Josep Maria Pou –en el Teatre Romea hasta el 3 de agosto (aunque, justamente por la buena acogida que ha tenido el espectáculo, ayer se anunciaba que llegará al Teatre Goya a partir del 2 de octubre)– al exitoso escritor británico Roald Dahl (1916-1990), figura real y, a la vez, personaje de Gegant, la obra con la que el director británico Mark Rosenblatt debuta como dramaturgo. Giant, que se estrenó en el Royal Court Theatre en septiembre de 2024 con gran éxito de crítica y público, puede verse actualmente, coincidiendo con la temporada de funciones en el Romea, en el Harold Pinter Theatre del West End, con John Lithgow en el papel protagonista. Aquí puede disfrutarse en la excelente traducción de Joan Sellent.
Josep Maria Mestres dirige un montaje preciso, con interpretaciones sobresalientes y una poderosa escenografía de Sebastià Brosa. La obra dramatiza un momento de cambio en la vida de Dahl: lo imagina un día de verano de 1983 en la Gipsy House, la casa en reformas donde acaba de instalarse con Liccy Crosland –espléndida Victòria Pagès–, con quien se ha ido a vivir tras separarse de su esposa. Totalmente ajeno a la polémica desatada por una reseña suya desmedida, el escritor se encuentra revisando pruebas del libro que está a punto de publicar, Les bruixes.
El artículo de la polémica: editores al rescate
El punto de partida del conflicto es un artículo que escribió en Literary Review sobre el libro fotográfico God Cried, de Tony Clifton: al reseñar la obra, que documentaba el asedio de Beirut durante la guerra del Líbano de 1982, Dahl llegó a exigir la destrucción del Estado de Israel. Sus palabras se reprodujeron en numerosas publicaciones y le valieron la acusación de odio racial. Rosenblatt escribió esta obra teatral antes de que Hamás hiciera su incursión armada en el sur de Israel, pero el estreno en el Royal Court –el 26 de septiembre de 2024– tuvo lugar cuando Israel estaba atacando el Líbano. Sin ser oportunista, la obra resulta de candente actualidad. El debate sobre el conflicto interpela al público de hoy: si se aísla el supuesto componente antisemita, la denuncia del genocidio del pueblo palestino –58.000 palestinos han sido asesinados desde octubre de 2023– sigue siendo tremendamente vigente.

Josep Maria Pou muestra a la perfección el carácter voluble e irascible de un escritor demasiado enamorado de su ingenio y poco dispuesto a escuchar los argumentos de sus interlocutores
En casa de Dahl se encuentran él, su actual pareja y el editor Tom Maschler –preciso, impecable Pep Planas–, que intentará, si no conseguir que se disculpe, sí suavizar su postura pública. Consciente de que el autor es incontrolable –"una mina explosiva para incautos"–, no va directamente al grano. Elegante y aparentemente imperturbable, flemático pero cálido a su manera, el editor inglés intenta evitar la caída –y no solo por motivos comerciales– de su gigante literario favorito, de quien admira el talento, la versatilidad y el carácter –temerariamente– insobornable. Esto no lo libra de recibir provocaciones en forma de epítetos humillantes –"lameculos oficial del reino", "judío sumiso"– y circunloquios más elaborados que él encaja con estoicismo, intentando relativizarlos.
Controversia y teatro dialéctico
A la reunión acude también la directora de ventas de la editorial de Nueva York, Jessie Stone –personaje ficticio interpretado con firmeza por Clàudia Benito–, que ha cruzado el Atlántico para pedirle a su autor estrella una rectificación. A pesar de profesar una sincera admiración por la literatura de Dahl –"poder trabajar en su nuevo libro es un honor", lo halaga–, antepone su misión de garantizar que los libros del escritor se encuentren en todas partes, algo que no está nada claro: hay indicios de un posible boicot por parte de bibliotecas y librerías en Estados Unidos, a raíz de su postura abiertamente antisionista. La problemática que expone anticipa la cultura de la cancelación que, en el caso de Dahl, se haría efectiva mucho más tarde, después de su muerte, y por otros motivos: en febrero de 2023, la editorial Puffin anunció que eliminaría de las obras de Roald Dahl algunos elementos considerados ofensivos o políticamente incorrectos.
Impaciente e invasivo, el personaje interpretado por Pou corrige y menosprecia a los demás, sin permitir que desarrollen unos argumentos que él se apresura a banalizar, tergiversar y ridiculizar. Bromea sobre "la adrenalina de la batalla", pero no cede. Aunque está acorralado por la prensa –o no se da cuenta o le da igual–, no está dispuesto a retractarse: "no a la genuflexión táctica" ni a la "moneda devaluada" de las disculpas. Está dominado por su propio carácter, insoportablemente caprichoso, prepotente y burlón, y no calcula bien las consecuencias de sus palabras. En una entrevista en The New Statement, no solo no corregirá sus declaraciones anteriores, sino que dirá unas cuantas barbaridades más, haciendo –esta vez sí– explícito su prejuicio antisemita.

El reparto lo secunda maravillosamente, y juntos nos ofrecen momentos de gran teatro
Liccy, irónica y comprensiva, ya está acostumbrada a sus arrebatos, y es experta en quitar hierro a cualquier situación; aun así, teme sufrir daños colaterales. El escritor busca, como si fueran un bálsamo, las reacciones complacientes de sus trabajadores domésticos. Pero si el jardinero (Jep Barceló) le da la razón sin pensarlo mucho –comparten generación y condición de excombatientes–, la joven cocinera (Aida Llop) se niega a pronunciarse. La sobremesa termina siendo un suplicio para la enviada de la editorial neoyorquina, que es judía y se siente profundamente herida por unos ataques que se ve obligada a responder. Sin embargo, a pesar de considerarlo "una criatura beligerante y desagradable [...] un niño mimado disfrazado de gigante", es capaz de separar al autor de su obra y seguir valorando su legado literario.
Aunque Rosenblatt construye la obra de manera que el antisemitismo de Dahl –deducido a partir de unas declaraciones torpes y provocadoras– sea lo último que recordamos, lo cierto es que el escritor retratado aporta datos y evidencias irrefutables al condenar los ataques de Israel al Líbano en 1982. Lo que lo pierde, eso sí, son las formas y ciertas fijaciones calificables de racistas y misóginas. Josep Maria Pou muestra a la perfección el carácter voluble, irascible e inquisitorial de un hombre demasiado enamorado de su ingenio y poco dispuesto a escuchar las razones de sus interlocutores. El reparto lo acompaña magníficamente, y juntos nos ofrecen momentos de gran teatro.