El recientemente galardonado con el Premio Nobel de Economía, Philippe Aghion, no es un economista más obsesionado con fórmulas o gráficos. El francés, reconocido por haber renovado la teoría del crecimiento económico junto a Peter Howitt y Joel Mokyr, ha puesto sobre la mesa una idea que hoy es más relevante que nunca: la innovación puede ser un motor de prosperidad o una fuerza de desigualdad y destrucción si no se acompaña de buenas políticas.
Aghion ha sido premiado por haber explicado cómo las economías modernas crecen no por acumulación de capital o recursos, sino por un proceso continuo de “destrucción creativa”. Cada nueva tecnología sustituye a la vieja, cada empresa innovadora desplaza a otra que ya no se adapta, y cada avance obliga a repensar la organización de la sociedad. Y en el contexto actual, con la inteligencia artificial como gran protagonista, su teoría adquiere una gran dimensión.
Para Aghion, la IA no es solo una herramienta tecnológica, sino una fuerza capaz de redefinir el crecimiento económico. En diversas intervenciones públicas, el economista ha remarcado que la automatización inteligente puede multiplicar la productividad, crear sectores enteros y abrir mercados impensables hasta ahora. “Cada revolución tecnológica cambia no solo la manera de producir, sino también la manera de pensar”, dice a menudo. Desde la salud hasta la industria, pasando por los servicios financieros o la educación, la IA está generando una ola de innovación. Pero, según Aghion, esta ola puede ser tanto creadora como destructiva. Si se acompaña de políticas públicas inteligentes, puede impulsar el crecimiento sostenible. Si no, puede dejar atrás a miles de trabajadores y acentuar las brechas sociales.
El francés considera que la IA también puede ser una aliada de la transición verde: permite optimizar procesos industriales, reducir emisiones y aumentar la eficiencia energética. Por eso, él defiende que la innovación tecnológica no puede desvincularse de la sostenibilidad ambiental. “El progreso y la lucha contra el cambio climático no son incompatibles, son dos caras del mismo futuro”. A pesar del optimismo que desprende, Aghion no es un tecnólogo ingenuo.
Sus investigaciones muestran que la tecnología puede concentrar poder y riqueza si los gobiernos no intervienen con visión estratégica. Uno de los peligros que más le inquietan es la concentración de poder tecnológico en manos de unas pocas “superempresas” globales, capaces de dominar mercados enteros gracias al control de datos, algoritmos y talento. Esta situación, advierte, puede frenar la competencia y acabar ahogando la innovación misma. “Sin competencia, la destrucción creativa se convierte solo en destrucción”, ha advertido el experto.
El otro gran riesgo es la polarización social. Las personas con formación técnica y acceso a la tecnología pueden prosperar, mientras que otros colectivos corren el riesgo de quedar excluidos. Si la IA sustituye tareas rutinarias sin que haya programas de recalificación, el resultado puede ser una nueva ola de desigualdad estructural. Aghion también alerta del peligro del estancamiento: economías que innovan poco, atrapadas en tecnologías intermedias, y que pierden competitividad ante las grandes potencias tecnológicas. “Europa no puede permitirse quedarse al margen mientras Estados Unidos y China marcan el ritmo de la innovación”, afirmó en una entrevista reciente.
Ante estos retos, el nuevo Nobel no se limita a hacer diagnósticos. Propone una agenda de políticas concretas para asegurar que la revolución digital beneficie a todo el mundo. En primer lugar, defiende una política de competencia más fuerte para evitar que las grandes corporaciones tecnológicas monopolicen el mercado. Es necesario, según el criterio de Philippe Aghion, “más espacio para los nuevos entrantes”, más apoyo a las pequeñas y medianas empresas que quieren innovar, y una regulación que se adapte al mundo digital.
En segundo lugar, apuesta por una política industrial europea ambiciosa. Europa debe dejar de ser “una tierra de consumidores de tecnología” para convertirse en una potencia creadora. Esto implica invertir en investigación, conectar universidades con empresas y financiar proyectos de alto riesgo en sectores estratégicos como la IA, la biotecnología o las tecnologías verdes.
También pone un énfasis especial en la educación y la formación continua. La economía del conocimiento, sostiene, exige sistemas educativos que fomenten la creatividad, el espíritu emprendedor y la capacidad de adaptarse. Finalmente, Aghion aboga por una nueva protección social que permita a los trabajadores afrontar las transiciones tecnológicas sin miedo. Se necesitan mecanismos de apoyo, ayudas a la movilidad laboral e incentivos para que la recalificación profesional sea realmente efectiva.
El mensaje de Philippe Aghion es, a la vez, esperanzador y exigente. No cree que la inteligencia artificial sea una amenaza inevitable, pero tampoco un salvador automático. Depende de las instituciones, de la política y de la voluntad colectiva que esta revolución sirva para mejorar la vida de las personas o para profundizar las fracturas existentes. El Nobel, pues, no solo reconoce una carrera académica, sino también una advertencia: la innovación no es neutra. Puede ser una fuente de crecimiento, de progreso y de oportunidades, pero solo si la sociedad decide gobernarla con inteligencia, justicia y visión de futuro.