimo, reforzado por las melodías de blues del repertorio, han sido la tónica también de la segunda noche de actuación. Dylan ha desgranado prácticamente todos los temas del último álbum, que da nombre a la gira, con una actitud serena y repuesta, consciente de encontrarse en un altar musical desde el cual no necesita hacer grandes esfuerzos o aspavientos. Ni tan solo, claro está, interpretar los suyos grandes clásicos para contentar a un público que ya no los espera y que ha disfrutado especialmente cuando por sorpresa ha sonado I'll be your baby tonight.
Bob Dylan ilumina el Liceu la noche de Sant Joan
El bardo, en clave de blues
Se ha escrito, debatido y filmado tanto de Bob Dylan, que cualquier cosa que se pueda decir tiene el peligro infinito de caer en la redundancia. Sobre su fama de huraño con el público, la actuación en el Liceo no le saca verdad. El músico no ha saludado al salir al escenario, se ha limitado a soltar unos cuánto 'gracias' roturas cada dos o tres canciones y no ha abandonado la protección del piano más que para decir adiós al final del concierto durante unos breves segundos.
La disposición del escenario, los músicos y los instrumentos la han convertido en una figura lejana y oscura que, desde la mayoría de localidades del Liceo, era más fácil intuir que distinguir realmente. No ha habido ni referencias en la ciudad de Barcelona ni menos todavía intentos simpáticos de arrancarse con unas palabras en catalán. Nadie lo habría creído si hubiera pasado.
No ha habido ni referencias en la ciudad de Barcelona ni menos todavía intentos simpáticos de arrancarse con unas palabras en catalán. Nadie lo habría creído si hubiera pasado
Y sin estas, Dylan sigue demostrando que su senectud musical es prolífica, contenida y nada decadente. I contain multitudes, la canción homenaje al poeta William Blake y una de las destacadas del Rough and Rowdy Ways, ha hecho que el público despertara en los primeros compases del concierto. Lo ha seguido False Prophet, del mismo trabajo, que con el riff de guitarra de blues exigía al músico una potencia de voz que ha sabido mantener a lo largo de la hora y tres cuartos que ha durado la actuación entera, sin muchos problemas.
Camuflada con la banda de cinco músicos que lo acompaña, dos guitarras, un batería y un contrabajo, la voz de Dylan se ha mantenido protegida durante la mayoría del concierto
Camuflada con la banda de cinco músicos que lo acompaña, dos guitarras, un batería y un contrabajo, la voz de Dylan se ha mantenido protegida durante la mayoría del concierto. Ha tenido más espacio en los temas acústicos, como When I paint my masterpiece o Black Rider, para que el público la pudiera escuchar desnuda, elevándose por encima del resto, y pudiera apreciar el timbre a los ochenta y dos años del músico: una llama que a veces tiembla pero que todavía sigue quemando.
Unas normas propias
Dylan canta no ser un 'falso profeta', pero sí que tiñe cada una de sus actuaciones con un catálogo de normas propias. La más destacada es la obligación de todos los asistentes de no utilizar el móvil bajo ninguna circunstancia, tanto si habías pagado los noventa euros de la entrada más barata como los más de doscientos de la más cara. Era necesario depositarlos en unas bolsas magnéticas que los mantendrían cerrados durante toda la actuación y que solo era posible abrir una vez salías. Tampoco había autorización, claro está, para que la prensa pudiera hacer fotografías o grabar la actuación. Lo que pasaba en el Liceu, allí se quedaba.
Dylan canta no ser un 'falso profeta', pero sí que tiñe cada una de sus actuaciones con un catálogo de normas propias
De entre las excepciones que Dylan se ha permitido, quizás la más especial ha sido tocar una versión de I'll beyour baby tonight, canción del disco John Wesley Harding (1967), que ha estado especialmente aclamada para el público una vez lo ha ido reconociendo, en lo que ha sido uno de los momentos más emocionantes de la noche. Se ha sumado a otro de los clásicos del repertorio del músico, el Gotta serve somebody del disco Slow Train Coming (1979), interpretada con un estilo próximo al rock, y una deliciosa versión de Not fade away, de los Rolling Stones.
El repunte de ritmo con el tema de los Stones, la ha precedido una sucesión de los temas más pausados del Rough and Rowdy Ways. El concierto se ha adelgazado durante unos minutos con Key West y sus referencias a los poetas y escritores de la generación beato: Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Gregory Corso y la maldición de haber nacido 'en la banda|lado equivocada de la vía del tren'. Y también con el Mother of Muses, mientras Dylan cantaba suavemente contagiándose a su inspiración. El repunte final con Jimmy Reed le ha servido para cerrar el repertorio, presentar inaudiblemente la banda y poner el punto final a una aparición en la capital catalana que probablemente no podrá repetir muchas más veces.
La dimensión histórica del músico, aunque sea un concierto aparentemente corriente, parece acompañarlo siempre, como si se trazara una aureola que lleva adherida sobre la cabeza
En la segunda noche de Dylan en Barcelona, no ha habido gritos de "¡Judas!" contra el cantante, ni él ha hecho falta que respondiera, como en la célebre anécdota de su concierto en Manchester en 1966. Tampoco había un indignado Pete Seeger, como el festival de Newport, tratando de cortar los cables del equipo de sonido con un hacha para impedir que pudiera cantar. Pero la dimensión histórica del músico, aunque sea un concierto aparentemente corriente, parece acompañarlo siempre, como si se trazara una aureola que lleva adherida sobre la cabeza.
Dylan no necesita ser 'para siempre joven' para seguir apareciendo en uno de los peldaños más altos del Olimpo musical contemporáneo.
Ni actuaciones de tres horas entregándose al público, como hace Bruce Springsteen, ni pulseras multicolores, ni bailes extravagantes para simular una juventud que ya no es su patrimonio. Dylan no necesita ser 'para siempre joven' para seguir apareciendo en uno de los peldaños más altos del Olimpo musical contemporáneo. Cómo dice la canción, el único que le hace falta: que Dios "le conserve el corazón alegre" y que "su canción sea cantada por los tiempos de los tiempos".