La sala de control de la central nuclear de Vandellòs II es un espacio sin entrada de luz del exterior, con centenares de botones, luces y alarmas sonoras que los que trabajan como responsables se tienen que saber de memoria. José Ramon Munuera, jefe de sala, explica que, como el resto, necesitó tres años de formación específica que se visualizan en seis estanterías llenas de cuadernos que tuvo que memorizar. Todo para hacer un trabajo que consiste en comprobar que nada falle en el núcleo de la energía eléctrica catalana, donde la rutina es la mejor de las noticias. "Me gusta aburrirme", resume.
La energía nuclear vive un momento crucial en Catalunya y España. Con el primer cierre programado de la central nuclear de Almaraz, en la provincia de Cáceres, para los años 2027 y 2028, sucesivamente se tendrán que cerrar el resto, Cofrentes en València y Ascó 1 en el 2030, Ascó II en el 2032 y Vandellòs II, la última, en el 2035. Se trata de una energía sin emisiones de CO₂, pero genera residuos radiológicos, tiene un pequeño riesgo de accidentes y depende del uranio de las minas, mayoritariamente hoy por hoy de Rusia. Es, por lo tanto, un tipo de energía que ayuda en la transición energética y así lo considera la Unión Europea, aunque apuntan que las renovables son la energía que mejor contribuye en la transición energética.
En el resto del mundo, Alemania también las ha cerrado, mientras que en el resto del mundo países como Japón, Corea del Sur, Reino Unido, Francia o China apuestan no solo manteniendo los reactores, sino abriendo nuevos.
Las energéticas que controlan la mayoría de centrales en España (Naturgy, Endesa, Iberdrola) hace tiempo que defienden la necesidad de alargar la vida. La energía nuclear genera un 50% de la electricidad que se consume en Catalunya y representa un 60% de la generación, por lo cual el sector considera clave mantener a las catalanas abiertas.
Ahora bien, las empresas que defienden este alargamiento todavía no lo han pedido formalmente y, en el caso de Almaraz, les queda poco tiempo para hacerlo porque ya está en marcha y una reprogramación requiere de un tiempo de margen. Además, desde Foro Nuclear aseguran que hay que alargar la vida de Almaraz para después hacerlo con Catalunya y vinculan el alargamiento a un alivio fiscal que la Comunitat Valenciana ya ha aprobado en Cofrentes.
O sea, que a 10 años que se cierren todas las nucleares, el sector defiende alargar la vida, pero lo vinculan a pagar menos impuestos. Aunque fueron las empresas las que pidieron cerrar, dicen que ahora la situación ha cambiado y que no se han cumplido las previsiones de cubrir bastante demanda eléctrica con renovables. En más, creen que el apagón del pasado 28 de abril, que se produjo con nucleares apagones y sin que las renovables pudieran reaccionar, "demuestra la importancia de la energía nuclear".
Es una frase que defiende también el mismo Munuera desde la sala de control, al director de la central, Antonio Martinavarro, y el de la Asociación Nuclear Ascó-Vandellós II (ANAV), Paulo Santos, durante la expedición con periodistas para conocer el funcionamiento y la historia de la central. Confían, como los trabajadores, en que la vida de Vandellòs se alargará y no se quedarán sin trabajo y prefieren no hablar de un escenario de cierre. Y creen que el apagón refuerza sus argumentos.
En funcionamiento desde el año 1988, la central Nuclear de Vandellós II es una de las tres que operan en Catalunya junto con Ascó I y Ascó II, después de que un accidente "ordinario" el año 1989 motivara el cierre de la cuarta. Tiene una potencia instalada de 1.087 MW y es propiedad de Endesa (72%) e Iberdrola (28%).
El reactor nuclear, que utiliza el uranio enriquecido como combustible, es un elemento alargado de aspecto metálico formado por barras, y es el que produce la fisió nuclear, una generación de calor que convierte el agua en vapor y genera el movimiento necesario para generar energía dentro del edificio de contención (en forma de bóveda). La energía térmica sale de este edificio hacia una gran turbina que la convierte en electricidad y, después, escapa a la red eléctrica a través de las torres de Red Eléctrica.
El complejo sistema tiene también un circuito de refrigeración que se produce gracias al agua del mar, encargada de enfriar los depósitos de vapor para que vuelvan a estado líquido antes de volver a su lugar de origen.
La central cuenta también con un edificio de combustibles donde una piscina almacena bajo el agua los combustibles radiológicos. El Gobierno espera que se alojen aquí hasta el 2073, pero el sector defiende construir antes un gran almacén donde guardar bajo tierra todos los residuos de todas las centrales nucleares, en lo que tiene que ser el gran debate nuclear una vez se completen los cierres.
De nuevo en la sala de control, suena una alarma solo porque hace más viento del normal, y nadie se altera porque forma parte del sistema de avisos protocolario, lo mismo que el día del apagón produjo una parada automática de la central, al encontrar que la red eléctrica no funcionaba. Operador de turbina, operador de reactor y jefe de sala, dirigidos por un jefe de turno, controlan todo el ciclo nuclear desde esta sala.
Pero la central, que se recarga cada 18 meses con la participación de 1.000 trabajadores extra e inversiones de más de 21 millones de euros, tiene todavía más rincones y actividades. El ANAV coordina un monitoreo del fondo marino que hay justo delante de la central y donde, como no hay presencia humana, han detectado un aumento de la biodiversidad.
Y a pocos metros de la central, después del accidente de Fukushima en Japón, que propició una mayor exigencia de los controles de seguridad, se construyó un nuevo Centro Alternativo de Gestión de Emergencias (CAGE) pensado para el escenario más distópico posible, a fin de que los trabajadores se puedan proteger si hubiera un accidente nuclear. Aislado del exterior, tiene en la entrada un control radiológico para objetos y personas, que tendrían que pasar por la ducha para sacarse la radiación.
Además de salas de control internas con ordenadores y un mapa de la región, este búnker gigante tiene camas para dormir y bolsas de comida del ejército con alto contenido calórico que permitirían alimentarse un día sin contacto con el exterior. Se trata de un refugio que sirve para reforzar la sensación de seguridad que, constantemente, se percibe en estas instalaciones, pero al mismo tiempo para constatar que el riesgo de la energía nuclear si existe un escape radiológico, aunque es muy y muy reducido y los edificios están a prueba de seísmos, existe.