Muchos niños pequeños tienen miedo a la oscuridad aunque lo habitual es que, a medida que se van cumpliendo años, este temor desaparezca del todo. Este es un proceso considerado parte normal del desarrollo y es bien distinto de la nictofobia, el miedo exagerado e irracional a los espacios oscuros, que experimentan muchas personas después de la niñez. La palabra proviene del griego y su traducción literal es miedo a la noche. 

Qué supone la nictofobia

Este miedo cerval a la oscuridad puede aminorar la calidad de vida de quien lo sufre, ya que puede resultar limitante a la hora de programar algunas actividades y está asociado a episodios de ansiedad ante la falta de luz o la expectativa de esta. Puede también causar estrés e incluso ataques de pánico, además de estar asociada, en ocasiones, a insomnio y distintos trastornos del sueño. 

Mientras el miedo es una emoción normal a lo largo de la vida, es un mecanismo de protección y nos ayuda a evitar el peligro. Una fobia, sin embargo, va mucho más allá, ya que supera la preocupación racional, es persistente y difícil de controlar. El miedo a algo que no tiene por qué ser peligroso puede condicionar en gran medida el día a día de una persona. 

Además de experimentar un temor desproporcionado, el miedo hace que los fóbicos desarrollen mecanismos de evitación y, en ocasiones, pueden hacer casi cualquier cosa para evitar el objeto del miedo. La Asociación Estadounidense de Psiquiatría identifica tres categorías: fobias sociales, agorafobia y fobias específicas, que se agrupan en miedos al entorno natural, a tratamientos médicos o a situaciones específicas. 

Distintas causas del origen

La nictofobia puede provocar una perturbación relevante en la vida cotidiana de una persona y es generada por una distorsión de la percepción de lo que podría suceder en medio de la oscuridad. Tiene otros nombres, como mictofobia, liofobia o acluofobia

Aunque, a priori, no está relacionado con lo que les ocurre a los niños pequeños, J. Adrian Williams, profesor de Medicina del Sueño en el King’s College de Londres, explica en uno de sus artículos que es probable que niños que hayan sufrido un miedo excesivo a la oscuridad, puedan desarrollarla en la edad adulta, algo que puede llegar a ser muy perjudicial.

Mujer con miedo a la oscuridad / Unsplash
Mujer con miedo a la oscuridad / Unsplash

El origen de este trastorno fóbico puede estar, asimismo, en algún trauma o accidente sucedidos en ausencia de luz, a malos recuerdos o a una visión distorsionada y aprendida sobre la oscuridad. Pueden acentuar este miedo sonidos que se sienten como amenazas, como ruidos provenientes de la casa o de la calle. La nictofobia se suele agravar cuando no hay familiaridad con el entorno. 

Otra de las causas de origen podría estar, según algunos expertos, vinculada a nuestra evolución como especie, ya que muchos animales depredadores cazan en ausencia de luz, por lo que el cerebro primitivo podría asociar la oscuridad con amenazas desconocidas y ocultas. También la falta de seguridad y confianza en uno mismo podría agravar la sensación de miedo, así como la soledad. 

Síntomas y tratamiento de la nictofobia

Como ocurre en todas las fobias, los síntomas pueden ser muy diferentes en cada caso pero, con frecuencia, la nictofobia está asociada a evitar salir de casa o caminar por la calle por la noche, nerviosismo y ansiedad anticipatoria, angustia, imposibilidad de dormir sin una luz encendida, activar comportamientos de evitación e incluso síntomas fisiológicos, como aumento del ritmo cardiaco, temblores y sudoración

Muchos de los síntomas son comunes a todas las fobias, ya que el cuerpo y la mente reaccionan de forma muy similar ante cualquier miedo irracional al que una persona fóbica tenga que enfrentarse. La nictofobia puede estar relacionada, según algunos estudios, con trastornos del sueño, como el insomnio, lo que puede influir notablemente en el bienestar y la calidad de vida de quien la sufre.  

La nictofobia se puede tratar para superarla o, al menos, reducir la gravedad de los síntomas. Muchos psicólogos lo hacen a través de la terapia cognitivo-conductual, utilizando procesos de desensibilización. Las técnicas de relajación, la respiración profunda y el mindfulness pueden ayudar también a superar este miedo de forma progresiva.