Esta semana quiero dedicar mi columna en ON ECONOMIA a algo que parecerá muy obvio: la separación de canales en las relaciones profesionales. Vaya por delante que el participio de obvio es “obviado”, así que, a menudo, tendemos precisamente a desconsiderar lo principal. ¿A qué me refiero cuando hablo de la separación de canales? Me refiero a que es casi imposible que no se mezcle lo profesional con lo personal y, a veces también, lo familiar.

Las áreas donde esta mezcla es más habitual en el emprendimiento. Cuando el nuevo emprendedor no lo hace en solitario, sino acompañado por un amigo o familiar. Es entonces cuando se adoptan acuerdos que se sustentan o se ven condicionados por las relaciones personales, y no por criterios verdaderamente profesionales. Para evitar estos errores que, a la postre, desembocan en situaciones muy tensas y conflictos que pueden perfectamente arruinar el proyecto empresarial, propongo dos ejercicios muy simples y clarificadores.

El primero es preguntarse si las condiciones que se van a aceptar serían las mismas que acordaríamos con un tercero, con una persona con la que no tuviésemos relación alguna de ningún tipo. Recomiendo tomar una hoja de papel y anotar, en caso de estar cerrando el mismo acuerdo con un tercero, qué es lo que aceptaríamos y lo que no.

El segundo ejercicio llega cuando hay que sentarse con el familiar o con el amigo para hablarlo. Decirle a un ser querido o apreciado que va a ser tratado como un tercero no es agradable, así que aquí lo que funciona muy bien es la reciprocidad. Lo llamo el ejercicio de los sombreros. Se propone a la otra persona o personas ponerse el gorro de empresarios o de socios cuando se trata de realizar pactos societarios. Esos acuerdos son de tú a tú, y cada una de las aportaciones debe ser evaluada y valorada de acuerdo a criterios de mercado. El dinero es dinero. Si uno aporta un local o un espacio para trabajar, se computa lo que costaría en el mercado. Si alguien aporta una idea, también se valora. Lo mismo equipamiento, maquinaría e incluso contactos comerciales o clientes.
Cuando llega el momento de retribuir el trabajo, hay que quitarse el gorro de emprendedores y ponerse en otro canal. El canal de empleador y trabajador. Si yo fuera un trabajador, ¿cuál sería el acuerdo justo? Tanto en la dedicación como en las tareas. Suele haber una confusión y tender a premiar el riesgo de subirse a un nuevo barco de destino incierto en forma de salario, cuando el premio por el riesgo está en la participación empresarial, y esta nunca se mide en forma de horas de trabajo.

Otro de los ámbitos donde la mezcla entre lo personal y lo profesional produce estragos es en aquellas situaciones en las que existe una relación profesional determinada y se abre otra distinta. Por ejemplo, imaginemos un jefe y un subordinado que deciden invertir juntos en bolsa o que deciden poner dinero en una iniciativa fuera de la organización en la que trabajan. Uno de ellos, por ejemplo, ha visto un piso en venta que está muy bien de precio y deciden adquirirlo para luego arrendarlo un tiempo. En estas situaciones, la asimetría previa en la relación produce un condicionamiento en el otro asunto. Sin quererlo ambos, a la hora de tomar decisiones, uno tenderá a creer que tiene más autoridad que el otro. A la postre, suele ser un foco de conflictos.

Mi recomendación en estos casos es similar a la de los gorros. Lo llamo separar canales de comunicación. Hay que ser muy claros. Ahora estamos en modo jefe-subordinado. Ahora estamos en modo amigos. Ahora estamos en modo inversores. De no hacerlo así, el problema es que criterios de fuera de un ámbito condicionan las relaciones, decisiones y reparto de dinero de un ámbito distinto, con lo que siempre, absolutamente siempre, va a producirse una injusticia económica, un malestar de alguna de las partes y un conflicto asegurado.

Si algo he aprendido con los años, es que las relaciones económicas han de ser éticas, honestas y correctas. Pero también racionales y no emocionales. La emoción es necesaria en gestión de personas, por supuesto. Pero no para cerrar acuerdos, firmar contratos, realizar inversiones o poner dinero en un negocio.

Con estos menesteres hay que ser persona, pero hay que ser muy frío y activar nuestra dimensión racional. Decía mi madre, que en paz descanse, que más vale una vez morado que ciento colorado. Pues eso. Mejor dejar las cosas bien claras de un inicio y una sola vez, que tragarse después muchos sapos indeseados y ser amigos… para siempre.