Desde que el ser humano se separó de sus ancestros homínidos, lo hizo por un gesto singular: usó una herramienta y decidió conservarla. No la empleó como un artilugio momentáneo, como lo hace un simio que toma un palo para extraer hormigas y luego lo descarta, sino que entendió que esa herramienta sería útil más adelante. Esa decisión marcó un quiebre evolutivo, la herramienta ya no era una extensión ocasional del cuerpo, sino la primera manifestación de un pensamiento proyectado hacia el futuro. El ser humano es, desde ese momento, el animal que guarda la herramienta.

Desde entonces, la historia del hombre es inseparable de la historia de sus herramientas. Cuchillos, lanzas, ruedas, relojes, telescopios, tornos, computadoras: cada una más precisa, más compleja, más duradera o más veloz que la anterior. Pero ninguna herramienta vino sola. El cuchillo requirió ser afilado, y así nació la piedra de afilar.

Esa piedra necesitó ser transportada, luego montada, luego mejorada. Las herramientas generan herramientas. Y cada una de ellas, en su concepción, está hecha para el ser humano: pensada en función de su cuerpo, de su alcance, de su fuerza o de su comprensión. La historia técnica de la humanidad se puede leer como un largo intento de extender las capacidades humanas sin romper el vínculo entre herramienta y usuario. Hasta ahora.

La aparición de la inteligencia artificial marca una inflexión radical. Creamos una mecanismo que, a diferencia de todos las anteriores, no necesita estar orientado al ser humano. No está pensada para ser manipulada por nuestras manos, ni para ser comprendida por nuestra mente. Al contrario: es un implemento que puede diseñar sus propias herramientas. Y lo hace en función de sus parámetros de eficiencia, no en función de nuestras necesidades, ni de nuestra anatomía, ni siquiera de nuestra lógica.

La aparición de la inteligencia artificial marca una inflexión radical

Un tornillo, por ejemplo, es una solución técnica brillante porque permite fijar piezas de manera segura y desmontable, pero también porque está pensado para que un humano pueda usarlo con un destornillador ¿Qué necesidad tendría una inteligencia artificial de seguir usando tornillos, si no requiere ni manos ni destornilladores? Nada le impide crear nuevos sistemas de ensamblaje pensados para robots, para redes neuronales, o para estructuras que jamás imaginaríamos. El circuito de retroalimentación entre herramienta y humano se rompe. Las nuevas herramientas ya no son nuestras.

Esta es, entonces, la última herramienta. No porque sea simplemente la más reciente, sino porque es la definitiva. En inglés, ultimate tiene ese doble filo: es la última en la serie y al mismo tiempo la más poderosa. La inteligencia artificial no es una herramienta más: es la que cierra el ciclo de herramientas humanas. De aquí en adelante, las que vengan serán para ella, por ella, desde ella. Nosotros, por primera vez, dejamos de estar en el centro del diseño. La historia de la herramienta, tal como la conocíamos, ha llegado a su fin.

Las cosas como son.