Los reality shows televisivos exitosos tienen un factor sorpresa muy relevante. Es necesario que haya giros inesperados, situaciones dramáticas sobrevenidas, escenas de sobreactuación, música frenética seguida de un silencio tenso. Es un patrón que se repite: desde el concursante de Masterchef que resbala y se le cae la elaboración al suelo mientras luchaba contrarreloj para entregar el plato a tiempo, hasta el típico programa de cazatalentos en el que algún miembro del jurado elimina a un candidato muy apreciado por la audiencia y por los otros miembros del jurado, causando un gran revuelo. Trump conoce bien estas dinámicas: protagonizó su propio reality show, titulado The Apprentice, en el cual los concursantes competían por dirigir una de sus empresas y un premio de 200.000 dólares. Tras ser sometidos a una serie de pruebas y esperar, de pie, frente a un Trump con cara desafiante sentado en su escritorio en medio de un silencio tenso, recibían la temida sentencia: “You’re fired” (estás despedido), que ponía fin a su paso por el concurso.

Podríamos discutir si Trump tiene un carácter que incluye todos estos rasgos de forma innata, o si su paso por diversos formatos como los mencionados le ha hecho perder las fronteras entre la persona y el personaje. En cualquier caso, el estupor con el que los economistas, analistas y diplomáticos observan el auténtico circo de las últimas dos semanas con epicentro en la Casa Blanca contrastaría con la admiración y éxito sin precedentes que sentiría cualquier productor televisivo ante las mismas actitudes –desde las escenas de firma de decretos en un estadio de fútbol seguido de lanzar los bolígrafos a la audiencia hasta el famoso cartel de cartón impreso que sostenía en las manos como si fuera el menú del día de un restaurante, recitando el arancel que le correspondía a cada país. Los hechos que se van sucediendo cumplen al pie de la letra los requisitos de todo buen reality: la pausa incierta de los 90 días, el ascenso y defenestración inesperada de Musk, la obsesión en torno a un antagonista –China–, las ideas locas, como construir casinos en la Franja de Gaza...

Los hechos que se van sucediendo en la Casa Blanca cumplen al pie de la letra los requisitos de todo buen 'reality'

La situación es inédita. Las decisiones que pueda adoptar Estados Unidos en materia de macroeconomía, divisas y comercio internacional, por razones evidentes, tienen una trascendencia que va mucho más allá de sus fronteras. Los ciudadanos de Estados Unidos son soberanos y tienen todo el derecho y la legitimidad para manifestar electoralmente que quieren gestionar el país como si fuera un programa de Alberto Chicote, pero en el momento en que estos movimientos tectónicos nos ocasionan un tsunami en Europa y Asia, surgen dudas sobre la legitimidad de estos volantazos unilaterales.

Asimismo, dentro del perímetro de Estados Unidos también podríamos cuestionar la legitimidad de decisiones presidenciales que tengan efectos de enorme relevancia durante las próximas décadas. ¿Un presidente, por muy elegido democráticamente que sea, es autosuficiente para poner punto final a la alianza atlántica que ha unido a Europa y Estados Unidos durante los últimos ochenta años? A pesar de la legitimidad legal, ¿existe legitimidad moral para enterrar, aunque sea involuntariamente, el concepto del dólar como moneda refugio de valor global en favor de una readopción del oro? El oro ha aumentado un 20% en los mercados financieros en las últimas semanas, mientras la deuda soberana de Estados Unidos se desploma a un ritmo similar. Los sucesores de Trump heredarán esta situación y poco podrán hacer para revertir cuestiones reputacionales de gran impacto que recaen sobre la geografía, no sobre el personaje.

El comercio internacional es un gran rompecabezas que ha adquirido una complejidad enorme con el paso de los años

En cualquier caso, como dicen los americanos, “it is what it is”. Es lo que hay. Nos toca surfear estas olas de la manera más razonable posible, y cuidado: es muy pronto para abrir el melón de la evaluación de daños. Los medios de comunicación han centrado el foco en las empresas catalanas y europeas que exportan a Estados Unidos, pero el embrollo es mucho más grande: ¿la capacidad productiva de China que se dirigía a Estados Unidos se desviará hacia Europa? ¿A qué precio y en qué cantidades? ¿Cómo nos afectará esta nueva y potencialmente muy agresiva competencia en nuestro mercado local? ¿Podrá Estados Unidos encontrar un proveedor alternativo para cada producto sujeto a un tipo de arancel menor que el que nos pagarían a los europeos? ¿Internalizar la producción dentro de sus fronteras tendrá un coste menor que pagar el arancel y comprarnos a nosotros? ¿Qué plazos requeriría esta internalización?

Adicionalmente, hay que tener en cuenta que el comercio internacional es un gran rompecabezas que ha adquirido una complejidad enorme con el paso de los años: Boeing tiene cientos de proveedores repartidos en decenas de países. Cada pieza enviada por uno de estos proveedores está formada por subcomponentes que, a su vez, provienen de decenas de otros países. Dibujar el árbol completo de un avión Boeing presentaría una cantidad de ramificaciones que hace absolutamente imposible modelizar el impacto real de las medidas que se discuten. Incluso existe una organización que intenta, al menos, ilustrar la dimensión de este gran embrollo: el Observatorio de la Complejidad Económica, www.oec.world

A la espera de que se vaya definiendo el dibujo resultante de los nuevos equilibrios globales, un proceso que probablemente requiere unos cuantos meses más, lo que sí podemos concluir por ahora es que todos nosotros, con un consenso inédito, volveríamos hoy mismo al anterior escenario de ausencia de aranceles y apuesta firme por el comercio global. Después de todo, quizá ha hecho falta enterrar la democracia liberal y el libre comercio para tomar conciencia de lo valiosos que eran y de cuánto los echamos de menos. Si somos capaces de volver a unir las piezas tras el estropicio de las últimas dos semanas, convendría revisar el papel de cada bloque ideológico en proteger o despreciar estos conceptos.