En un movimiento que subraya la vertiginosa carrera por la supremacía en la inteligencia artificial, OpenAI está planificando una de las inversiones privadas más cuantiosas de la historia tecnológica reciente. Según un documento publicado por The Information, la firma dirigida por Sam Altman destinará aproximadamente 100.000 millones de dólares (unos 85.000 millones de euros) en los próximos cinco años exclusivamente para el alquiler de servidores de respaldo.

Esta astronómica cifra no opera en el vacío, sino que se suma a los 350.000 millones de dólares (unos 298.003 millones de euros) que la compañía ya tenía presupuestados para el arrendamiento de su infraestructura de servidores primarios. En conjunto, estas partidas presupuestarias revelan una estrategia agresiva de crecimiento que sitúa el gasto anual medio de OpenAI en alquiler de capacidad de computación en torno a los 85.000 millones de dólares (72.372 millones de euros) anuales hasta 2030.

Para entender la magnitud de esta inversión, es crucial contextualizarla. El desarrollo y, sobre todo, el despliegue comercial de modelos de inteligencia artificial generativa como GPT-4, DALL-E o Sora requieren una potencia de cálculo que escala de forma exponencial. Cada interacción de un usuario con ChatGPT, cada imagen generada, cada consulta a la API de la compañía, consume recursos de servidor.

La carrera ya no es solamente por tener el algoritmo más inteligente, sino por poseer o controlar la infraestructura física, los centros de datos y las unidades de procesamiento gráfico, necesaria para ejecutarlo a escala global. OpenAI, a diferencia de gigantes como Google o Amazon, no construye sus propios data centers a gran escala, sino que alquila capacidad a proveedores en la nube, principalmente Microsoft Azure, su principal socio e inversor.

Esta inversión en servidores de "respaldo" no busca solo expandir capacidad, sino garantizar la resiliencia y la continuidad del servicio. A medida que millones de empresas y consumidores integran los productos de OpenAI en su flujo de trabajo diario, una caída del sistema tendría un impacto económico monumental.

Estos servidores adicionales actuarían como un colchón de seguridad para mantener los servicios operativos durante picos de demanda masiva o ante posibles fallos técnicos. Desde el punto de vista financiero, las cifras son mareantes. El presupuesto total de OpenAI para infraestructuras supera con creces el PIB de muchos países. Sin embargo, los directivos de la compañía, según las fuentes citadas, no ven este gasto como un mero coste, sino como una inversión altamente "monetizable".

La tesis interna es que esta capacidad de computación, una vez instalada, generará ingresos adicionales que aún no están reflejados en las proyecciones financieras actuales. Esto podría materializarse de dos formas:

-Investigación y desarrollo. Una mayor potencia permite entrenar modelos más grandes y complejos (como el esperado GPT-5) y desarrollar nuevos productos y servicios revolucionarios que abrirían mercados inexplorados.
-Adopción exponencial. La inversión se anticipa a un uso de los servicios muy superior al previsto. OpenAI proyecta que la demanda de acceso a sus modelos crecerá de tal forma que toda esta capacidad será necesaria y, por ende, rentabilizada.

La estrategia de OpenAI envía ondas de choque a través de toda la industria:

-Para sus competidores directos. Establece un nuevo listón de inversión, haciendo que la barrera de entrada para competir en la liga de los modelos de lenguaje grande (LLM) sea casi infranqueable para nuevas startups.
-Para proveedores de nube. Supone un negocio billonario. Microsoft, en particular, refuerza su posición como el gran habilitador de la revolución de la IA.
-Para el mercado. Señala que la era de la IA no se trata solo de software, sino de una guerra de recursos físicos y capital intensivo, similar a la que en su día libraron las grandes petroleras o empresas de telecomunicaciones.

La decisión de OpenAI es, en esencia, una gigantesca apuesta sobre el futuro: la convicción de que la inteligencia artificial no es una moda, sino la próxima utilidad omnipresente, tan crítica para la economía global como lo es hoy internet, y que merece una infraestructura acorde. El mundo espera ahora para ver si la realidad de la demanda acabará igualando la colosal ambición de su inversión.