Batalla Monumental tiene un problema y yo también. Vamos al grano: el programa es extremadamente monótono y, en consecuencia, el espectador se aburre más que un niño haciendo la declaración de la renta. Personalmente, no me importa reconocer que escribir estas líneas me ha supuesto un gran esfuerzo, y es que nunca un programa había sido tan soporífero. Monasterio de Poblet contra Monasterio de Santes Creus, droga dura contra el insomnio. Ni un cóctel de Diazepam y vodka Knebep tiene tanta eficacia para dejarte frito sobre el sofá.

El problema del Batalla Monumental es su propia esencia. El programa es un encargo del Departamento de Cultura y tiene la misión de incentivar la atracción por el patrimonio nacional. Pero claro, no todo el patrimonio nacional es atractivo. Empúries, Sant Pere de Rodes o la Pedrera daban cierto juego, pero Poblet y Santes Creus pues no. Además, esta vez, a diferencia del anterior programa, ninguno de los presentadores hizo el esfuerzo de sacar zumo de los muros de piedra. Que sí, que era prácticamente imposible. Pero podrían haberlo intentado.

Un lugar donde están enterrados todos los monarcas catalanes de cuando medio Mediterráneo nos respetaba tendría que hacer trempar incluso al más republicano de los republicanos, pero no: Batalla Monumental haría dormir a los mismos Jaume I y Pere el Gran, dos intrépidos que se apuntaban rápido a un bombardeo pero que ahora, si levantaran la cabeza y vieran a Ivan y Candela paseando por su tumba, querrían volver de golpe al hoyo.

Siguiendo su desconcertante tradición de entrar en escena con vehículos estrambóticos, el bueno de Ivan esta vez decidió plantarse en el Monasterio de Poblet con un globo aerostático, hecho que nos regaló la primera –pero no última– frase absurda de la noche: ¿"Veo que estamos volando, como nos estamos moviendo?" pregunta. "Bueno, es el aire que nos lleva", le responden. Viva la ciencia.

Dentro del recinto, pocas sorpresas. Ivan, consciente de que las explicaciones de los prescriptores patrimoniales eran las más tediosas de la historia del programa, decidió potenciar al máximo su supertécnica especial para no tener que memorizar datos históricos: es decir, repetir la frase que le acaba de decir el guía y añadir a uno "eso está ganado" al final. Podrían haber explicado que en Poblet se comen las entrañas de los niños y después las cagan ante sus madres y él habría seguido añadiendo un "eso está ganado" después de cada sermón.

Sus highlights, sin embargo, tuvieron lugar dentro de la biblioteca y del campanario del monasterio. Primero, porque tuvo que pasar un buen rato con uno de los personajes más inquietantes de la historia de TV3, el Padre Salvador, un cura que se dedica a encuadernar libros. Un tío moderno, sí. Mientras el monje dibujaba líneas sobre la tapa dura del cuaderno con una precisión alarmante, el pobre Ivan hacía cara de estar absolutamente acojonado. No hay para menos. Quizás, por un momento, pensó que detrás de aquella maña se escondía la capacidad de invocar a Jesús, la Virgen o el puto Satanás. A mí también me dio miedo, qué queréis que os diga. Después, sin embargo, Ivan pudo coger aire en el campanario del monasterio. Lástima que no se pudiera privar de hacer el enésimo comentario digno del delegado de la clase de los delfines. Situación: siete campanas de tonelada y media delanto suyo. Pregunta: "Hará mucho ruido"?.

Mientras tanto, en Santes Creus, Candela tuvo que hacer frente a los dos males endémicos del programa: los guías anémicos y los infectos comentarios en off de en Roger de Gracia. Cuarta referencia a Rosalía en cinco programas del presentador principal: empieza a ser más pesado que un sordo con un tambor y no hay quien lo pare.

La gran suerte del programa, eso sí, los habitantes de las zonas en cuestión, siempre capacitados para provocar una sonrisa con sus comentarios genuinos. En esta ocasión, le preguntan a una vecina si las piedras del monasterio hablan y ella responde sin embudos: "Quizás tendré que fumar o beber alguna cosa diferente". Yo también, pero para aguantar el siguiente capítulo sin meterme un tiro.