En la madrugada del 13 de junio, el mundo presenció uno de los ataques militares más sofisticados del siglo XXI: un golpe quirúrgico, masivo y sorpresivo de Israel sobre decenas de objetivos militares, nucleares y estratégicos dentro del territorio iraní. Aunque muchos analistas centraron su atención en los aviones, los misiles o las explosiones, la verdadera clave de esta operación no estuvo en lo visible, sino en lo invisible: la inteligencia artificial (IA). Israel lanzó un ataque convencional, y al mismo tiempo desplegó, por primera vez a gran escala, una guerra diseñada, ejecutada y administrada con sistemas de IA que le permitieron operar con una ventaja asimétrica absoluta. Irán, en cambio, depende de sistemas humanos, reactivos, lentos y muchas veces burocráticos. Esta es la diferencia fundamental que marcó el resultado. La IA fue la carta invisible que decidió todo.

El proceso comienza mucho antes del primer disparo. Para preparar un ataque así, hace falta identificar cientos de objetivos simultáneos: radares, sistemas antiaéreos, silos de misiles, centros de comando, pistas de despegue, reactores nucleares, convoyes móviles y edificios camuflados. Esto ya no lo hacen analistas uno por uno, revisando imágenes satelitales como hace una década. Hoy lo hace la IA. Sistemas entrenados con millones de imágenes y datos detectan, clasifican y priorizan cada blanco, incluso cuando están semiocultos, enterrados o rodeados de estructuras civiles. Para entenderlo mejor: es como si uno necesitara encontrar 200 coches con bombas ocultos en una ciudad de un millón de vehículos, y un sistema automático analizara en minutos las cámaras de seguridad, los patrones de movimiento, los mensajes por celular y los consumos de nafta para decir con un 95% de precisión dónde están.

El segundo paso es la coordinación del ataque. Israel desplegó más de 200 aeronaves que debían atacar 100 objetivos distintos en diferentes provincias iraníes, desde Natanz hasta Tabriz. Esto requiere una sincronización absoluta: tiempos de vuelo, rutas seguras, cobertura de radar, prioridad de blancos y ventanas de oportunidad. Aquí también la IA es clave. Un sistema humano necesita horas y decenas de operadores para planificar una misión. Un sistema de inteligencia artificial lo hace en minutos, adaptándose en tiempo real si cambian las condiciones. Es como organizar una mudanza de 200 camiones que tienen que pasar por calles estrechas, evitando controles policiales, y llegar a destino exacto en el mismo segundo. Ningún humano puede calcular eso en tiempo real. Un sistema inteligente, sí.

Israel lanzó un ataque convencional, y al mismo tiempo desplegó una guerra diseñada, ejecutada y administrada con sistemas de IA

Durante el ataque, los drones suicidas y los misiles fueron guiados por algoritmos que no solo trazaban la mejor ruta, sino que también reaccionaban ante obstáculos inesperados. Si un radar se activaba de forma repentina o si un objetivo cambiaba de lugar, el sistema ajustaba el trayecto o reasignaba el blanco. La IA operaba como un piloto autónomo, capaz de reconocer en milisegundos qué hacer ante una nueva amenaza. Para el observador común, esto equivale a un coche autónomo que conduce de noche por una ciudad caótica, esquiva pozos, peatones y calles cortadas sin que el conductor tenga que intervenir.

Otro aspecto crucial fue la neutralización de los sistemas de defensa iraníes. Muchos radares fueron hackeados antes del ataque, dejándolos ciegos. Esto no se hizo con manuales ni con técnicos en una computadora, sino con sistemas que aprendieron a detectar vulnerabilidades en redes específicas y ejecutaron ataques de interferencia de forma automática. No es muy distinto de cuando un antivirus detecta una amenaza desconocida, aprende su patrón y la neutraliza antes de que haga daño. Solo que aquí se trata de radares militares, con consecuencias de vida o muerte.

Una vez iniciado el contraataque iraní, la defensa aérea israelí se activó de inmediato. Lo que el mundo conoce como Cúpula de Hierro, Honda de David o Arrow 3 no son simplemente misiles interceptores. Son plataformas que incluyen sensores, radares, software predictivo y motores de decisión. Cada vez que un misil es lanzado hacia Israel, el sistema evalúa su trayectoria, su velocidad, su posible impacto y su peligrosidad. Decide si lo intercepta o no, cuál sistema lo hace, desde qué ángulo y en qué momento. Todo esto ocurre en fracciones de segundo. Es como si un arquero recibiera cien pelotas de tenis disparadas desde distintos ángulos, velocidades y trayectorias, y tuviera que elegir cuáles atajar, con qué mano y en qué orden, en menos de un segundo.

La diferencia no fue solo táctica o estratégica. Fue tecnológica. Fue de siglo. Israel operó con herramientas del siglo XXI; Irán, del siglo XX

La inteligencia artificial también tuvo un papel en el análisis posterior. Mientras los ataques ocurrían, sistemas de IA procesaban las imágenes en vivo, evaluaban daños, confirmaban muertes de objetivos y redirigían recursos si hacía falta. Un sistema aprendía en tiempo real: si un edificio no colapsaba como se esperaba, se enviaba un segundo ataque. Si un radar se reactivaba, se lo volvía a cegar. Es un proceso continuo, no lineal. Como un jugador de ajedrez que ve 20 movimientos por delante, pero con la capacidad de adaptar la jugada a cada segundo.

Mientras tanto, del otro lado, Irán respondió con lo que tiene: misiles balísticos convencionales, drones sin guía autónoma, radares analógicos y sistemas de comando con retardo. Por más cantidad que se dispare, si no hay velocidad, precisión y adaptabilidad, el resultado es predecible. La diferencia no fue solo táctica o estratégica. Fue tecnológica. Fue de siglo. Israel operó con herramientas del siglo XXI, Irán con herramientas del siglo XX. Lo que permitió a Israel lanzar, golpear, desaparecer y protegerse fue la capa invisible de inteligencia artificial que lo administra todo.

En esta guerra, el dominio no se mide solo por el poder destructivo. Se mide por la capacidad de anticiparse, de coordinar, de adaptarse y de tomar decisiones en milisegundos. Todo eso lo hace hoy la inteligencia artificial. Y esa es la diferencia entre ganar y perder. La IA fue el cerebro que pensó, ejecutó y corrigió el ataque en tiempo real. Fue el piloto invisible. Fue el director de orquesta. Y por eso el mundo aún no termina de comprender lo que ocurrió. Porque no vio lo esencial: la guerra del futuro ya empezó. Y está dirigida por máquinas que aprenden.

Las cosas como son.