Con Clara Peya, el término "artista" se queda muy corto. Ella es mucho más que eso. Las disciplinas en las que participa son infinitas (aparte de la música, están la danza, el teatro o el circo), así como el número de proyectos en los que participa. Seguramente, a esto se le puede llamar inquietud. Pero en su caso, multiplicada por mil. También podríamos hablar de vanguardia, aunque ese ya es otro tema. Aquí entran otras coordenadas y pensamientos.

Lo que define a Clara es su libertad creativa (algo común en su generación), pues no se ata a cosas concretas; su búsqueda es incesante y, siempre, en lo que hace, está ese toque distintivo

Lo que define a Clara es su libertad creativa (algo común en su generación), pues no se ata a cosas concretas; su búsqueda es incesante y, siempre, en lo que hace, está ese toque distintivo. Que después puede gustarte o no, pero está. Por tanto, enumerar todo lo que ha hecho es insuficiente: a ella se la evalúa no tanto por la cantidad, como por la calidad de cada obra que firma. Pues para ella, el arte es una herramienta para cambiar cosas. Y, visto cómo está el mundo, debemos aferrarnos a ello con fuerza y con el convencimiento de que es un flotador seguro.

Activismo y sinergias

A Clara, además, la mueve su activismo, con ideas que no abandona y llevando sus convicciones hasta el final sin atender a las consecuencias. Es más, esto también forma parte de su creación. En parte porque, siendo tan prolífica, genera espacios seguros y las sinergias con otros músicos aparecen de forma natural. En uno de sus últimos trabajos, el aplaudido Corsé (de 2023; este año firmó el aún más experimental Solilòquia), participaron Albert Pla (¿algún día harán algo juntos que nos vuele la cabeza?), Sílvia Pérez Cruz (sintonía total en lo de la libertad creativa), Salvador Sobral, Momi y Marina Herlop (muy afines en cuanto a vanguardia).

En un escenario tan mágico como el del Teatre Grec, Clara Peya pone el broche de oro a esta gira con un concierto especial ideado para la ocasión

Así que, en un escenario tan mágico como el del Teatre Grec, Clara Peya pone el broche de oro a esta gira con un concierto especial ideado para la ocasión. Con un montaje dirigido por su hermana Ariadna, el 50% de la compañía Les Impuxibles, y la presencia de un coro, bailarinas y colaboraciones excepcionales.

Construyendo emociones y contradicciones

Con un concepto que gira alrededor de la perfección (y su contrario), y todo lo que ello conlleva —incluyendo la exclusión externa y la explosión interna—, todo está bordado con hilo y detalles que explican ese mundo interior de Clara, que no deja de construir emociones (y alguna contradicción). Con lo cual, ojos bien abiertos y sentidos despiertos: había mucho en lo que fijarse. Clara sale medio a oscuras con un frontal LED, para adivinar dónde están las teclas de su piano. Al cabo de un par de minutos (en lo que parece una especie de calentamiento), se pone en marcha la maquinaria: dos voces (Aina Zanoguera y Carmen Aciar), otro teclado y sintetizadores (Adrià González), y una batería que, cuando toca, lleva el peso (Didak Fernández).

Clara se abalanza sobre el piano y, de soslayo, vigila qué está ocurriendo en el escenario. En su mensaje, violencia y, al parecer, santa inocencia

Y así van de arriba abajo, texturas sinuosas y, de nuevo, la batalla. Mientras, un anuncio: llueven piedras y amanece sin avisar. Y a continuación, los bailarines, tres en total. Es imposible sumar más intensidad y contraste de patrones en menos tiempo. Clara se abalanza sobre el piano y, de soslayo, vigila qué está ocurriendo en el escenario. En su mensaje, violencia y, al parecer, santa inocencia. Ahora la secuencia cambia: Peya aporrea un tambor. Y ahora sí, el silencio. La de esta noche es una salida fulgurante y atrevida, en la que es sumamente importante el cómo, y quizás no tanto el qué.

El d’aquesta nit és un inici fulgurant i agosarat, en què és summament important el com, i potser no tant el què

Luego, una voz programada (presuntamente la de Clara) revela algo: ese corsé aprieta. Autoexigencia, impotencia y las manijas del reloj. Con esto, un mantra que se repite: "Maldita la rabia, maldita la pena". Y la canción prosigue, con otro tesón, con otro temple, y unas gotas de épica contenida. Ha pasado media hora y apenas dos canciones. Y, con pinta de tenista pero sin raqueta, aparece Salvador Sobral, que definitivamente se ha convertido en uno de los nuestros. A lo que él suspira y grita ante una bailarina semidesnuda: "Mais, mais". Y ese discurso, de nuevo, con asuntos que nos agitan e inquietan. En este caso, todo gira alrededor de la imperfección. Sí, la bendita imperfección. Como la de ese coro (una quincena de personas), que Clara, ya de pie, dirige como una directora de orquesta. Luego se gira y, en las gradas, aparece un hada madrina que canta. Ciertamente, Clara soñó un día que viviría ese momento. Después, con todo a oscuras y ese piano tan fiel, tan agradecido… Pero eso dura poco: rápidamente vuelve la tormenta. Y la pregunta es: ¿quién me aguanta la mirada?

Para combatir la soledad, escribo canciones

Clara canta aquello que muchos pensamos pero no nos atrevemos a decir: la verdad está en la soledad. E interviene, con un "bona nit", y se sincera: cuando cae la noche, ve un vacío, y para combatir la soledad, escribe canciones. Y las graba con el móvil. Si su hermana le da el beneplácito, las comparte. Y ya con la idea de acercar la danza a su música, hace malabares (reales) con su cuerpo sobre el piano. Esto, aunque lo parezca (con mucha imaginación), no es una clase de pilates. Es arte. ¿Y qué es el arte? En ese instante, lo que está en la cabeza de Clara. Con una capa blanca y, desde un lateral, otro con capa (pero él de color naranja: la que lleva Albert Pla). "Hoy solo puedo saltar y caer", dice Pla. Y se va como si nada.

Clara despierta (o no) de este sueño. Y se remite a aquello que la persigue y la angustia: su guerra con el tiempo

"Construir y no destruir", exclama Clara, en alusión a lo que pasa a diario en la frontera de Gaza. En consonancia, una performance con la lujuria de una rave. Eso sí, esta es diferente a la de Sirat. En ese escenario no hay trampas en forma de granada. Por lo que la paz la deposita Sílvia Pérez Cruz. ¿Quién mejor que ella? El tiempo, nuevamente, se detiene. Se apoya en la espalda de Clara y canta con la soltura y la delicadeza que la caracteriza. Ella es otra hada. Sale descalza y va toda de blanco. Con el coro otra vez en liza: "Si dormir es lo opuesto a sufrir, yo dormiría toda una vida". Es Nana para mí, la canción que compusieron a medias Clara y Sílvia. Y con ese rito a modo de conclusión, Clara despierta (o no) de este sueño. Y se remite a aquello que la persigue y la angustia: su guerra con el tiempo. Son las manijas del reloj de Clara.