“La gente ha dejado de escribir”.

Esta frase la escuché hace muchos años, a tenor del advenimiento de la telefonía móvil, cuando esta era analógica y lo digital se limitaba a puntuales, escuetos y telegráficos mensajes de texto escritos, los famosos SMS que hoy son más bien una confirmación de un aviso, transferencia, visita médica o código de verificación y que, solo hace dos décadas, era lo único que teníamos a falta de WhatsApp.

Si algo tiene la tecnología es que nos sorprende continuamente. Extraemos conclusiones y sentamos cátedra sobre cómo cambiará nuestras vidas de forma prematura porque las predicciones lineales no sirven cuando de disrupción tecnológica se trata. Siempre sale un nuevo invento o una nueva aplicación que esfuma las anteriores y que introduce o recupera nuevos elementos que dábamos por perdidos.

Eso mismo ha sucedido con la escritura. No es que la gente haya dejado de escribir. Es que la gente escribe más que nunca. Es más. Las nuevas generaciones de profesionales prefieren gestionar comunicaciones escritas antes que orales o verbales. Se sienten más cómodos con lo textual y la palabra escrita es herramienta de gestión. Queda todo anotado; queda constancia del día y hora de la respuesta, la orden jerárquica o la propuesta o del dato enviado.

Entre nuestros adolescentes, las relaciones sociales son más intensas, fáciles de gestionar y sujetas a mayor aceptación si se realizan a través del texto que en forma presencial. He visto en carnes propias a chicos y chicas comunicarse por mensajería digital como si fueran amigos íntimos y después apenas saludarse ni mirarse a los ojos cuando se cruzan por el instituto.

En mi opinión, la palabra escrita, hasta que llegue otra tecnología que promueva e imponga en la sociedad lo contrario, se ha impuesto sobre la palabra hablada. Las comunicaciones verbales están desapareciendo del mundo empresarial. Quizás la palabra no sea “desaparecer”, pero sí limitar. Dejamos a lo presencial la comunicación espontánea y casual, así como aquella que puede ser muy delicada o promover un conflicto y, curiosamente, optamos también por hablar cuando lo que hay que escribir llevaría demasiado tiempo y vamos más rápido de palabra. Lo curioso es que los profesionales más jóvenes te dicen que no es verdad y que el problema de baby boomers y Generaciones X del mundo empresarial no sabemos resumir o centrarnos en lo esencial. Que “nos enrollamos demasiado” y que lo mismo que llevamos a una conversación hablada porque “era muy largo” se podía resumir en dos párrafos.

Son puntos de vista distintos que provienen de una educación también diferente.

El punto relevante de todo este asunto es, bajo mi punto de vista, una pregunta a la que conviene responder: ¿se trasladan adecuadamente las emociones a través de la palabra escrita?

Quizás las nuevas generaciones de profesionales son más fríos, más pragmáticos. Las emociones se las dejan en casa al salir por la puerta porque la profesión no es un escenario de los sentimientos, sino un entorno en el que se desempeña una función y se cobra por ello.

¿Es así?

Yo pienso que no. Las personas somos seres emocionales. Las emociones y sentimientos forman parte de nuestra esencia humana. Las personas somos, antes que profesionales, personas.

Y por eso creo que existe una oportunidad para aquellas organizaciones que saben reservar, preservar y favorecer un espacio y un tiempo para las comunicaciones verbales y, voy un punto más allá, presenciales. Porque no es lo mismo hablar con otro cristiano a través de una pantalla con una de las muchas plataformas digitales para reunirse, que respirar el mismo aire, vernos bajo la misma luz, tocar la misma mesa, sentir el palpitar del otro, estrechar su mano, dar una palmada en la espalda y tantas cosas que hacen de lo presencial el auténtico y más valioso lugar para lo que nos hizo humanos: el verbo.

Y por eso el teletrabajo, que está muy bien, tampoco sustituye, ni a base de Teams, Zooms y Meets, la comunicación verbal en un mismo lugar. Jamás en mi vida he construido o forjado un compromiso con un proyecto, con una misión o he resuelto un conflicto de verdad sin verme cara a cara con la persona, sin pantallas de por medio.