Es ya un clásico. A principios de diciembre la dirección general de Agricultura (DG AGRI) de la Comisión Europea presenta su visión a medio plazo (2023-2025) de la evolución de los mercados agrarios europeos (enmarcados en su contexto mundial).

Para ello, los servicios de la DG AGRI han trabajado mano a mano con el Centro Común de Investigación y en particular el IPTS de Sevilla y la colaboración de funcionarios de la OCDE y la FAO, del Consorcio de investigación GMEMOD y de un servidor.

Mucha gente no entiende, porque no es inmediato hacerlo, que no se trata de una previsión sino de una proyección de lo que podría acontecer si las políticas actuales siguieran exactamente igual hasta el año 2035, lo que sabemos que no va a ocurrir. Es un ejercicio atrevido e importante, porque sirve de escenario de referencia para los análisis ex-ante que debe presentar en apoyo a cualquier propuesta de cambio o reforma que se haga.

Muchas incertidumbres

La era de la incertidumbre. Podríamos recuperar el título del famoso libro de John Kenneth Galbraith para describir la posible evolución macroeconómica y las relaciones geopolíticas y comerciales en los 12 próximos años.

Con respecto a las previsiones de los años anteriores, el cambio climático y sus consecuencias (temperaturas más altas y eventos climáticos extremos) aparece en primera línea junto con una recrudecida competencia por recursos naturales clave como el agua y el suelo. Desde el lado de la demanda, se toma nota de los cambios que se están produciendo. Cada vez más consumidores de la UE siguen una dieta “flexitarista” (30% en 2021) que se caracteriza por una preferencia por los productos alimenticios de origen vegetal, aunque a veces se consuma carne y el pescado. Representa un porcentaje mucho mayor que el de veganos y vegetarianos que representarían juntos “solo” un 7% de los consumidores. Esta evolución se refleja, entre otros, en una disminución de la demanda carne de vacuno y cerdo, de azúcar y de vino. En cambio, el consumo de productos lácteos se estabilizará y el de ciertas proteínas vegetales, como las legumbres, crecerá. La reciente inflación alimentaria está frenando estas evoluciones, pero no se ha considerado que se vayan a revertir.

Sin sorpresas, el informe destaca el papel central de la Política Agraria Común en la supervivencia del sector agrario europeo y destaca su importancia para apoyar la transición agroecológica de los agricultores hacia sistemas de producción más sostenibles, al tiempo que se vuelven más resilientes y competitivos.

Menor crecimiento de la productividad

En estos últimos años, el crecimiento de la productividad de la agricultura se ha visto potenciado por el ajuste estructural, explotaciones más grandes y productivas, en toda Europa pero, en particular, en los “nuevos” estados miembros de la Europa central y oriental. Las economías de escala existen en la agricultura y han contribuido al potencial de las explotaciones agrícolas para invertir y ser más productivos y resilientes.

En un futuro se espera que estos fenómenos se ralenticen, a los que hay que sumar las consecuencias del cambio climático y los impactos en recursos naturales claves como el agua. No se menciona, de nuevo sin sorpresas, el freno a dicha productividad que podrían representar el menor ritmo de adopción en Europa, con respecto a países terceros, de las novedades surgidas de la investigación.

En cuanto a la renta de los agricultores y ganaderos, el informe apunta que los costes de producción podrían crecer a un ritmo del 0,7% anual. Como el valor de la producción agraria (en términos nominales) se incrementaría un 1,2% anual, se produciría un aumento también nominal del valor añadido bruto generado por la agricultura. Teniendo en cuenta la inflación, la renta en términos reales será en 2035 inferior a la del período 2021-23.

El informe (en inglés), para todos aquellos interesados en los mercados agrarios y/o en la evolución posible del sector agrario europeo, es de lectura más que recomendable.