Hace un par de años Abdulrazak Gurnah ganó el Premio Nobel de Literatura. Su nombre no estaba en las quinielas, y tampoco era el primer africano en conseguirlo —aunque sí de los pocos en hacerlo—, pero el tanzano residente en Reino Unido reivindicó aquel día no solo su obra, si no que hay otras realidades que vale la pena contar y leer. No fue el único. Otros muchos autores y autoras del continente se alzaron por aquel entonces con otros reconocimientos: el senegalés Boubacar Boris Diop y su premio Neustadt, Mohamed Mbougar Sarr con el premio Goncourt o la zimbabuense Tsitsi Dangarembga y el Friedenspreis des Deutschen Buchhandels son solo algunos ejemplos que evidencian que los cimientos literarios de Occidente han empezado a moverse. 

Los ecos de ese terremoto ya empiezan a notarse en nuestra propia literatura. Ya hace varios septiembres que las estanterías en lengua catalana son testimonios de traducciones de obras nacidas en el estómago africano. Lo vemos porque algunas editoriales, cada vez más, apuestan por traducir a nuestro idioma a escritores africanos que ponen el foco en sus países y realidades, y lo hacen a pesar de ser nombres todavía poco explorados en nuestra casa y que, por tanto, conllevan más riesgo de ventas. La próxima reentrada llegan en catalán títulos como Glòria (Empúries), de la zimbabuense NoViolet Bulawayo; Purs homes (Més Llibres), del senegalés Mohamed Mbougar Sarr; Nena, dona, altres (La Segona Perifèria) de Bernardine Evaristo, de padre nigeriano; o Bitter (Indòmita, Raig Verd) de la nigeriana Akwaeke Emezi y precuela de la aplaudida Mascota, por nombrar solo algunos, que se suman a otros ya publicados los últimos años, como Neguit permanent (Tsitsi Dangarembga, L’Agulla Daurada), El blau entre nosaltres (Ayesha Harruna Attah, Sembra Llibres), L’enigma de l’ocell blau (Nii Ayikwai Parkes, Club Editor) o Cap més veu (Maïssa Bey, Editorial Les Hores). Está claro que algo está cambiando.

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Abdulrazak Gurnah ganó el Nobel de Literatura en 2021.

Un interés creciente por las literaturas africanas

¿Es correcto hablar de literatura africana? ¿De verdad se puede etiquetar tanta diversidad en nada más que dos palabras? Este es uno de los debates, quizás el primero y el más importante, que se ciernen cuando hablamos del mundo de las letras africanas, aunque la respuesta cada vez parece ser más evidente. “Es engañoso hablar de ‘literatura africana’ como un concepto homogéneo porque el continente alberga una enorme diversidad cultural y lingüística; esta mirada puede ser considerada occidentalista y excluyente, pues tiende a simplificar y generalizar la rica producción literaria de África”, dice Maria Coraci Nunes Moreira, directora de proyectos de África Viva, una fundación privada sin ánimo de lucro que se dedica a trabajar en proyectos de cooperación internacional en países africanos. En ese sentido, Nunes Moreira insiste en la importancia de reconocer la multiplicidad de tradiciones y narrativas que coexisten en el continente para evitar caer en estereotipos o reduccionismos culturales, como pasa desde que Occidente mira hacia África con graves síntomas de superioridad moral. De ahí que se haya acuñado el concepto de literaturas africanas, en plural.

Es engañoso hablar de ‘literatura africana’ como un concepto homogéneo

El interés de los lectores ha venido exacerbado precisamente por el revuelo mediático proveniente de los premios, que a la par ha servido de reclamo para que muchas editoriales pongan el ojo en África. “En los últimos años, ha habido un cambio significativo en la percepción y el interés hacia la literatura africana a nivel mundial. La sociedad está cada vez más consciente de la importancia de la representatividad y la inclusión en el mundo literario”, explica Sonia Fernández, fundadora de uno de los mayores blogs sobre literaturas africanas en español que ya cumple 10 años: Literáfricas. La globalización y el desarrollo tecnológico también han facilitado la distribución y promoción de estas obras literarias, provocando una mayor difusión que ha repercutido positivamente en la salud de las diversas literaturas africanas y la buena cabida entre el público. “El interés no para de crecer y, aunque no de forma llamativa, siempre va en aumento; cuanto más se difunden, más se habla o más presencia tienen en los medios de comunicación, más se suscita el interés y más lectores llegan. Hay una nueva necesidad de salirse de los marcos más publicitados y tratar de encontrar otro tipo de literaturas que amplíen la mirada de los lectores”, comenta Fernández.

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Otra de las cuestiones que levanta algo de polvareda es qué o a quién se incluye en estas llamadas literaturas africanas. ¿Lo es sólo aquella obra escrita en alguna de los centenares de lenguas autóctonas del continente? ¿Solo si quien escribe es nacido, crecido y residente en África? ¿Qué pasa con los que emigraron o con los hijos de la diáspora? Tras la colonización, las lenguas coloniales (las lenguas europeas) se implantaron para homogeneizar el relato y bloquear la influencia de otros grupos étnicos, lingüísticos o culturales. El inglés, el francés, el portugués o el español todavía se usan en gran parte de estos países y, paradójicamente, también han servido para que las comunidades oprimidas puedan exportar su relato al mundo y denunciar los abusos. Reapropiarse de la lengua invasora ha sido la opción de varios escritores, como Chinua Achebe o Assia Djebar, aunque otros han optado por hacerlo solo en su lengua, como Ngugi wa Thiong’o tras renunciar al inglés en pro del kikuyu cuando salió de la cárcel, aunque eso supusiera presuntamente cerrarse las puertas al mercado global. Por esa lucha acérrima por su lengua materna se llevó el Premi Internacional Catalunya en 2020.

Historias comunes de colonización y denuncia

Pese a las múltiples diferencias y a la gran diversidad referida al continente, sería ingenuo no reconocer que la perspectiva literaria africana tiene puntos en común fruto de su experiencia conjunta como territorio colonizado. Eso se nota también en su literatura y en la necesidad de narrar las experiencias y los traumas personales y sociales de las comunidades. “Tratan de poner de manifiesto las vivencias de las personas que habitan dicho continente: su pasado, recuperando una historia obviada y tergiversada o tratando de salir de la ‘versión oficial’; su presente, intentando ahuyentar la reducción y el maniqueísmo; y el futuro, imaginando un continente tal y como ellos mismos lo desean”, matiza la fundadora de Literáfricas. Esto no es excluyente de la enorme variedad interna que hay en los libros, en los que cada uno de ellos están inmersas “una cultura, una lengua, una trayectoria y también una experiencia íntima del propio autor/a”. 

En la misma dirección rema Nunes Moreira, aunque también alerta de los peligros de homogeneizar y estigmatizar las literaturas del continente desde la mirada eurocentrista, y pone énfasis en que el lector vea la gran paleta de colores que ofrecen las literaturas africanas sin sentenciarlas. “Es importante destacar que cada obra es única y refleja la diversidad de perspectivas y estilos literarios que existen en África; algunos escritores pueden centrarse en la historia y las tradiciones de sus países, mientras que otros abordan temas más universales que trascienden las fronteras geográficas”, explica. Para estas dos amantes del continente, todavía queda mucho trabajo por hacer, pero se vislumbran factores potenciales para aumentar el interés por la diversidad cultural y la representatividad en el mundo literario a partir de nuevas voces.

La apuesta de traducir libros africanos al catalán

Cuando Abdulrazah Gurnah ganó el Nobel de Literatura no había ningún libro del autor traducido al catalán, y muy pocos en castellano. Fue después del reconocimiento que La Magrana anunció que lo publicaría por primera vez en nuestra lengua. Es solo una fotografía pero muestra una realidad. Las literaturas africanas han llegado a nuestras orillas con cuentagotas: falta de información, déficit de interés y un contexto histórico colonizador que le ha señalado con estigmas de incultura, pobreza y salvajismo explican que las historias del continente vecino se hayan barrido bajo la alfombra. Pero también es cierto que algunas editoriales catalanas se han puesto las pilas en el cometido de traducir algunos nombres africanos, incluso antes de la irrupción de Gurnah en nuestra literatura. 

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Akwaeke Emezi, una de las autoras traducidas al catalán por Raig Verd.

“La cultura anglosajona nos invadía en todos los ámbitos, todo tiene mucho más valor por ser inglés”, dice Laura Huerga, fundadora y editora de la editorial Raig Verd. El sello nació alejando la mirada de la cultura anglosajona y empezaron a publicar con un autor neerlandés. Siguieron con otros franceses, croatas, brasileños y rusos, hasta que se dieron cuenta que nunca habían tocado ni Asia ni África. Llegaron al continente a través precisamente de Ngugi wa Thiong’o, impulsadas también por otros intereses que las interpelan, y del autor keniano tienen actualmente traducidos al catalán unos siete títulos. “La reivindicación de las lenguas propias, las lenguas minoritarias, como defensoras de la cultura propia y la identidad. Nos pareció que no podíamos dudar a la hora de escoger a este autor para empezar a explorar el continente africano”, dice. 

"Debemos ser un poco más exploradores e ir a buscar estas literaturas, porque nos estamos perdiendo una parte importante de la literatura universal que nos completa

Huerga confiesa que el interés en conocer la historia de los diferentes países del continente africano ha aumentado a la par que lo han hecho iniciativas como el Black History July —centrada en leer a autores negros en julio— o productos culturales como podcasts o blocs. Sin embargo, también reconoce que hace falta más esfuerzo colectivo. “Debemos ser un poco más exploradores, más curiosos, e ir a buscar estas literaturas, porque si no realmente nos estamos perdiendo una parte importante de la literatura universal que nos completa y que, además, es una propuesta diferente de la que estamos acostumbrados”. Se refiere a la denuncia del colonialismo que interpela directamente a Europa, a nosotros y a nuestra responsabilidad con el neocolonialismo todavía efectivo hoy en día. La editora parafrasea a Ngugi cuando subraya que los europeos tendemos a pensar que en África no había literatura porque, generalizando, no había escritura. “Eso no es verdad: está toda la parte de literatura oral, que eran los cuentos que se explicaban en la hoguera, y que Ngugi reivindica como su literatura, que es un legado que han de cuidar, recuperar y curar”. 

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Ngugi Wa Thiong'o 

Entre las filas de la editorial, resuenan títulos africanos en catalán como El diable a la creu (Ngugi Wa Thiong’o, 2021), Neix un teixidor de somnis (Ngugi Wa Thiong’o, 2020), La revolució vertical (Ngugi Wa Thiong’o, 2019), A la Casa de l’Intèrpret (Ngugi Wa Thiong’o, 2017), Descolonizar la ment (Ngugi Wa Thiong’o, 2017), Desplaçar el centre (Ngugi Wa Thiong’o, 2017), Somnis en temps de guerra (Ngugi Wa Thiong’o, 2016) o Qui tem la mort (Nnedi Okorafor, 2019), además de los dos últimos libros de Akwaeke Emezi, uno de ellos disponible en librerías a partir de este septiembre. Recomienda mucho, como es evidente, a Wa Thiong’o. “Yo me lo creo mucho, lo publicamos porque consideramos que es uno de los grandes autores de la literatura universal, no solo de la africana, y así lo reivindican también muchos críticos”, expresa.

Otros libros de literaturas africanas recomendados por las entrevistadas que tienen traducción en catalán: Una carta molt llarga (Mariama Ba, Takusan Edicions), Somnis de l’harem (Fatima Mernissi, Columna), Una república com si… (Alaa Al Aswani, Edicions de 1984), El cartògraf d’absències, Terra somnàmbula i La confessió de la lleona (Mia Couto, Edicions del Periscopi), Més enllà del mar de sorra (Agnés Agboton, Rosa dels Vents), Mig sol groc (Chimamanda Ngozi Adichie, Fan Books), Aigua passada i Coconut (Kopano Matlwa, Sembra Llibres), Els intèrprets (Wole Soyinka, Edicions 62), El carreró dels miracles (Naguib Mahfuz, Bromera Edicions), Al·là no té cap obligació (Ahmadou Kourouma, Edicions 62), La promesa (Damon Galgut, Les Hores), Quan fèiem goig (Imbolo Mbue, Quaderns Crema) o La memòria més secreta dels homes (Mohamed Mbougar Sarr, Més Llibres). Y autores que no la tienen —algunos sí en castellano— y deberían: Ama Ata Aidoo, Buchi Emecheta, Bessie Head, Pauline Chiziane, Ondjaki, Maaza Mengiste, Nuruddin Farah, Scholastique Mukasonga, Aminatta Sow Fal o Boubacar Boris Diop. Son solo algunos de tantos. Hay muchos más.