Defensor sistemático y radical del humor sin límites, este pasado fin de semana he disfrutado como todo el mundo con la burla sobre el transatlántico imperial de Piolín y compañía. La befa lleva a la catarsis y siempre va bien escarnecer todo lo ridículo que se esconde en la represión, pero haría falta que los chistes no nos hagan olvidar el pequeño detalle que, escondidos en los rostros de los Looney Tunes, en el puerto de Barcelona salvan a centenares de policías equipados con metralletas a quien se ha dado la orden expresa de impedir un referéndum legítimo. Bienvenidos sean los claveles y las ocurrencias, pero si alguna cosa hace falta retener en el magín de estos últimos días es la normalidad con la que el Estado ha desplegado a la milicia en el territorio catalán, un dispositivo teñido de cánticos toreros (¡¡¡A por ellos, oeee!!!) con que Rajoy y el Club 155 han dejado bien claro que no dudarán a desplegar a la policía en los colegios electorales.

Este movimiento de represión es sólo la forma de manifestar que, durante demasiadas décadas, en Catalunya las conversaciones políticas (chato, si aquí se puede hablar de todo mientras no haya violencia, etcétera) se han hecho siempre bajo la tenue amenaza de las pistolas y de la coacción. Pero recalcar todo eso, que ahora aflora sin complejos, no nos tiene que hacer olvidar la cuestión principal: a saber, la determinación del gobierno al urdir el referéndum. Afortunadamente, España no es Rusia ni estamos en el siglo XIX, terreno imperial: Rajoy puede teñir Catalunya de agentes de la Guardia Civil, pero ni el ejército napoleónico sería capaz de impedir una votación arreglada a centenares de colegios electorales esparcidos por todo el territorio, ni sus tropas osarán coaccionar centenares de ciudadanos que se pongan en sus puertas como un muro infranqueable, hecho de carne y tremendamente complicado de fallecer.

Cada persona es un muro y, en situaciones radicales, el cuerpo es nuestra única defensa. Se pueden clausurar páginas web, se puede estirar la fiscalía como un chicle y hacer actuar incluso a los conserjes de los institutos como policía judicial pero si el próximo domingo todos los votantes toman la calle, ni mil barcos pueden detener la riada. Da igual que la fiscalía o Dios nuestro señor mande a los Mossos acordonar los colegios electorales que escoja la Generalitat, porque si la gente los ocupa ni toda la fuerza del mundo nos podrá tumbar. La libertad se extiende como un virus y dudo muchísimo que ningún cuerpo policial pueda bloquear la fuerza de de miles de personas en la calle. Hasta ahora, el gobierno español ha combinado el cocktail de la represión judicial contra cargos públicos con la intención de poner el miedo al cuerpo para que la gente no vaya a votar. Pero será precisamente la acción directa del pueblo quien tumbe estas pretensiones.

Tu cuerpo es un muro infranqueable. No lo olvides, porque muy pronto te necesitaremos. Y tú, querido mosso, recuerda que también eres un ciudadano como nosotros. Al final del día, como no podría ser de otra manera, te acompañaremos a votar, porque tú tampoco tienes que tener miedo de nada.