Los jubilados deben hacer frente al reto de proteger su poder adquisitivo en un contexto de inflación. Las pensiones se revalorizan cada año (un 2,7% en 2026), aunque no necesariamente en la misma proporción que lo hacen los precios de algunos gastos (alimentación, luz, calefacción, alquileres…).

La inflación suele afectar más a los jubilados por su cesta de consumo (energía y alimentación) y porque pueden afrontar más gastos sanitarios (dentista, óptica, asociados a la dependencia…) aunque se beneficien del sistema de sanidad pública. Y hay un elemento que marca el gasto y la capacidad de ahorro en la vejez: disponer de vivienda propia o pagar alquiler.

La estabilidad en la jubilación viene de planificar. Aunque haya diferencias, tanto si se posee vivienda propia como si se vive de alquiler, los asesores suelen dar estos consejos:

Ajustar el presupuesto a la inflación real. Para ello, es aconsejable revisar los gastos como mínimo una vez al año, no solo cuando suben los precios, e identificar qué partidas suben más que la pensión (energía, alimentación, seguros…). Esto permite priorizar gastos esenciales y reducir los “automáticos” (suscripciones, servicios infrautilizados…).

No confiar solo en la revalorización de la pensión. Aunque la pensión se actualiza cada año, la inflación personal –de los productos o servicios que uno consuma– puede ser más alta que el IPC oficial. Por ejemplo, los gastos médicos o de dependencia suelen crecer más rápidamente. Por ello, los asesores suelen aconsejar complementar la pensión con ahorro bien gestionado.

Mantener ahorros con liquidez y bajo riesgo. Se pueden tener ahorros para posibles gastos en cuentas remuneradas o depósitos a corto plazo, pero siempre es aconsejable comparar las ofertas de las entidades financieras. Evitar productos complejos o con un riesgo elevado si el horizonte es corto. Y tener un colchón de 6 a 12 meses de gastos para imprevistos.

Proteger parte del ahorro frente a la inflación. Para el dinero que no se necesite a corto plazo, existen fondos conservadores o mixtos muy prudentes. Hay activos que históricamente resisten mejor la inflación. Y hay que evitar concentrar todo el ahorro en un solo producto. El objetivo no es ganar mucho, sino no perder poder adquisitivo.

Planificar las retiradas de ahorro. Extraer el dinero de manera ordenada y fiscalmente eficiente. Evitar sacar grandes cantidades en un solo año si esto eleva el pago de impuestos. Y ajustar las retiradas al ritmo real del gasto, no al temor de la inflación.

Revisar gastos fijos y beneficios para personas mayores. Hay que comprobar las posibles bonificaciones para personas mayores, que varían según la comunidad y el municipio donde residan: transporte, energía, cultura, impuestos locales… Y renegociar seguros, tarifas eléctricas o de telefonía. También hay que valorar si la vivienda es eficiente energéticamente para reducir gastos.

Cuidado con las “soluciones milagro”. Desconfiar de promesas de rentabilidad alta y segura. Evitar decisiones por posibles presiones comerciales o miedo a la inflación. Y un consejo: si no se entiende un producto, es mejor no contratarlo.

Actualizar el plan con la edad. A medida que pasan los años, se recomienda más liquidez y simplicidad. No contraer riesgos ni contratar productos que no se tengan claros.

Con vivienda propia

Con vivienda en propiedad, no hay que pagar alquiler, se consigue más estabilidad financiera y, si es necesario, existe la posibilidad de monetizarla. Pero también hay gastos: de comunidad, IBI, mantenimiento… Las viviendas antiguas suelen ser poco eficientes energéticamente. Recomendaciones:

Presupuesto. Controlar especialmente determinados gastos (comunidad, derramas, energía…) y crear un fondo específico para posibles actualizaciones o reparaciones de la vivienda.

Ahorro. Disponer de un colchón de 6 a 12 meses de gastos en cuenta remunerada o depósito. El resto del ahorro se puede invertir en productos conservadores o muy diversificados. Hay que evitar inmovilizar demasiado dinero “por si acaso”.

Optimizar gastos. Tener presentes las bonificaciones locales (sobre todo en el IBI) y el bono social eléctrico o térmico si se cumplen los requisitos. Revisar seguros de hogar y servicios cada uno o dos años.

Plan B. Solo como opción, se puede plantear la venta por otra vivienda más pequeña o situada en una localidad más barata. También se podría alquilar una parte y hay otras posibilidades como 'último recurso'.

Con vivienda de alquiler

Si se vive de alquiler, uno tiene más flexibilidad, posibilidad de irse a vivir a otro lugar, y no se afrontan gastos de mantenimiento estructural. Pero se está expuesto más a la inflación y a las subidas del alquiler. La clave es mantener la flexibilidad y proteger el ahorro del encarecimiento del alquiler. Recomendaciones:

Presupuesto. El alquiler es el gasto crítico, que no debería superar el 30% o el 35% de los ingresos totales. Reservar un margen para futuras subidas.

Ahorro y liquidez. Disponer de un colchón de 9 o 12 meses y, preferiblemente, aún más. Y liquidez inmediata para cambios de vivienda o fianzas.

Protección ante la inflación. Esto es más importante que cuando la vivienda es en propiedad. El ahorro no puede quedarse parado muchos años. Diversificar con prudencia para que el dinero no pierda valor real.

Estrategias para el alquiler. Intentar conseguir contratos estables y bien negociados. Valorar zonas con alquileres más moderados aunque esto implique traslados. Tener en cuenta las posibles ayudas para mayores de 65 años que ofrecen las comunidades, que pueden incluir el alquiler.