Desde que el año pasado Sílvia Pérez Cruz inaugurara de manera estelar el Festival Grec con un concierto en el que había infinidad de alicientes y estímulos, la inquieta artista de Palafrugell no ha dejado de hacer cosas. Como siempre, a su manera y sin complejos. Y, sobre todo, ajena a las presiones (solo a las que se pueda imponer ella), haciendo en cada momento lo que le pide el cuerpo. Esto no es nuevo: Sílvia siempre ha funcionado así. Y la verdad, no le ha ido nada mal. Básicamente —y aunque haya un plan de por medio—, le hace caso a su instinto. En definitiva, ese es su imponderable.
Desde aquella fecha (11 de junio de 2024), ha publicado Lentamente, el disco junto al guitarrista argentino Juan Fanlú; ha anunciado fechas para el verano que viene en el Olympia de París (un bonito hito para ella) y, recientemente —entre otras cosas—, cantó junto a Amaia Zorongo gitano en los Premios de la Academia de la Música de España, una actuación que tuvo mucha repercusión y que ambas celebraron libremente. Ni la una ni la otra podían disimular la ilusión que les hacía colaborar en ese evento. Porque Sílvia nunca ha ocultado la admiración que siente por sus compañeros de profesión, muchos de ellos amigos. Por tanto, la noticia del disco a medias con Salvador Sobral no fue una sorpresa. El músico portugués estuvo presente tanto en los conciertos en el Teatre Tívoli de hace dos años como formando parte del inmenso coro del verano pasado en el Teatre del Grec. En todo caso, esa química patente y palpable tenía que transformarse en algo. Y qué mejor que un disco y su correspondiente tanda de conciertos. Aparte de la porción de cosecha propia, la pareja se apoya en material que les brindan personas queridas como Jorge Drexler, Lau Noah, Marco Mezquida (cómo olvidar aquel disco en directo en Tokio junto a Sílvia), o la hermana de Salvador, Luisa Sobral, una cantautora como la copa de un pino. Con este mapa solo quedaba encontrar un hueco en la agenda, un lugar donde grabar y dar rienda suelta al talento y a esa sensibilidad tan sincera para interpretar canciones que llevan su sello. Una idea, un concepto, que se basa en dos aspectos: la amistad y el respeto.
El susurro del lindo tarareo
Con las entradas agotadas desde hace eones, Sílvia y Salvador se presentaban en un lugar idílico de la ciudad con muchas connotaciones comunes. Con una iluminación sencilla (dominada por dos grandes lámparas), pero no escasa, los cinco músicos se sitúan en un semicírculo. Cada uno con su espacio (e importancia), situándose en el centro la violonchelista Marta Roma, la mujer que da equilibrio a todo, la vela que sujeta el barco. Y en los extremos, ambos guitarristas: Darío Barroso y Sebastià Gris (habitual con Magalí Sare, que también toca banjo y mandolina). Y mezclados entre ellos, Sílvia y Salvador, como dos más de la pandilla. Un conjunto que no hace prisioneros y que ya de primeras, con Recordarte, hace susurrar al público un lindo tarareo. Con el primer corte se han ganado a un respetable que venía predispuesto a triunfar. Porque saben que en los conciertos de Sílvia, sea cual sea el formato, siempre pasan muchas cosas y vale la pena vivirlas y contarlas. Una historia que ella va escribiendo sobre la marcha.
Con las entradas agotadas desde hace eones, Sílvia y Salvador se presentaban en un lugar idílico de la ciudad con muchas connotaciones comunes
«No nos lo acabamos de creer que estemos aquí», dice Sílvia. En cambio, Salvador Sobral, como quien dice, acaba de aterrizar: viene de un viaje a Senegal y a Cuba. «Hace dos años, cuando actué aquí, tuve el sueño de vivir otra vez en Barcelona. Y mira, hoy he venido a pie desde mi casa», comenta el apasionado lisboeta. A lo que añade, entre risas: «La Sílvia, que es la reina del Tibidabo». Explican que todo esto nació en la ceremonia de los Goya de hace año y medio. Tras aquella gala, se prometieron que un día harían algo juntos. Solo tenían que esperar a que llegara el momento y concretarlo. Apuntan y hacen mención a Jorge Drexler, pues en ese escenario cantaron con él la canción que luego les prestó (y no le piensan devolver), El corazón por delante, con ese final con sabor a ranchera (al menos en directo).
El concierto en sí es ameno, pues no se ciñe a un único patrón. Hoje já não é tarde, la pieza escrita por la hermana de Salvador, permite una de las escenas más bellas y deliciosas de la noche, ahora sí con los dos ya en pie y mirándose a los ojos (brillosos y plenos de emoción). Luego, cada uno tiene su instante (también los tres músicos que los acompañaban, con una pequeña suite instrumental). Salvador, con la compañía de un pequeño sintetizador, canta la que para él es la canción más bonita del mundo: A Case of You, de Joni Mitchell. Es un momento solemne, emotivo, en el que prima el silencio y el respeto. A Sílvia, guitarra en ristre, le toca un rescate de cuando hizo Granada junto a Raül Fernández Miró: ese Pequeño vals vienés y su universo lorquiano. Te estremeces solo con verla; la estampa es preciosa. Uno sueña con la posibilidad de oírla un día así, cruda y a secas, con su voz y su guitarra.
Ella sigue fascinada con oírle cantar, por tenerle tan cerca, mientras él reconoce la admiración emocional que siente por esta artista colosal
Una vez retomada la normalidad, interpretan Este presente, con el violonchelo vaporoso in crescendo de Marta, quizá la canción en la que todos vuelan más alto. Y, entre todos los agradecimientos (son muchos), uno la mar de curioso: el que Salvador dedica a la futbolista del Barça, compatriota suya, Kika Nazareth, que por lo visto lo invita a sus partidos. "Mi hija Aida cree que al fútbol solo juegan las mujeres", dice él. Sobral tiene un gran (y ácido) sentido del humor. Sílvia insinúa que tras la entrevista en el programa La revuelta de TVE con David Broncano, se plantearon dedicarse, no sin cierta sorna, al stand-up comedy. No cabe duda de que ellos hacen equipo. Unen a los suyos para que todo cuadre, ya sean técnicos de sonido o mánagers. Con Mañana, basada en el poema de Anna Maria Moix, la cantante de Palafrugell pone a todos a cantar en un ambiente festivo, previo a quedarse a solas con su amigo Salvador y acordarse de Palestina gracias a la canción de Marco Mezquida Temps fugit (plors per Palestina). Oportunidad que él aprovecha para denunciar que su país aún no los ha reconocido como Estado.
Con esa reivindicación, un concierto que confirma que esta alianza no es solo un capricho (y una necesidad): el escenario ha demostrado que funciona a las mil maravillas. Ella sigue fascinada con oírle cantar, por tenerle tan cerca, mientras él reconoce la admiración emocional que siente por esta artista colosal que no deja (ni dejará) de sorprendernos y emocionarnos. Sus desafíos son constantes.