El Palau Sant Jordi ha temblado esta noche con la fuerza de un terremoto de emociones, luces y confesiones. Lady Gaga ha vuelto a Barcelona después de siete años de ausencia, y lo ha hecho, en el primero de los tres conciertos que tiene que ofrecer en la capital catalana, como lo que es: una sacerdotisa del pop, una artista total capaz de convertir un concierto en una liturgia de arte y redención. Ante 18.000 almas enfervorizadas, la neoyorquina ha levantado una catedral efímera de sonido y visión que, durante casi tres horas, ha convertido la ciudad en la capital mundial del glam gótico y de la libertad.

Cuando el telón de velo negro ha caído y Gaga ha emergido sobre una plataforma rodeada de llamas, ha comenzado el Mayhem Ball, un espectáculo que ha oscilado entre la ópera gótica y el club celestial

Desde el primer minuto, el público —un mosaico de jóvenes, parejas, familias y decenas de fans queer que lucían pelucas, purpurina y alas negras— ha entendido que no asistía a un simple concierto. Cuando el telón de velo negro ha caído y Gaga ha emergido sobre una plataforma rodeada de llamas, ha comenzado el Mayhem Ball, un espectáculo que ha oscilado entre la ópera gótica y el club celestial. “Welcome to chaos. The category is: baila o muere”, ha clamado con una sonrisa feroz, antes de estallar Bloody Mary y Abracadabra, dos cortes de su nuevo disco Mayhem.

Una fe que no se apaga

Cada uno de los cinco actos del concierto ha sido un mundo propio: el rojo lujurioso del primero, la penumbra de pesadilla del segundo, el blanco de esperanza del cuarto... hasta llegar a la apoteosis final, con Bad Romance convertido en un desfile infernal de luz y fuego. Entre medias, Gaga se ha sentado al piano —como si detuviera el tiempo— para cantar Shallow y Hair con una emoción desbordante. “La última vez que vine no estaba bien. Ahora sí.  Ahora soy feliz”, ha confesado con la voz rota. Y el Sant Jordi ha respondido con un clamor que ha parecido un abrazo colectivo.

Una artista total que si se cayó, ha sabido levantarse, reafirmando su condición de diva. Inequívocamente, la reina del pop electrónico

No ha faltado ninguno de los clásicos: Paparazzi, Alejandro, Born This Way —recibida como un himno por los centenares de personas del colectivo LGTBIQ+ presentes y dedicada “a la comunidad queer de Barcelona”—, ni tampoco Poker Face, coreada con euforia adolescente por fans que han crecido con ella. Pero el concierto no ha sido un ejercicio de nostalgia. Bien al contrario, ha sido una reafirmación de presente, con una Gaga entusiasta bailando y gritando.

Una artista total que, si se cayó, ha sabido levantarse, reafirmando su condición de diva. Inquestionablemente, la reina del pop electrónico. Su cuerpo era metáfora, y cada cambio de vestuario el capítulo de una ópera visual que ha ido del universo pop gótico de Tim Burton al expresionismo alemán.

Después de esta primera noche en Barcelona, Lady Gaga ha vuelto a evidenciar que su arte es una fe que no se apaga

Cuando las últimas notas de Bad Romance se han fundido con un mar de confeti plateado, la sensación era que todo el mundo había vivido una noche irrepetible. Lady Gaga ha mirado nuevamente al público y les ha dado las gracias: “por hacerme sentir viva”. Quizás, como decía aquel viejo grupo de Facebook universitario, hubo un día en que alguien pensó que Stefani Germanotta “nunca sería famosa”. Pero, después de esta primera noche en Barcelona, Lady Gaga ha vuelto a evidenciar que su arte es una fe que no se apaga.