Ante una película o serie de ficción, es habitual identificarse con algunos personajes y ver en otros la exacta recreación de amigos, familiares, compañeros de trabajo o incluso jefes. Algunos patrones de conducta coinciden tanto que uno ve la viva imagen de personas de la vida real. Si, además, estas series aciertan en la trama y la complejidad de los personajes, se convierten en adictivas y uno puede llegar a pensar que convive con sus personajes. 

Cuando hablamos de trabajo, existen ciertos patrones en los modelos de liderazgo o de compañeros empáticos y flexibles, en los modelos duros y egoistas, en perfiles tóxicos que solo buscan el poder y en actitudes de despersonalizar a los trabajadores hasta convertirlos en meros números que uno puede identificar en muchas series que nos apuntan formas diferentes de gestionar equipos, en positivo y, más habitualmente, en negativo. 

The Office 

Seguramente, la serie más emblemática sobre los ambientes laborales es The Office, más conocida en su versión norteamericana (de la que hablamos) que en su precedente británico. "Parece The Office" es la frase que todo empleado usa para describir un ambiente laboral lleno de situaciones absurdas y cómicos, compadreo excesivo de los jefes, trepas que parecen querer heredar la empresa, sobreactuaciones, machismo y decenas de intentos fallidos de humor ridículo. 

Michael Scott, jefe de The Office, encarna todo lo peor de los malos jefes: egoísta, machista, abusador de poder sobre todo a través del humor pesado, es capaz de despedir a una empleada y decirle que era broma cuando se echa a llorar. O hablar en público sobre su aspecto físico de manera constante.

Lo hace con Pam Besley, la recepcionista, que encarna justo lo contrario, una buena profesional, serie y competente, además creativa y con inquietudes, que no es capaz de medrar (aunque tampoco tiene interés por la vida de oficina) por no entrar en los tóxicos códigos de promoción interna del jefe: básicamente, ser pelota y chivato. Dwight Shcrute encarna al trepa obsesionado con el trabajo, algo parecido a Ryan Howard, el otro trepa por excelencia. El majo divertido que es buen compañero y el trabajador quemado que, cerca de su jubilación, no quiere dolores de cabeza son otros arquetipos que uno puede identificar en esta serie tronchante que tiene vesión británica y norteamericana. 

Ted Lasso 

En un mercado de la ficción donde predominan distopías apocalípticas cercanas al fin del mundo, el cambio climático u otras pandemias amenazando nuestra existencia, Ted Lasso muestra como una para alcanzar la utopía puede no ser necesario crear un mundo de fantasía, basta con un jefe empático que escucha, delega y hace que su equipo se lo pase bien

La serie es sobre todo una ficción sobre liderazgo, en la que, para empezar, el líder ni siquiera tiene conocimientos sobre su nuevo trabajo. Lasso es un entrenador de fútbol americano que aterriza en un humilde equipo de Reino Unido sin ni tan siquiera conocer las reglas del fútbol, ya que la máxima accionista de club, que lo ha recibido de su exmarido, pretende hundir al equipo. 

Su personalidad afable y empática cambia el relato de las cosas, conquista a la jefa y la convierte en una persona mejor con su ejemplo. En cuanto al grupo, pese a las dificultades, promociona al utillero, Nathan Shelley al ver que es quien verdaderamente entiende sobre el juego y, más adelante, contrata a un futbolista retirado completando un equipo técnico que, con su mano derecha y mejor amigo, Beard, consiguen ir mejorando el desempeño de sus futbolistas. 

Shelley es, en términos de ambientes laborales, el personaje más interesante de la serie. Es el que más conocimientos técnicos tiene y, acostumbrado a ser silenciado, aprovecha la oportunidad que le da Lasso para sumar al equipo sus conocimientos tácticos. Pero enseguida es él quien trata mal a los utilleros y tira de clasismo y quien nunca tiene suficiente, se convierte en un trepa ambicioso que acaba algo amargado e infeliz al no poner en valor la calidad humana, como sí que hacía Lasso, con quien todos quieren jugar por el buen ambiente que propaga. 

Mad Men 

Mad Men se ambienta en una de las etapas más expansivas de la publicidad, los años 60, y retrata las dinámicas de la época tanto a nivel de clase social como de género como dentro del trabajo. Don Draper, el protagonista, encarna a un personaje creativo que, desde abajo y echándole morro, consigue ascender y hacerse un hueco en la elite de una de las principales empresas publicitarias de Estados Unidos. Pero Draper es, sobre todo, carisma y belleza, y es la seducción lo que le hace medrar rápidamente en un ambiente donde se mezcla la elite de toda la vida con los trabajadores intentando ascender y, sobre todo, con las mujeres intentando luchar contra una cosificación que les persigue durante toda la serie. 

Entre los jefes de Draper, Roger Sterling encarna un estilo de liderazgo más preocupado por disfrutar de los privilegios que le da un cargo y unos dividendos que no por el trabajo. Su forma de solucionar los conflictos son buenas comidas, invitar a bebida y echar mano de su simpatía y no le importa mucho lo que pase fuera de su día a día. 

Es por ello que, ante estos liderazgos, las mujeres de la serie topan constantemente con techos de cristal que, a duras penas, acaban rompiendo. Joan Holloway empieza como secretaria pero su relación con Roger le acaba aupando a la dirección. Con todo y con eso, se muestra en muchas ocasiones como la directiva más resolutiva y empática, la que es más capaz de sacar las castañas del fuego mientras los hombres se distraen con sus comidas y fiestas de ego. 

Más meritorio es el ascenso de Peggy Olson, que consigue llegar a directora creativa a base de esfuerzo e ideas, de manera mucho más lenta y costosa que Draper, claro, que de todos modos se ve en parte reflejado en ella. Acaba montando un equipo de creativos y los que tiene a su cargo, a la postre, acaban sufriendo lo mismo que ella antes de ascender: sus superiores ignoran el mérito de su trabajo. 

Succession 

Succession muestra, sobre todo, la lluvia de cuchillos que puede llegar a haber en una gran empresa familiar. Allí los liderazgos, directamente, tan solo se preocupan de su propio poder y de ganar dinero, dando la espalda siempre a todo tipo de ética o preocupación moral. Los contenidos audiovisuales de la saga o el bienestar de sus trabajadores son anécdotas sin importancia en un mundo donde solo valen los despachos, los beneficios y ocultar marrones, incluso crímenes. 

En esa tesitura, poco importa que hablemos de Logan Roy, el gran patriarca que se cree que todos sus hijos y que toda la humanidad es tonta menos él, o de sus hijos, Kendall Roy, que va de ético y es capaz de matar por un poco de reconocimiento, Siobhan, que juega a las alianzas que más le convengan siempre en su propio beneficio o Roman, el más vago de todos y aún así cercano al poder simplemente por su apellido, a la vez el más insolente y el más débil de toda la saga. 

Resulta interesante, en un nido de toxicidad permanente, cómo merodean por la familia diversos personajes de segunda línea como Greg, primo lejano y capaz de ir de mosquita muerta para al final utilizar toda información a su favor para ascender. O Tom, que se casa sobre todo por dinero y por poder pero que una vez dentro de la cúspide consigue que ni el divorcio le deje fuera de su cuota de poder.  

Industry 

En la línea de Succession, Industry retrata un ambiente laboral donde la toxicidad y la ambición lo inundan todo, donde prácticamente no hay lugar para la empatía ni la compasión y donde casi todos los personajes que intentan ser buenos compañeros acaban arrollados por la ambición y, por tanto, dando alguna puñalad a sus compañeros. 

En este caso, son todos jóvenes trabajadores que arrancan como becarios en un gran banco en una carrera en la que no todos pueden llegar a la meta de ser contratados. Fiestas, droga y pisos compartidos en la cara city de Londres para ir alternando verdaderos gestos de amistad con traiciones motivadas por el trabajo, pura obsesión de cada uno de ellos, algunos por el mero hecho de subsistir, otros por demostrar a su familia adinerada que son capaces de ganarse la vida y otros por conseguir escapar de la pobreza, cada uno con una historia detrás que le lleva a esta carrera del mundo de las finanzas donde ganarse a los jefes y a los clientes y tener credibilidad acaba siendo mucho más importante que tener conocimientos técnicos.  

Antidisturbios y otras series

Antidisturbios, miniserie dirigida por Rodrigo Sorogoyen y una de las mejores series españolas que existen, va mucho más allá de mostrar cómo funciona un operativo antidisturbios. Sus personajes, algunos con más ética y otros con menos, demuestran cómo esconder lo que pasa dentro de una empresa, en este caso de un cuerpo policial, puede llegar a sacar lo peor de cada uno. El corporativismo pasa por encima de los valores y de la ética y, si no, puedes quedarte fuera, aunque según quien se pase de la raya puede acabar pagando por los errores de todo el grupo.

Por otro lado, la investigadora de asuntos internos que intenta investigar los abusos y la corrupción dentro del cuerpo se obsesiona tanto con el trabajo que acaba totalmente absorbida y su buen objetivo pasa muchas veces por encima de las personas que más quiere. 

Otras series como Paquita Salas, que relata el día a día de una agencia de representantes, The Boys, en que un grupo de superhéroes sin ética se adaptan a las jerarquías de una gran empresa, o los Soprano, en que el máximo líder Tony tiene que ir lidiando con toda una estructura interna de jefes intermedios y alternar la lealtad a los suyos con la mano dura, son otras series en las que uno puede ver reflejadas las dinámicas de poder que se juegan dentro de un trabajo. Dopesick, que refleja lo más crudo de una farmacéutica que vende opiáceos que destrozan vidas impulsada por un líder obsesionado por los beneficios y unos fiscales honestos e incorruptibles, es una interesante crítica a una multinacional.