Un niño africano de familia pobre decide irse a vivir entre los esquimales. Es la historia que se nos explica en El africano de Groenlandia, de Tété-Michel Kpomassie, un libro que acaba de publicar, por primera vez en castellano, la editorial Turner. No se trata de un cuento infantil, sino de un magnífico libro de viajes en que Kpomassie nos explica su fascinante trayecto del corazón de África hasta el país de los esquimales.

El sueño congelado

Dicen que todo el África es el contenedor de rechazo de Europa. A África llega cualquier libro. No se sabe cómo, un ejemplar de Les Esquimaux du Groenland à l'Alaska, de Robert Gessain, llegó a Togo hacia 1954. Y no se sabe cómo, un crío de trece años, Tété-Michel Kpomassie, gastó el poco dinero que había conseguido fabricando esteras para comprarlo. Pero el caso es que el libro cambió la vida del joven, que leyendo esta etnografía de los esquimales, iba imaginándose Groenlandia como un mundo de fábula. Decidió ir a vivir con los esquimales, en un país sin árboles, sin calor, sin serpientes... Un país radicalmente diferente al país donde él vivía.

El largo camino

A los dieciséis años Kpomassie salió de su casa. Su objetivo: acercarse a Groenlandia. Viajó por África. Pasó por Costa de Marfil, por Ghana y por Senegal, y de aquí saltó a Europa: Francia, Alemania, Dinamarca... El togolés consiguió ir acercándose a su objetivo gracias al apoyo de decenas de personas que lo ayudaban desinteresadamente. Nunca le faltó una casa donde dormir, ni quién le pasara unas monedas. Sin pausa, pero sin prisa, avanzó hacia su objetivo. Trabajaba un tiempo, reservaba algo de dinero para viajar, y avanzaba una etapa. Así, finalmente, ocho años después de salir de su país, Kpomassie consiguió embarcarse hacia Groenlandia y fue a vivir con los esquimales, como había soñado. Y Groenlandia no lo frustró. El togolés vivió, en el territorio polar, gracias a la generosidad de los esquimales, que a pesar de su pobreza, le ofrecían ropa, comió, alojamiento... Y vio su corazón robado por los esquimales y por Groenlandia, pese a la dureza del frío y de la larga noche polar.

Como los esquimales

Durante el año que Kpomassie pasó en Groenlandia, el togolés no vivió cerca de los esquimales, sino que vivió como los esquimales, entre los esquimales. Kpomassie compartía casa con los groenlandeses, pasaba frío con ellos, los acompañaba a cazar, viajaba en "el maldito trineo", se emborrachaba con los esquimales e incluso en una ocasión se metió en una de sus típicas peleas tabernarias. Y meterse en la vida esquimal es meterse del todo en ella, porque entre los esquimales no hay concepto de intimidad. Incluso Kpomassie, que venía de una sociedad con tan poca intimidad como la sociedad africana, se quejaba de eso. Los esquimales hacían sus necesidades en un cubo en medio de la sala, y hablaban con sus invitados mientras las hacían. Y dormían todos juntos, en familia, sobre una plataforma de madera: los niños contemplaban habitualmente cómo los adultos hacían el amor. Kpomassie hizo una inmersión en toda regla en la sociedad esquimal. Pasó las 24 horas del día con ellos durante todo un año.

No apto para espíritus sensibles

Un africano en Groenlandia no está escrito para maniáticos. En la Groenlandia que describe Kpomassie había mucha suciedad. Los inuïts vivían en casas malolientes, con olor de orina, de excrementos, de comer... La limpieza corporal no era el punto fuerte de los esquimales, que durante todo el invierno se lavaban poco y llevan una ropa extremadamente sucia. Y no se podía vivir en Groenlandia sin convivir con la violencia: las escenas del descuartizamiento de una ballena son muy crudas: el togolés, mientras contempla el reparto de la carne, se pasa horas pisando una espesa capa de nieve mezclada con sangre, mientras los perros aúllan locamente peleándose por los restos del festín.

Los esquimales ofrecían a Kpomassie las suyas mejores manjares. Pero las comidas no siempre eran deliciosas para el paladar de un africano, ni de un europeo. En Groenlandia había que comer mucha grasa con el fin de soportar el frío polar. Según el togolés, la grasa de foca "apesta a rancio" y "tiene sabor den cera cuando está congelado". Además, a menudo tuvo que comer carne y pescado crudo, o hervido sin sal ni ningún ingrediente. La narración de Kpomassie rechaza cualquier idealización. En realidad, tiene puntos terriblemente dolorosos, como cuándo cuenta que unos padres que fueron a dormir borrachos acabaron aplastando y matando a su hijo de tres años que dormía con ellos.

El fin de muchos mitos

Algunos europeos optan por el mushing como deporte de aventura. Se ha dado una visión idílica de los perros que arrastran estos trineos. Pero la perspectiva de Kpomassie es bien diferente: estos magníficos perros, que permitían a los esquimales viajar grandes distancias, incluso en el gélido invierno polar, son capaces, de vez en cuando, de barbaridades. El togolés conoció  un matrimonio al que los perros habían comido dos de sus niños. Los esquimales no veneraban a los perros: a menudo los maltrataban, y además, si era necesario, se los zampaban sin ningún problema de conciencia. A nivel etnográfico, Kpomassie también recoge sorpresas. Aunque reconocía que la tendencia a la solidaridad entre los esquimales era muy fuerte, al pasar una temporada viviendo con una familia muy pobre descubrió que en la sociedad groenlandesa también hay excluidos. Y reflexionaba: "Ahora ya estoy bien convencido de que vivo entre gentes que no son diferentes del resto de hombres de la tierra".

Los esquimales también saben vivir

Muchos europeos hemos conocido la vida del gran Norte gracias a los magníficos cuentos de Jack London. Pero Kpomassie da a conocer una cosa que no transmiten los cuentos de London ni la mayoría de etnografías sobre la sociedad inuït. Los esquimales que viven con el africano, sus amigos, son adictos a la fiesta. Ríen mucho. Y se burlan de todo el mundo, sin escrúpulos. Siempre que pueden, organizan una fiesta en toda regla. En cualquier casa, cualquier día, pueden organizar un festín con carne cruda y licor de fabricación casera. Y Kpomassie explica que los esquimales mantenían relaciones sexuales continuas; incluso encima de los peligrosos trineos en medio del invierno polar. El adulterio era habitual. Y, a los amigos de verdad, los esquimales les permitían irse con sus esposas. Kpomassie, que destacaba entre los esquimales por su gran estatura y por su color, recibió muchos ofrecimientos de las mujeres groenlandesas, y deja entender que no rechazó la mayoría de ellos.

Talento de narrador

Kpomassie sólo pasó seis años en la escuela. No ha habido seis años de escolarización más aprovechados. El togolés tiene un talento natural de narrador y un instinto asesino por la anécdota jugosa. Pero a la facilidad de lectura del libro, se le suma la excepcional personalidad del autor. Si destaca por alguna cosa Kpomassie es por su terrible alegría de vivir y por su empatía hacia los esquimales. De facto, los esquimales que describe son sus amigos, en ningún caso objetos de estudio. Y Kpomassie también se destaca por el valor de meterse en cualquier parte. Es un africano que no tiembla, ni ante el frío ni ante de nada. Y es capaz de darse cuenta y transmitir un fenómeno muy curioso: mientras él va a Groenlandia para conocer a los esquimales, se da cuenta de que él es estudiado atentamente por los esquimales. Los groenlandeses sienten tanta curiosidad por África, como él lo había sentido por Groenlandia.

Un libro y basta

Kpomassie se pasó un año en Groenlandia. Un año que era casi una vida. Se marchó hacia Europa en el último barco antes del invierno, para no verse obligado a pasar seis meses más en la isla. Y enseguida viajó hacia África: quería explicar a los suyos cómo era Groenlandia y cómo vivían los esquimales, aquellos individuos que tanto le habían fascinado. Se pasó un año de gira por África, viajando en transporte público. Daba conferencias con el fin de explicar el modo de vida de los esquimales, aunque era consciente de que sus compatriotas "tal vez piensen que he vivido entre locos". Más tarde se instaló cerca de París y convirtió las 600 páginas de su diario en un libro, que se publicó en francés y más tarde se tradujo a varias lenguas. Ahora, por fin, aparece la traducción al castellano.

Kpomassie, a pesar del éxito de su primera obra, nunca ha vuelto a publicar ningún libro. De hecho, Un africano en Groenlandia es el libro de su vida. Un libro donde hay condensadas sus mayores ilusiones y sus experiencias más fascinantes. Un viejo inuït dijo a Kpomassie, cuándo estaba a punto de embarcarse hacia Europa: "Tu sitio está entre nosotros, donde te has ganado la estima de todos". Kpomassie, hoy en día, continúa en Francia, pero todavía piensa en sus amigos del gran Norte: "En el fondo, creo que nunca he abandonado Groenlandia", explica.