Su nombre, hoy conocido por cualquier usuario, en realidad, está formado por siglas; las de Organic Light-Emitting Diode o, en nuestro idioma, diodos emisores de luz orgánica y su diseño permite que cada uno de los píxeles de las pantallas de este tipo (OLED) se iluminen de manera individual. Con ello, se logran colores más fieles a la realidad y negros mucho más profundos que, aunque no llegan a la perfección del Vantablack, sí que mejoran el negro que vemos en las televisiones convencionales. Son, además, televisiones muy eficientes en cuanto a uso de energía, pero tienen un punto débil: duran poco. Quizá, incluso, demasiado poco. Según un reciente estudio, menos de cinco años.
¿Qué se puede hacer?
Muy poco. Tan poco, en concreto, que lo máximo que puede permitirse una persona que haya comprado una televisión OLED es utilizarlo con precaución para, así, intentar retrasar una obsolescencia con la que no se contaba cuando se lanzó esta tecnología. Tras cinco años de uso intenso, la pérdida de brillo o la aparición de manchas en estas televisiones es la norma si el uso ha sido intensivo.
Estudio
RTINGs, un portal canadiense que evalúa dispositivos electrónicos, acometió una prueba hace diez meses. Con ella, pretendía medir la vida útil de las pantallas OLED. Comprobaron que, tras mantener un dispositivo con pantalla OLED encendido durante veinte horas diarias con el mismo contenido multimedia en la pantalla, no pasaban de los diez meses de vida. A partir de ese momento, mostraban manchas que eran en realidad evidencias de que el panel se había quemado. Utilizar durante diez meses un televisor de esa manera equivale a ver la televisión cuatro horas al día durante cuatro años.