En julio de 2025, Google anunció un acuerdo por el que pagó 2.400 millones de dólares para adquirir la tecnología desarrollada por una empresa emergente llamada Windsurf y contratar a sus fundadores y a un pequeño grupo de empleados clave. El resto de la empresa —unos 200 trabajadores— no fue incorporado, no recibió ninguna compensación ni participación en el acuerdo. Esta decisión, que en otros tiempos habría provocado escándalo, hoy se acepta como un movimiento estratégico. Y eso es exactamente lo interesante: el escándalo ya no existe. Lo que antes era impensable hoy es apenas una noticia. Porque algo cambió, y no es una anécdota: es una nueva regla del juego.

Windsurf era una startup especializada en tecnología de inteligencia artificial (IA). Como muchas otras empresas jóvenes del sector, había conseguido fondos de inversores que apostaban a su crecimiento, contrató decenas de ingenieros y técnicos de primer nivel, y ofrecía acciones de la empresa a sus empleados como parte del paquete de contratación. Estas acciones no se entregaban de inmediato, sino que se devengaban con el tiempo: el empleado debía quedarse, por ejemplo, cuatro años en la empresa para recibirlas. A eso se le llama “vested options”. La promesa implícita era que si la empresa crecía y era comprada por una gigante como Google, todos se beneficiarían. Pero en el caso de Windsurf, eso no ocurrió. Google compró la tecnología, contrató a los fundadores y a unos pocos más, y dejó todo lo demás.

Los tiempos cambiaron. Antes, cuando una empresa como Google compraba una startup, uno de los activos más importantes era el equipo humano. Se llevaban a los empleados, los integraban a sus filas y los trataban bien porque sabían que el talento era escaso. Además, había que cuidar la imagen ante otras startups: si se corría la voz que los empleados eran maltratados o ignorados, las futuras adquisiciones se complicaban. Pero eso se terminó. Las compañías ya no dependen de esos equipos humanos como antes, y la IA es la gran responsable.

Hoy, las máquinas pueden hacer una parte creciente del trabajo que antes hacían los humanos. No todo, aún, pero sí lo suficiente como para que el talento ya no sea tan valioso. Y lo que antes se resolvía comprando una empresa, ahora puede resolverse copiando la idea y desarrollándola internamente. Google no necesita al equipo de Windsurf: necesita su tecnología y su propiedad intelectual (patentes).

Las compañías ya no dependen de sus equipos humanos como antes, y la IA es la gran responsable

Este acuerdo marca una advertencia para los inversores y los propios empleados de startups. Ya no es seguro que trabajar en una empresa emergente te lleve a un gran premio si todo sale bien. La empresa puede ser vendida, pero si no estás entre los elegidos, tus acciones no se devengan, no se recibe nada. El trabajo, que parecía una inversión a futuro, puede no tener ningún valor. Lo que vale ahora es el algoritmo, la patente, el código y no el programador.

Vemos el comienzo del final del modelo clásico de las startups como escuelas de innovación y movilidad ascendente. El capital de riesgo buscará proyectos con propiedad intelectual (patentes) clara y transferible, y los gigantes tecnológicos capturan solo lo que les sirve. Ya no hay promesa de recompensa para el equipo completo. Y lo que queda es una economía donde cada vez menos personas son necesarias, y las máquinas ocupan su lugar.

Las cosas como son.