En tiempo de mascarillas, caen las máscaras. La del Gobierno, que ha levantado el confinamiento total y ha enviado al trabajo a millones de trabajadores sin haber conseguido que el coronavirus siga cobrándose centenares de vidas día tras día. ¿Qué prima más, la tragedia humana o la económica? No busquen demasiado, la respuesta la tenemos delante de las narices. Madrid ha escogido entre el banco y el crematorio, entre el corazón y el bolsillo.
Jordi Basté no se lo quiere creer. Su célebre "¡no puede ser!' es hoy un clamor de indignación contra la mezquindad de unos dirigentes que vuelven a poner en riesgo las vidas humanas por las cuentas. El mensaje que nos envían, diáfano: "no podrá acompañar a sus muertos, dejándolos solos, pero ¡enhorabuena! A cambio podrá ir a trabajar". El locutor de RAC1 se hace cruces. Sánchez y compañía no han entendido nada, ni siquiera fijándose en Italia, el espejo que les tendría que guiar en este complicado y funesto camino. Aquí priorizan banderas, arengas e himnos en vez de la ciencia y el sentido común. Todo para intentar, de forma temeraria, maquillar datos, saldos y balances. Su acidez es brutal: "espero comerme este delantal, pero si dentro de 15 días vemos un aumento de muertos en España, tranquilos: estaremos salvando la economía".
Después oiremos aquellas críticas de sabelotodos desde Madrid contra Boris Johnson, Trump y sus adláteres. La realidad, sin embargo, es que son lo mismo. Y el problema lo entiende hasta los niños y niñas de primaria: reavivarán la catástrofe humana, y no quedará economía por salvar.