La crisis bancaria en los Estados Unidos, con el colapso del Silicon Valley Bank, Signature Bank i Silvergate, ha sacudido los principales mercados financieros, obligado el gobierno norteamericano a lanzar un generoso plan de rescate en protección de los intereses de los depositantes y despertar el pánico a un nuevo episodio de crisis financiera.

El Silicon Valley Bank (SVB), con unos activos superiores a los 200.000 millones de dólares, es el banco de referencia para las start-ups tecnológicas del Estado. Casi la mitad de las empresas creadas en los últimos años tienen cuentas abiertas. Era una pieza clave, pues, en el complejo e imbricado sistema de financiación de la principal maquinaria generadora de innovaciones en el país. Un elemento que probablemente haya tenido su peso en la respuesta política a la crisis.

¿Por qué volvemos a estar ante un episodio de crisis bancaria? El punto en común de estas quiebras es, otra vez, una deficiente gestión del riesgo por parte de las instituciones financieras. Pero al trasfondo encontraremos otros motivos que nos resultarán familiares.

A su activo, el SVB tenía una concentración excesiva de inversiones hechas en deuda pública a largo plazo y en activos financieros basados en hipotecas mientras que su pasivo se nutría esencialmente de depósitos a corto plazo procedentes de empresas de base tecnológica y que esencialmente operan mediante internet.

El problema de la inversión en deuda a largo plazo es que cuando los tipos de interés suben su valor se ve reducido al mercado porque los inversores prefieren los nuevos títulos de deuda, pues ahora los ofrecen un rendimiento más elevado. Y aquí radica el problema principal. Cuando el riesgo de inflación aparece es esencial invertir a corto plazo, con el fin de poder renovar la cartera con frecuencia y aprovechar así las alzas de tipos de interés que se van produciendo, un mantra que los estudiantes de economía internacional tienen grabado a fuego. La lucha sin compasión de la Reserva Federal contra la inflación ha elevado rápidamente los tipos de interés hasta el 4,75% e inducido que el rendimiento de los buenos americanos pasara en pocos meses del 2% además del 4%. En consecuencia, el valor de mercado de los títulos antiguos se desplomó. Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, ya adelantó que el endurecimiento de la política monetaria generaría traumas y dolor, pero seguramente no debió tener en la cabeza el SVB cuando pensaba en las víctimas del proceso.

Nada imprevisible, en la medida en que los mecanismos de regulación y supervisión financiera en los Estados Unidos han vuelto a quedar en evidencia. Una de las consecuencias de la terrible crisis financiera iniciada en el 2008 fue el aumento en los requerimientos de capital y liquidez al sistema bancario, el establecimiento de planes de contingencia y un proceso de supervisión más frecuente y estricto. Pero justo antes de la pandemia, el Congreso aprobó que la banca de dimensión media quedara parcialmente exenta. Ahora, el banco central tiene que responder a toda prisa improvisando una línea de cobertura financiera para las entidades con inversiones en deuda pública. Es decir, todas.

El episodio coge notoriedad e impulso por dos elementos adicionales. Por una parte, por los errores de gestión interna. En situaciones de incertidumbre económica, los gestores financieros acostumbran hacer cobertura de riesgos ante los cambios en los tipos de interés mediante el uso de instrumentos financieros como los swap. Los directivos del SVB no lo hicieron así, dejando la evolución del valor de sus activos al libre albedrío de un mercado financiero convulso. De la otra, por el rol de las tecnologías digitales. Las TIC han facilitado la eficiencia del sistema financiero pero también acelerado los riesgos de quiebras bancarias. Las retiradas de depósitos del banco se produjeron masivamente y sin colas en la calle, mediante el uso de dispositivos electrónicos. En menos tiempo de lo que dura un fin de semana festivo, el banco ya estaba en situación de quiebra y sin opción de reestructurar y vender activos para hacer frente a las demandas de sus clientes. Demasiado poco y demasiado tarde.

En estas circunstancias, la Administración Biden ha garantizado la cobertura de todos los depósitos de los clientes del SVB. El argumento utilizado es evidente: no se tiene que permitir que aquellos que trabajan duro para generar innovaciones y enriquecer el país se hagan responsables de los errores de gestión o supervisión de un sistema financiero a quienes han confiado sus ahorros.

Pero la situación también tiene una lectura complementaria que tiene que ver con el concepto económico del riesgo moral. Es decir, del incentivo a actuar sin tener en cuenta los riesgos cuando quien actúa se siente protegido de las consecuencias de sus acciones. Nos encontramos ante un nuevo episodio de malas prácticas de gestión bancaria, como las ya vividas y sufridas en Europa y los Estados Unidos quince años atrás y que, en el caso europeo, tuvieron respuesta con rescates bancarios elevados y una costosa política de devaluación interna basada en una austeridad dirigida a proteger los intereses del lado acreedor del conflicto. Ahora, los accionistas y tenedores de bonos corporativos del SVB pagarán laso consecuencias. Pero los riesgos de mayor concentración bancaria no son ninguna bagatela, debido a la pérdida de reputación y confianza en las instituciones financieras de menor dimensión.

Y ¿ ahora qué?, se pregunta el mercado. Los riesgos de contagio directo en el sistema bancario europeo son limitados, por la diferencia de regulaciones, mecanismos de supervisión y estructura. Pero los efectos indirectos son otro cantar. El baile de intereses empezado en primavera pasada tendrá un nuevo capítulo estos días. Esta vez le tocará al BCE mover pieza antes que la Reserva Federal y la evolución de la inflación subyacente no hace esperar que la gobernadora Lagarde afloje el ritmo. La respuesta de la Reserva Federal días después determinará si giramos ninguno un entorno más estable o enfilamos un camino más empinado.