No hay ninguna duda que, en el mundo actual, la innovación es el motor principal de la competitividad. Si bien tradicionalmente competían basándose en la relación precio/calidad, hoy día la tendencia se ha desplazado hacia la elaboración de productos y servicios diferenciados. Eso es especialmente crítico en sociedades que buscan elevar sus estándares de vida y la calidad de sus servicios públicos y privados; en este contexto, competir únicamente en costes laborales es una pésima idea.

Para innovar no solo se necesitan ideas frescas, sino también a menudo talento y tecnología. Es por ello que la transferencia de conocimiento desde las universidades y centros de investigación hacia las empresas es crucial. ¿No obstante, cómo podemos optimizar este proceso?

El punto clave de la transferencia radica en la gestión de incentivos. Los proyectos tienen que responder a las necesidades empresariales y despertar el interés de ser aplicados de manera inmediata, y al mismo tiempo tienen que ser relevantes para las organizaciones de investigación, a fin de que éstas se involucren plenamente.

Organizar proyectos donde hay más interés en ganar la licitación que en ejecutarlos puede ser contraproducente; eso es particularmente verdad cuando se trata de fondos públicos, dado que el impacto en los resultados financieros será limitado. A menudo, este tipo de proyectos no consiguen generar innovaciones significativas que se traduzcan en nuevos productos, procesos o servicios exitosos.

El modelo prevé la doble adscripción de profesores y científicos tanto a la universidad como al centro de investigación, maximizando los recursos y estrechando la vinculación

¿Por lo tanto, cómo lo hacemos? La realidad es que no existe una fórmula mágica universalmente efectiva, pero sí conocemos muchas que no funcionan... Una de las que funciona mejor es el modelo Fraunhofer, implementado por esta red de centros de transferencia alemana. El modelo es sencillo pero requiere de una atenta implementación y supervisión. Hay muchas variaciones, pero dos características principales resaltan: La primera es la doble adscripción de profesores y científicos tanto en la universidad como en el centro de investigación, maximizando así los recursos y estrechando la vinculación entre la universidad y la investigación aplicada, promocionando el talento y la formación de grupos de investigación dentro de las universidades.

El segundo elemento clave es la gestión de incentivos siguiendo la fórmula 30%, 30%, 30%: El primer 30% corresponde a una financiación basal proporcionada por el gobierno sin retorno. El segundo 30% tiene que proceder de proyectos de investigación competitivos, tanto a nivel nacional como europeo e internacional. El tercer 30% tiene que ser aportado por las empresas, mayoritariamente nacionales, y financiado con recursos de las propias empresas.

Esta última fracción, aportada por las empresas, garantiza la transferencia efectiva. Solo las empresas realmente comprometidas con la investigación harán este desembolso, y eso también asegura que la organización investigadora tenga incentivos para comercializar y estar en contacto con el mercado. Este es el elemento vital.

Todo eso es, evidentemente, más complejo en la práctica. Es necesario garantizar que los proyectos realizados sean genuinamente de investigación no meramente externalización de servicios, y que los resultados, especialmente los procedentes del segundo 30%, estén a la altura de los recursos invertidos. Otro aspecto a destacar es la pluralidad de centros que, hasta cierto punto, compiten entre ellos así como con las universidades, una competencia que puede ser beneficiosa.

El sistema, a pesar de no ser perfecto y raramente producir investigación disruptiva, tiende a funcionar bien para mantener las empresas en la frontera de la tecnología. ¡Lo más importante pero es situar los incentivos y dejar que hagan su trabajo!