Apple y China conviven en una incómodo amancebamiento desde hace dos décadas: no se gustan, pero a los dos les va bien porque, mientras el fabricante americano se beneficia de los competitivos costes de fabricación que sólo China puede ofrecer y, de rebote, entraba en un mercado interesante; China lograba al tiempo desarrollar en su territorio un sistema productivo que da empleo a miles de personas. Sin embargo, todo puede cambiar en breve: a Apple ya no le resulta tan beneficioso fabricar en China porque ha puestos sus ojos en otros países (también asiáticos, no imaginemos cosas que, además de a Donald Trump, nos harían felices a muchos) que pueden ofrecerle mejores condiciones. ¿Qué va a pasar? Intentaremos explicároslo.

Apple
 

China es cada vez más cara y más difícil

China, aunque sigue siendo más barata que Europa y América para fabricar casi todo, ha empezado a ser un poco más cara: el salario mínimo de 51,5 euros mensuales de 2005 ronda ahora los 300 euros. China, además, concentra el 19% de las ventas anuales de Apple, compañía que emplea en el gigante asiático a cerca de medio millón de personas. Todo ello, hace que las autoridades chinas sean conscientes de la importancia que tiene su país para Apple y, por eso, han empezado a exigir concesiones. Y todo sucede, además, en un contexto postpandemia en el que todos sabemos, Apple también sabe que China, si quiere, puede alterar las cadenas globales de suministro. Si a la ecuación le sumamos lo malas que son las relaciones geopolíticas entre China y Estados Unidos, la situación se complica aún más.

¿Y qué quiere hacer Apple?

Irse completamente de China no es una opción, pero buscar alternativas es el objetivo. Países como Vietnam o India tienen capacidad técnica y mano de obra suficiente que, además, cobra menos dinero. Y sus gobiernos, teóricamente, son más pro-occidentales. El problema de Apple es que el proceso que pretende activar no va a ser ni rápido ni sencillo. Dejar de producir en Europa y en Estados Unidos resultó fácil, pero en China no van a cometer los mismos errores que nos han condenado a convertirnos en lo que Europa va camino de ser: un inmenso parque temático que, en realidad, es un geriátrico.