Telefónica, STC y los sectores estratégicos

- Fernando Trias de Bes
- Barcelona. Domingo, 10 de septiembre de 2023. 05:30
- Actualizado: Martes, 12 de septiembre de 2023. 09:07
- Tiempo de lectura: 2 minutos
La historia de las civilizaciones nos enseña que ha sido una constante la lucha por el poder, el ansia de conquistar otros países, de expandirse geográfica, militar y políticamente.
Investigadores e historiadores han demostrado, con datos, que, si bien el número de contiendas bélicas en el mundo sigue siendo elevado, el número de muertes y la crudeza de los conflictos se ha reducido por vez primera en siglos. Hay historiadores y politólogos que consideran que la reducción de muertes militares y civiles en el mundo es debida al miedo a las consecuencias de las armas nucleares, pero que subyace el deseo y la intención de guerrear igualmente y que, dado que aproximadamente cada cien años se produce un importante conflicto bélico en el mundo, el próximo está a dos o tres décadas de producirse. Yo pienso que todos estos análisis y predicciones no sirven en un mundo donde las finanzas, las divisas, las empresas están globalizados y donde las telecomunicaciones, Internet y lo digital han conectado a todas las personas y lugares. Cada vez es menos interesante tirar bombas para lograr algo. Y si no, que se lo pregunten a Putin. Sea como fuere y, al menos de momento, desde la Segunda Guerra Mundial, el mundo es un lugar más seguro.
Más allá del miedo a la respuesta nuclear, ¿por qué hay menos guerras? Pues porque las guerras son cada vez menos rentables. Conquistar territorios ya no es tan relevante (¡ni necesario!) como podía serlo hace dos o tres siglos. Los conflictos y la forma de aumentar el poder de los estados se han desplazado a otros ámbitos.
Uno de esos ámbitos es el económico. Durante la segunda mitad del siglo XX, las contiendas económicas estaban en las materias primas, el petróleo, la energía, los alimentos… Este siglo XXI, se ha añadido a lo anterior la guerra de divisas (muchas de las hiperinflaciones recientes tienen que ver con el declive definitivo de ciertas monedas en los mercados internacionales) y las pugnas por hacerse con el control de compañías globales, como es el caso de las empresas de telecomunicaciones, energéticas y de banca.
Parece que, tras el asalto a Vodafone, ahora le ha llegado el turno a Telefónica. El refranero español es sabio y ya se sabe aquello de que “cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”. La operación guarda demasiadas semejanzas, incluso en alguno de sus colaboradores necesarios, como los bancos de inversión tras la operación, como para sospechar que esto no es un movimiento financiero, sino un intento de controlar desde otros países compañías nacionales que ha llevado décadas levantar (muchas de ellas con dinero público). Les habla un liberal y un economista que está a favor de la supresión de trabas al comercio internacional y el libre movimiento de capitales y personas. Pero todo tiene un límite y por encima de la economía está la seguridad nacional y el control interno de sectores que son estratégicos para la competitividad de todo un país.
Les habla un liberal, pero todo tiene un límite. Por encima de la economía está la seguridad nacional y el control interno de sectores que son estratégicos para un país
Las telecomunicaciones, a pesar de ser un sector liberalizado hace ya más de veinte años, lo es. Telefónica es una de las puertas económicas a Latinoamérica (está presente en 24 países), un sector fundamental en la seguridad cibernética del país, un importantísimo generador de empleo directo (más de cien mil empleados, según los últimos datos facilitados a la CNMV) e indirecto, siendo cliente de más de 14.000 proveedores.
La globalización trajo en su día la concentración empresarial. Eso está claro. Pero esa concentración no puede hacerse únicamente desde criterios económicos cuando hablamos de sectores clave. De las empresas de los sectores clave depende la salud económica de todo un territorio. Tanto la UE como la legislación española tienen previstas acciones gubernamentales de veto o de límites a las operaciones de capital para evitar que las finanzas se conviertan en una forma encubierta de conquistar países a distancia. Hay compañías que, por su tamaño, relevancia y rol no pueden concentrar la propiedad en unas solas o pocas manos. Sean estas manos nacionales o extranjeras. La atomización de accionistas, en estos casos, es necesaria.
Esperemos que el Gobierno de España, sea cual sea el que se forme, actúe en consecuencia.