Atendiendo a una nota de prensa de la OMS de los últimos años, la prevalencia mundial de la obesidad se duplicó con creces en las últimas décadas, siendo obesos en ese último año el 11% de los varones y el 15% de las mujeres (más de medio billón de adultos).

Esta cifra no es preocupante solo por lo que significa para nuestro cuerpo almacenar grandes cantidades de líquidos y grasas; además, la obesidad está relacionada con la adicción y ciertos trastornos mentales.

 

Esa preferencia resultó ser una ventaja evolutiva para nuestros antepasados al permitir la acumulación de grasa en sus cuerpos, asegurando la supervivencia en etapas en las que el alimento escaseaba

 

Un cerebro orientado hacia la grasa

Hagamos un pequeño experimento. Según leas la siguiente lista de alimentos, imaginalos lo más vívida y nítidamente posible:

  • Donuts de chocolate.
  • Bollos de crema.
  • Pizza de jamón y queso.
  • Hamburguesa rebosante de salsa.
  • Refresco con hielo.
  • Batido de chocolate con nata montada.

¿Se te hace la boca agua al pensar en esos alimentos? Ese sabor potente, el dulce de un glaseado, el gusto salado del bacon ahumado frito… Que no cunda el pánico, estás dentro de la norma.

Y es que múltiples estudios demuestran que los seres humanos, por genética, tenemos preferencia por las grasas y los azúcares. De hecho, esa preferencia resultó ser una ventaja evolutiva para nuestros antepasados al permitir la acumulación de grasa en sus cuerpos, asegurando la supervivencia en etapas en las que el alimento escaseaba. 

dulces
 

 

Los tiempos cambia: la sobrealimentación en grasas y azúcares

Que estos alimentos tuvieran un sabor especialmente placentero no fue coincidencia: indicaba la presencia de dichos elementos. Las características organolépticas que les preceden: el olor, textura, sabor… fueron una gran llamada de atención para su consumo, igual que ocurre a día de hoy.

Sin embargo, existe unanimidad en que actualmente el consumo actual de azúcares y grasas es excesivo en relación al modo de vida actual. Somos plenamente conscientes de que un aumento en la ingesta de estos dos alimentos ligado al sedentarismo prevalente no le hace precisamente un favor a nuestra salud. Y, sorprendentemente, resulta difícil para muchas personas equilibrar esa ingesta a pesar de la incidencia que presenta en el desarrollo de múltiples enfermedades como diabetes, hipertensión, hipercolesterolemia u obesidad.

Entonces, si a la larga es tan perjudicial para nosotros comer grasas y azúcares... ¿Qué hace que sigamos en esta línea? La respuesta está en nuestro cerebro.

 

El Circuito de Recompensa Cerebral

También conocido como el Circuito Hedónico o del Placer, se encuentra involucrado en la motivación y la sensación de placer. Está compuesto por:

  • El área tegmental ventral: Constituye el eslabón central del circuito de recompensa, ya que sus neuronas se conectan hacia numerosas regiones del cerebro. Lleva a cabo la liberación de dopamina.
  • El núcleo accumbrens: Aumenta los niveles de dopamina cerebrales
  • El córtex prefrontal: dirige la planificación de comportamientos cognitivamente complejos, la expresión de la personalidad, los procesos de toma de decisiones y la adecuación del comportamiento social adecuado en cada momento (entre otras muchas)
  • La pituitaria: Libera beta endorfinas y oxitocina, que alivian del dolor, regula emociones como el amor y los lazos positivos, entre otras funciones.

¿Qué elementos activan el circuito de recompensa cerebral? Entre otros, destacan el amor, el tabaco, la cocaína, marihuana, grasas y azúcares.