Este verano parece destinado a ser el verano de Pedro Sánchez. Desde hace unas semanas, sólo Donald Trump es capaz de fabricar más bilis periodística que el líder del PSOE. Desde que Catalunya reclama abiertamente el derecho a la autodeterminación, que los diarios pasan el verano más holgadamente y Barcelona tiene todavía más turistas.

Hace dos años el encargado de amenizar la prensa estival fue Jordi Pujol. El año pasado los diarios dedicaron las vacaciones a linchar a Pablo Iglesias. El aspirante a Mártir 2016 es Pedro Sánchez. Tú vas al chiringuito, cenas con una mujer guapa, llamas a un amigo y todo el mundo en algun momento te pregunta, con una mezcla de escepticismo y de sorpresa: ¿hasta cuándo va a aguantar Sánchez?

Estamos tan acostumbrados a los políticos invertebrados, capaces de renegar de su propia madre para evitar que un titular los aleje de la silla, que la actitud de Sánchez desconcierta. Con la prensa de Soraya insistiendo como un solo hombre que el PSOE debe pactar con el PP por patriotismo, se hace extraño que el líder socialista todavía no se haya suicidado de un ataque de pánico.

Pujol e Iglesias han nacido para sacar rendimiento de la derrota. De ellos se espera que levanten castillos en el aire y conviertan las migajas en poemas. Sanchez es un hombre práctico de esos que aprovecha el espacio que dejan los idealistas para escalar. El líder del PSOE sabe que Jesucristo no se metió en la cama con ninguna mujer ni ningún hombre. ¿Entonces, por qué no cede?

Mi tesis es que no cede por dos motivos. Primero porque la decisión más práctica es resistir –tanto para él como para su partido. En un momento de descrédito de las instituciones del Estado, resistir contra el sistema es la forma más rápida de adquirir un barniz de heroísmo y de autenticidad, y nada le conviene tanto al PSOE como recuperar la pátina de rebeldía estética que le dio una parroquia tan fiel durante tantos años.

El segundo motivo es que Sánchez es nieto de un general franquista de Madrid. No sufre el complejo de inferioridad de muchos socialistas. En términos históricos, Felipe González y Susana Díaz son perdedores que han sido comprados por el estatus quo, no gozan de ninguna autoridad para decir a Sánchez cómo tiene que negociar su precio y el futuro del PSOE. El abuelo del líder socialista combatió bajo las órdenes de Queipo de Llano. Los republicanos le llamaban el "carnicero de zafra", pocas hostias.

Cada desprecio que Sánchez recibe del PP, da oxígeno al PSOE para seguir pidiendo la cabeza de Rajoy. Si Sánchez va a unas terceras elecciones diciendo que el presidente del gobierno en funciones debe sacar mayoría absoluta o bien dimitir, el PSOE recuperará una parte del honor que ha perdido en los últimos años y podrá volver a articular la izquierda española a su alrededor, como un Podemos arreglado.

Los diarios tocan la flauta Hamelín, y la gente se pregunta por qué Sánchez no se rinde, como si Rajoy fuera una pieza inamovible. Tiene gracia que un político joven, más frívolo que una sandía, esté poniendo a todo el mundo tan nervioso. Sin un referéndum, el único cambio que las izquierdas pueden hacer en España es echar a Rajoy –y Sánchez, que tiene a dos catalanas muy cerca, lo sabe.

El problema que tienen los globos es que basta una aguja para hacerlos estallar.