En los últimos quince años, los economistas nos sentimos un poco como el replicante Roy Batty en una de las secuencias más conocidas de la película Blade Runner. Hemos visto cosas extraordinarias. Algunas que solo aparecían en los libros de texto como posibilidades teóricas: los tipos de interés negativos; otras que parecían posibilidades remotas en el seno de los países de la OCDE en el Siglo XXI, como tasas de inflación de dos dígitos. También hemos visto materializarse tormentas financieras sobre deuda soberana de países europeos, la hibernación forzada de sectores productivos completos en respuesta a la pandemia, a la Unión Europea actuando como si fuese algo más que una confederación en el terreno de la política fiscal…

En el caso de la economía española lo que más me sorprende es lo que ha ocurrido con la recaudación tributaria y con buena parte de las variables del mercado de trabajo. Aún no tenemos del todo claro a qué se debe la enorme elasticidad que han mostrado los recursos tributarios respecto a la recuperación del PIB en el último trienio. El propio Banco de España ha reconocido la existencia de un residuo sustancial pendiente de explicación.

En contraste, en el caso del mercado de trabajo, sí existen cambios normativos y decisiones políticas que pueden explicar los cambios estructurales. En particular, el despliegue de los ERTE fue una de las decisiones más acertadas que se adoptaron en Europa y en España. Permitieron que el cierre temporal no generase efectos permanentes, que no se rompiesen relaciones laborales que habría costado tiempo y esfuerzo recuperar; evitamos un fenómeno de histéresis.

En segundo lugar, atendiendo a los estudios elaborados hasta la fecha, las subidas del salario mínimo interprofesional (SMI) no parecen haber generado efectos negativos muy sustanciales en términos de volumen de empleo, pero sí una clara mejora del nivel salarial de los trabajadores que menos cobran. Efecto acentuado por la decisión de elevar el umbral de tributación para las rentas salariales. Reconozco que yo también pensaba que alzas tan importantes en tan poco tiempo serían más difíciles de acomodar en el sistema y se produciría un aumento de economía sumergida y pérdida de empleo. Pero parece que el sistema lo ha metabolizado bien.

En tercer lugar, hay que referirse a la reforma laboral, que ha permitido cambiar radicalmente el escenario de la temporalidad en España. La reforma impulsada por el Gobierno y acordada por los agentes sociales ha permitido cambiar una cultura laboral que podríamos calificar como cutre e incapaz de entender los enormes costes de la rotación laboral extrema no ya sobre los trabajadores, sino sobre la productividad de las empresas. Lo que en muchas empresas, la mayoría de las buenas, ya había de forma voluntaria y convencida, ahora se ha extendido. Y se ha hecho sin grandes problemas. Hacía falta ese empujón externo. Más empleos, más estables y mejor pagados en la franja baja. Si a mediados de 2020 nos enseñan esta radiografía de febrero de 2024, hubiera sido difícil de creer.

Y una anotación final sobre el empleo público. Es verdad que ha aumentado respecto al nivel de 2019. Pero este factor explica una parte relativamente menor del empleo neto creado, menos de la cuarta parte.

Variación anual de ocupados en el sector público y privado | Ministerio de Trabajo
Variación anual de ocupados en el sector público y privado | Ministerio de Trabajo

Según los datos representados en el gráfico, tomando como referencia el empleo en el tercer trimestre de 2019, el aumento neto de los ocupados en el sector público hasta el tercer trimestre de 2023 es de 306.000, lo que supone el 22% de los nuevos ocupados, casi 1,4 millones.