La historia de la tecnología moderna está tachada de fechas fundacionales. Una de ellas es 1975, el año en el que un joven Bill Gates, junto a su camarada de infancia Paul Allen, puso la primera piedra de lo que acabaría siendo el coloso Microsoft, una empresa que no solo dominaría el mercado del software, sino que moldearía la forma en que la humanidad se relaciona con la máquina. Casi medio siglo después, ese mismo visionario se prepara para celebrar su 70º cumpleaños el próximo 28 de octubre, una efeméride redonda que lo encuentra en una encrucijada vital tan significativa como su legado: la transición del magnate tecnológico al estadista global de la filantropía.
Lejos de los reflectores de Redmond, Washington, la sede del imperio que construyó, la energía de Gates hoy se canaliza a través de la Fundación Bill y Melinda Gates, un vehículo filantrópico de alcance planetario. Aunque su retiro de las operaciones diarias de Microsoft es un hecho consumado, su influencia dista de haberse apagado. Al contrario, se ha transmutado. Su figura ha adquirido la estatura de un profeta secular, un oráculo cuyas predicciones sobre el futuro son buscadas con avidez por medios y líderes mundiales. Su relevancia se mantiene intacta, alimentada por la publicación de sus memorias y su presencia en plataformas como Netflix, donde analiza con mirada clínica los desafíos globales.
Fue precisamente en uno de los lugares más influyentes de la cultura popular estadounidense donde Gates ofreció una de sus reflexiones más contundentes sobre el mañana. Bajo las luces del estudio de The Tonight Show de la NBC, y ante la audiencia millonaria de Jimmy Fallon, el cofundador de Microsoft esbozó un panorama que, de materializarse, redefinirá la sociedad en la próxima década. "Dentro de diez años, la mayoría de las tareas humanas podrán ser realizadas por inteligencia artificial", declaró Gates con una serenidad que contrasta con el tono apocalíptico que a menudo rodea este debate. Su afirmación no fue una sentencia sombría, sino la piedra angular de un optimismo pragmático que ha caracterizado su visión posterior a Microsoft.
Lejos del catastrofismo que impregna muchos discursos, Gates encuadra la inteligencia artificial no como una amenaza existencial, sino como la herramienta de progreso social más poderosa jamás concebida. Su postura no es meramente teórica; está cimentada en el trabajo de campo de su fundación. Para el hombre que dedica ingentes recursos a la erradicación de la malaria, la lucha contra el alzhéimer y la mejora de la sanidad global, la IA representa un acelerador sin precedentes.
Esta convicción fue plasmada en su blog personal en 2022, donde no dejó lugar a dudas: la inteligencia artificial es, en su opinión, "la herramienta más grande para reducir la inequidad que jamás hayamos tenido". Esta frase, que resume toda una filosofía, conecta directamente con su intervención en el programa de Fallon. Gates visualiza un mundo donde los algoritmos no solo optimizan procesos industriales, sino que diagnostican enfermedades en zonas remotas sin acceso a médicos, personalizan la educación para millones de niños desfavorecidos y acortan drásticamente los ciclos de desarrollo de nuevos fármacos.
La trayectoria de Bill Gates se lee así como un díptico perfecto. Un primer acto, dedicado a democratizar el poder de cómputo a través del sistema operativo que puso un ordenador en cada escritorio. Y un segundo acto, aún en desarrollo, consagrado a democratizar el bienestar y la salud, utilizando la tecnología más avanzada de nuestro tiempo, la IA, como palanca.
Al cumplir 70 años, Gates no mira hacia atrás para contemplar el camino recorrido desde el lanzamiento de Windows. Su mirada está fija en el horizonte de 2034, un futuro que él anticipa no como una distopía de desempleo tecnológico, sino como una era de oportunidades sin precedentes para sanar las grandes fracturas del mundo. El profeta de la era digital ha encontrado en la inteligencia artificial su nuevo evangelio, y su mensaje es claro: el verdadero potencial de esta tecnología no reside en emular al humano, sino en amplificar nuestra capacidad para resolver los problemas que siempre nos han superado.