Como es bien sabido, Robin Hood era un bandido bueno, un héroe mítico que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Usando su ingenio y audacia, luchaba contra la injusticia y los abusos de los ricos, ayudando a los más necesitados.

Y evoco a Robin Hood a colación del cheque alimentos cuya veda para solicitarse se abrió este mes. Doscientos euros, ayuda única, para aminorar el impacto de la inflación en la economía de los más desfavorecidos. Se deja fuera a pensionistas, por cierto, porque estos van sobrados, digo yo. Así como a los que perciben renta mínima vital, pues como ya reciben lo que en realidad no les toca, pues no vamos a darles más aún, que reincidir es de tontos. Hechas estas apreciaciones de una lógica aplastante, se brinda el taloncito a aquellos hogares cuya suma de ingresos está por debajo de los 27.000 euros y que no tengan patrimonio, vivienda excluida, por valor superior a 75.000 euros porque, claro, si tienes ahorro significa que te sobra dinero para absorber la inflación. El mensaje está claro. Si ahorras no te van a ayudar. Oiga, pero es que yo gano menos de 27.000 euros, lo que pasa es que tengo 75.000 euros ahorrados porque llevo más de diez años haciendo unos esfuerzos que no puede usted ni imaginar. Ya, pero él no ahorró porque, aunque ganaba lo mismo, seguramente no podía y usted sí que podía. Claro, claro, lo entiendo, como no podía hacer sacrificios, pues tiene más derecho que yo.

De la anterior ayuda, que también fue de 200 euros, solo acudieron a solicitarla el 20% de las familias potencialmente válidas. ¿Qué pasó? ¿Acaso la gente no se entera? No creo que fuera eso. Es más bien que, para cobrar, hay que informar de una serie de cositas a la Agencia Tributaria. Cositas tales como cuánta gente está empadronada bajo un mismo techo, cuánto ganan cada uno y qué tipo de parentesco te une o desune con esas personas. Y, claro, el mundo de los necesitados no es el mundo de los ricos, ¿sabe usted? Y en este país de viviendas inasumibles, el inmigrante, el joven o el superviviente ha de recurrir a esquemas de hábitat y convivencia que difícilmente el Ministerio de desarrollo e inclusión social sería capaz de codificar y para el que no sería ni siquiera posible ponerle nombre, a pesar de su demostrada creatividad en el tema. En definitiva, que para cobrar, hay que dar una información a la Agencia Tributaria y que inmigrantes y supervivientes tienen miedo de desvelar.

Pero, bueno, volvamos a Robin Hood. ¿De dónde robaba? Robaba de los impuestos que recaudaba el Sheriff de Nottingham. ¿De dónde salían éstos? Pues no eran impuestos de los ricos: eran los que pagaban precisamente los pobres. Robin Hood, en realidad, recuperaba el impuesto de los pobres para devolvérselo. Y eso es bien distinto. Y este es un detallito que a los populistas se les suele escapar. ¿Quieren liberar a la gente del castigo de la inflación? Pues dejen de darles regalitos y erradiquen sus impuestos directos: maximicen su renta disponible. Porque les recuerdo que la inflación tiene una definición real y otra encubierta. La inflación se define en economía como el aumento de los precios. Y en economía prohibida (escribí hace tiempo un librito llamado El libro prohibido de la economía con muchas definiciones similares) a la inflación se le considera un impuesto encubierto. A través de la creación de masa monetaria se detrae capacidad de compra, generando un impuesto que no se paga directamente, pero que, a efectos prácticos desemboca en el mismo resultado: más dinero en las arcas públicas y menos en los bolsillos de la gente.

Por lo tanto, aprendamos dos lecciones. La primera, que la inflación es una forma encubierta de impuesto. Y, segunda, que si lo que se desea es ayudar a la gente, lo mejor que puede hacerse es bajarle los impuestos directos a esa gente.

Se agradeció la reducción de IVA, pero buena parte se la quedó la distribución. Déjense de indirectos. Rebajen IRPF y verán como la gente puede absorber la inflación. Tomar dinero de los pobres vía inflación cuando además tributan IRPF y luego regalarles un cheque de 200 euros para parecerse a Robin Hood es ser más falso que un duro sevillano. Consiste en hacer de Sheriff de Nottingham por las mañanas y de Robin Hood por las tardes. El juego del trilero.

Pero, claro, ¿saben ustedes? Ser Robin Hood es muy, muy guay. La gente te adora, eres generoso, valiente y bueno. Y dar dinero es una fuente de poder. Tratar de controlar los precios, dar cheques y poner impuestos al ahorro (que defino como el impuesto al dinero que ya ha tributado todo lo que tenía que tributar) proporciona votos. Nadie en el bosque de Sherwood querría otro líder que no sea Robin Hood. ¿Por qué? Pues porque reparte dinero. Y no hay otro motivo más.

Doscientos euros no es ni el 1% de la renta anual de esas familias. Que, vale, que son doscientos euros y bienvenidos sean. Pero óigame, quíteles el IBI, las basuras, el impuesto de circulación, su parte de cotización a la Seguridad Social, los autónomos, elimíneles las retenciones y suban el mínimo para tributar IRPF a 30.000 euros y verán como se les arregla el problema. Pero dejen de repartir calderilla para demostrar quien manda aquí.

Por cierto, al final de la película, Ricardo Corazón de León regresa y corona a Robin Hood. Literalmente, dice: “Yo te corono como rey de los ladrones”.