Europa ante el espejo: la soberanía digital como ficción política
- Mookie Tenembaum
- Phuket (Tailandia). Viernes, 7 de noviembre de 2025. 05:30
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Europa persiste en la ilusión de que recuperará un liderazgo tecnológico que nunca tuvo. Durante décadas confundió el diseño institucional con la innovación, la regulación con la estrategia y la retórica con la ejecución. El nuevo plan para desarrollar inteligencia artificial (IA) “soberana” repite el patrón: un gesto político disfrazado de ambición industrial. Lo que se presenta como una apuesta por la autonomía digital es, en realidad, una maniobra defensiva para maquillar el hecho de que el continente depende estructuralmente de Estados Unidos y Asia en todo lo que importa, como el hardware, software, capital y conocimiento técnico.
El discurso europeo sobre la soberanía tecnológica funciona como un símbolo, no como una realidad. Las instituciones comunitarias hablan de independencia mientras compran servidores de Amazon, procesadores de Nvidia y componentes fabricados en Taiwán. Prometen “modelos propios” cuando ni siquiera poseen la infraestructura energética ni la densidad de talento para sostenerlos. Europa es hoy un conjunto de economías administradas, no de potencias tecnológicas. Lo que alguna vez fue una ambición industrial se transformó en un sistema de subsidios y consultorías donde la productividad se reemplaza por el cumplimiento de normas.
Cada nuevo plan europeo repite la misma estructura: diagnósticos correctos, objetivos grandilocuentes y ejecución ineficiente. El resultado no cambia. Miles de millones se distribuyen en proyectos fragmentados, capturados por burocracias nacionales o empresas que viven de fondos públicos. Ninguno de esos proyectos genera una escala real ni un retorno competitivo. Las inversiones se dispersan en iniciativas simbólicas, incapaces de competir con el músculo financiero, computacional y logístico de Estados Unidos o China. Es la repetición de un patrón histórico: gastar más para obtener lo mismo.
Las instituciones de la UE hablan de independencia mientras compran servidores de Amazon, procesadores de Nvidia y componentes a Taiwán
El problema no es la falta de recursos, sino la falta de pragmatismo. Europa invierte en programas que no buscan resultados medibles, sino afirmaciones ideológicas: “soberanía”, “ética”, “inclusión”. Palabras que tranquilizan la conciencia política, pero no producen tecnología. Mientras tanto, la distancia con los líderes reales de la IA se amplía de forma irreversible. La carrera terminó. Los centros de decisión, los laboratorios y las cadenas de valor están en otro lado. Lo que queda en el continente es consumo, regulación y discurso.
Europa debería asumir su rol dentro del orden tecnológico global en lugar de seguir fingiendo independencia. Es un vasallo sofisticado: rico, estable y dependiente. Estados Unidos provee la infraestructura digital, Asia produce el hardware y Europa compra tiempo político con declaraciones sobre “estrategias de futuro”. Su verdadera política industrial es la compra. Y su estrategia de innovación consiste en intentar regular lo que no puede crear.
Anunciar grandes planes solo prolonga la farsa. Invertir más dinero en la misma estructura improductiva es simplemente tirar buen dinero detrás del malo. Lo que falta no es dinero ni talento, sino coraje para reconocer que el proyecto de autonomía tecnológica europea fracasó hace tiempo. Mientras siga atrapada en la confusión entre símbolos y hechos, Europa continuará siendo lo que ya es: una civilización posindustrial gestionando su propio museo tecnológico.
Las cosas como son.