¿Mi Sant Jordi? Lo puedo resumir en una frase de Joey Lauren Adams a Persiguiendo a Amy: "Cada vez que vendo un par de libros, me siento como John Grisham". John Grisham: no tengo ni puñetera idea de por qué escribe. Mira: tampoco tengo muy claro por qué he empezado yo a escribir. Y con empezar, quiero decir dedicar diez años de mi vida a escribir en castellano, vender tres ediciones de un libro de cuentos firmado con un mote, quitarme el mote, quitarme del castellano, quitarme de redes, y debutar en novela, y debutar en catalán, y hacerlo con Empúries. ¿Por qué diablos lo estoy haciendo, todo eso? En Pont aeri, el libro que el sábado me llevó de Ona Llibres a Finestres, de Finestres a la Calders, y de la Calders a la Abacus, Manel Martínez decide de sopetón que no quiere saber nada del sistema cultural español. La decisión, bajo la lupa de su excompañero Xavi Bonet, tiene un componente de oportunismo: "¿Cómo es que te ha dado para salvar la lengua, Manel? Y por qué ahora?". Manel no responde. Yo trataré de hacerlo: todo esto que he hecho, lo he hecho para llegar a Sant Jordi con un libro que pudiera ofrecer, que pudiera regalar, a Empar.

Spoiler

¿Os gustan los spoilers? Porque al final de Titanic el barco se hunde, La Pasión de Cristo cierra con Jesús resucitando al tercer día, y yo el sábado no me salí con la mía. Alguna cosa me lo hacía presagiar ya de buena mañana, cuando compartí parada con Carles Porta. De tanta foto que le pedían sus fans, de tanto brazo ajeno sobre el hombro haciéndolo desplazar de su propio eje, Carles acabó firmando de pie delante mío.

Cada Pont aeri que me hacían firmar, lo devolvía con una sonrisa agradecida, pero con la sensación que me estaba reservando la mejor rúbrica para Empar

El eclipse, de tan literal, hacía que cuando vendía algún lector de Pont aeri, el de Crims se tuviera que recolocar, desconcertado. Quizás incluso salgo en alguna de aquellas fotos, firmando en un rinconcito, o no firmando en absoluto, pero con aquella mirada amuermada de quien piensa: ¿Cómo me acercaré a Empar, cuando nos encontremos? ¿Qué le pondré en la dedicatoria del libro? Cada Pont aeri que me hacían firmar, lo devolvía con una sonrisa agradecida, pero con la sensación que me estaba reservando la mejor rúbrica para Empar. Como cuándo Erik Larsen decía que trabajando para Marvel reprimía parte de su talento, reservando el bueno y mejor para Image Comics. A veces, todavía me siento como un niño cobijado bajo viñetas de superhéroes.

Grupo 62 en la Fragua firma de libros, Toni Cruanyes, Empar Moliner Sergi Belber - Foto: Parda|Pardusca Casas
Toni Cruanyes, Empar Moliner i Sergi Belbel firmante libros la festividad de Sant Jordi 2022 - Foto: Bruna Casas

No hay terceras escritoras

Últimamente, la literatura del país se cuestiona por qué los juniors, aparte de alabar los clásicos que crían malvas, ignoramos a nuestros sénior. Bien: yo he migrado de sistema cultural únicamente para escribir y regalar un libro a Empar. Porque Pont aeri no sería Puente aéreo sin T’estimo si he begut, sin No hi ha terceres persones, sin És que abans no érem així. Cuando el granizo me pilló dentro de Finestres, salí de estallido|pedo a la calle: las probabilidades eran de una entre millones, pero con suerte, Empar y yo nos abrigaríamos bajo el mismo portal.

Pont aeri no sería Pont aeri sin T'estimo si he begut, sin No hi ha terceres persones, sin És que abans no érem així

En la mochila llevaba dos ejemplares de Pont aeri: el primero lo habría utilizado para ponerle una alfombra de 175 páginas, para que del portal a su siguiente destino, Empar no se mojara los calcetines; al llegar, le habría hecho en manos la otra novela. Desgraciadamente, el granizo es malnacido por naturaleza: ni Empar tiene Pont aeri, ni los libros mojados en el suelo son sólo una metáfora de saldo. Dos días después del chubasco, el gobierno catalán se planteará enviar los libros estropeados a bibliotecas públicas. La gestión del mientras tanto ha devenido un sketch sórdido de gala de Fin de Año. En la televisión española.

Crema

Firmo un par de libros más y voy al Hotel Condes, a la comida del Grupo 62 —mi editorial y la de Empar forman parte, de este conglomerado. Como hijo de familia muy humilde, los hoteles me hacen disfrutar. La primera vez que hice noche en uno, el Hotel Punta del Rey de Santa Cruz de Tenerife, no quería salir. Los padres me querían llevar a ver el Teide, a ver el Drago, y yo sólo quería estar en la piscina y jugar a dardos contra niños alemanes. En el Condes charlo con Pol y Bel, con el Premio Casero y el Premio Mercè Rodoreda; está todo el mundo, menos el Premio Llull. Todo el mundo menos Empar.

Hablamos de crianzas binarias y no binarias, de beefs literarios y de cómo se parece Ferran Mascarell a Cristopher Walken

Hablamos de crianzas binarias y no binarias, de beefs literarios y de cómo se parece Ferran Mascarell a Cristopher Walken. Brego con las conversaciones ausente, con la cabeza en otro lado. Hasta que Empar llega. Se mueve a una velocidad diferente de la del resto, con cadencia de película de cine mudo, como si fuera por el mundo con dos fotogramas menos. Al verla, la sangre me baja a los pies y vuelvo a estar en los pasillos del instituto: o alguien hace que suene 'White Room' de Cream, o no reuniré bastantes fuerzas para acercarme a la persona a quien me quiero acercar.

victor recorte presentación puente aéreo
Victor Recort en la presentación de su primera novela, Pont aeri

La atormenta perfecta

De sopetón, me coge el síndrome Chuck Palahniuk. En Human Error, Palahniuk dice: "Tengo una norma a la hora de conocer gente: si me apetece aquello que escriben, no quiero arriesgarme a verlos tirarse un pedo o hurgarse los dientes". Huyo del comedor del Condes y me atrinchero lavabo adentro. Me lavo la cara, hago un pis, repaso mi agenda: en un cuarto de hora tengo que estar en la parada de Libelista. Salgo del baño, cojo la chaqueta y la mochila, y me dirijo hacia las escaleras de salida. En uno de los sofás del hall, están Melcior y Carlota hablando con alguien; les digo adiós sin detenerme. Su contertulia se gira, y ¡dios! volvemos con la sangre en los pies, y ¡dios! volvemos a los pasillos de instituto: Empar me despide haciéndome adiós con la mano, girando la muñeca muy levemente, con hiperlaxitud de reina. Cuando digiero lo que acaba de pasar, el botones del Condes deja caer la puerta del hotel detrás mío. En la mochila, el peso del par de Pont aeris me enerva como nunca. Enfurruñado, deshago Paseo de Gracia buscando la parada de Libelista. Antes no la encuentre, estalla la tormenta perfecta. Los toldos vuelan, la gente enloquece, Libelista cae en combate. Yo, empapado, vuelvo al Condes.

Empar me despide haciéndome adiós con la mano, girando la muñeca muy levemente, con hiperlaxitud de reina

El comedor que nos hacía de abrevadero hace un momento, ahora está vacío. En el recibidor han dejado un termo con café y leche; me hago un cortado y me siento en uno de los sofás del hall. El móvil me vibra: "Recuerda enviarme la crónica de Sant Jordi el lunes". Tecleo hasta encontrar el pulgar amarillo arriba, pero no tengo tanta barra como para enviarlo. "Dale", acabo contestando. Hago un sorbo al cortado y miro el reloj: quedan un par de horas para la siguiente firma. Remuevo la mochila y saco la libreta que compré a la Fundación Josep Pla. "Un día, sin saber cómo, me encontré con un lápiz y un cuaderno en la mano", pone en la portada. Josep Pla: no tengo ni puñetera idea de por qué es, que escribía. Mira a quien habla. ¿De dónde salen este puñado de palabras? Quizás mejor ir por partes, y escoger un buen título. El móvil me vuelve a vibrar: "Nosotros ya hemos llegado a Plaza Universitat, rey,. ¿Tú qué haces ahora?". Tecleo hasta encontrar el emoji que se encoge de hombros, pero no tengo tanta barra como para enviarlo. "Persiguendo a Empar". Enviar.