Los drogadictos se acercan en cuentagotas al número 24 de la calle de Joaquín Costa. La presencia policial no ha frenado la actividad de este narcopiso situado justo en medio del barrio del Raval y regentado por un grupo de pakistaníes. Los dos policías que llevan varias horas patrullando por la puerta no han podido impedir el funcionamiento normal del punto de venta y los camellos no dudan en utilizar la intimidación a plena luz del día para evitar de que la fotografía que ilustra estas palabras salga publicada.

Sólo ha pasado una semana desde el gran operativo policial contra los narcopisos de la red dominicana en Ciutat Vella. Con este grupo criminal fuera de juego, las pequeñas organizaciones que ya funcionan en la zona tienen la oportunidad de absorber la cuota de mercado vacante. Según explicó este lunes el intendente Antoni Rodríguez, jefe de la División de Investigación Criminal de los Mossos, se calcula que todavía habría cerca de una veintena de narcopisos activos.

Pakistaníes

El narcopiso de Joaquín Costa empezó a funcionar hará cerca de un año. A diferencia de la mayoría de puntos de venta y consumo de drogas regentados por pakistaníes, el perfil de clientes es mucho más variado y no se limita a suministrar sustancias estupefacientes a ciudadanos de la misma nacionalidad. El mismo grupo de narcotraficantes también coordina otro local en el número 20 de la misma calle, sólo dos porterías más allá.

Una de las encargadas de la cafetería contigua al narcopiso asegura que el "movimiento escaleras arriba y abajo de drogadictos" no ha cesado, a pesar de la puesta en marcha del dispositivo Ubiq de los Mossos d'Esquadra, que incrementa la presencia policial para garantizar la seguridad en el distrito.

Por el número de puntos de venta y volumen de droga en circulación, los narcos pakistaníes eran el potencial gran competidor de la mafia dominicana en la lucha por el control del narcotráfico en la zona. Según fuentes policiales, la relación entre los dos no era especialmente problemática debido a un pacto de no agresión por intereses comerciales mutuos: el grupo pakistaní suministraba sustancias estupefacientes en caso de un exceso de demanda y la organización dominicana permitía a los narcotraficantes continuar con su actividad, orientada principalmente a clientes de la misma nacionalidad.

Karaoke

Los vecinos del número 8 de la calle de Cardona en el barrio del Raval son el ejemplo que la convivencia entre narcotraficantes e inquilinos es posible. En la segunda planta del inmueble se instalaron hará unos meses un grupo de filipinos que convirtieron el piso en un punto de venta y consumo de sustancias estupefacientes. Los clientes de este narcopiso son casi en su totalidad de la misma nacionalidad o conocidos de los vendedores y el tráfico de drogas se realiza de manera bastante discreta. "Siempre saludan y procuran no molestar", asegura a una de las vecinas, que prefiere esconder su identidad.

La única queja del vecindario es por el volumen de la música. "Cuando se reúnen se ponen a hacer karaoke. La primera vez es divertido pero en alguna ocasión hemos tenido que llamar a la policía", explica la misma vecina, quién añade que todavía hay otros puntos de venta de droga activos regentados por filipinos.

Familias

La plataforma Acció Reina Amàlia es una de las entidades que más se ha implicado en la lucha contra los narcopisos y la especulación inmobiliaria en el Raval. Esta organización nace de la agrupación de vecinos de la calle que pone nombre a la plataforma, una de las arterias del barrio y el emplazamiento en los últimos meses de algunos puntos de venta y consumo.

En el número 12, todavía resisten un par de narcotraficantes con unas características peculiares. En uno de los apartamentos de este gran inmueble, una familia gitana con hijos menores de edad se dedica a la venta de droga a pequeña escala. "La policía ha venido varios veces y nunca los ha encontrado en el piso", explica uno de los vecinos -que también prefiere mantenerse en el anonimato por miedo a represalias- mientras se enciende un cigarrillo en la portería del edificio.

Justo delante del inmueble, en el número 13, vivía hasta hace poco una mujer que también se dedicaba al tráfico de drogas. "Esta era más fácil de detectar porque los clientes la llamaban desde la calle", señala al vecino.