Un equipo de científicos ha descubierto un comportamiento nunca observado antes en orugas infectadas por un hongo: en vez de dejar de comer, como pasa habitualmente con muchos animales enfermos, estas orugas comen más, engordan más... y acaban siendo mejores hosts para el parásito. El protagonista de esta manipulación parasitaria es Cordyceps militaris, un hongo ya conocido para crecer sobre insectos y para producir espectaculares cuerpos fructíferos que emergen de los cadáveres. Pero este nuevo estudio revela un mecanismo insólito: el hongo hace que las orugas del gusano de seda (Bombyx muera) tengan más hambre, coman más hojas de morera y, en consecuencia, ganen más peso antes de formar la crisálida. Este aumento de demasiado corporal parece favorecer el hongo, que obtiene más nutrientes y produce más esporas cuando finalmente mata al huésped.
Una molécula que dispara el hambre
El estudio, publicado al último número de la revista Current Biology, lo firman investigadores de la Southwest University en Chongqing, China, y del Instituto Max Planck de Biología Química en Jena, Alemania. El mecanismo clave detrás de este comportamiento es una molécula denominada HemaP, un neuropéptido orexigènic —es decir, que estimula el hambre. Los investigadores han visto que la infección por C. militaris incrementa la expresión de esta molécula tanto en el gusano de seda como en otras especies|especias como la cera (Galleria mellonella). Y cuando los científicos modificaron genéticamente el hongo para sobreexpresar HemaP, las orugas comían todavía más y se hacían mayores que con la cepa salvaje.
Una infección que no mata enseguida
Uno de los aspectos más sorprendentes es que, a diferencia de otros hongos como Beauveria bassiana o Metarhizium robertsii, que matan los insectos en pocos días, Cordyceps militaris mantiene vivo al huésped hasta después de la pupació. Eso permite que el hongo aproveche al máximo los recursos del huésped antes de producir los cuerpos fructíferos.
Además, el equipo ha identificado un gen clave del hongo, denominado CmTreH1, que podría haber sido adquirido por transferencia horizontal desde otras especies y que ayuda a reducir los niveles de trehalosa (un azúcar clave en la sangre de los insectos). Esta reducción simula un estado de ayuno, que a su vez activa HemaP y dispara el hambre.
El hongo que reescribe las reglas
Hasta ahora, se asociaba la enfermedad con la pérdida de hambre en muchos animales —desde insectos hasta mamíferos—, pero este estudio demuestra que algunos parásitos pueden hacer justo el contrario para beneficiarse. Tal como concluyen los autores, este es un caso hasta ahora no reconocido de manipulación parasitaria del comportamiento alimentario.
Un hallazgo que, más allá de la curiosidad científica, abre preguntas fascinantes sobre cómo los parásitos pueden reprogramar la fisiología y el comportamiento de sus huéspedes a través de moléculas similares a las hormonas propias de los animales.
Este descubrimiento no solo sacude lo que sabíamos sobre cómo se comportan los animales enfermos, sino que abre la puerta a preguntas insólitas: ¿podría un parásito "hackear" el cerebro de un insecto para hacerlo comer como si tuviera hambre infinita? Y más todavía, ¿podría aprovechar los mecanismos hormonales del huésped para convertirlo en un banquete viviente? El estudio sugiere que sí. El hallazgo de un gen de origen externo, probablemente adquirido por transferencia horizontal, hace pensar que los hongos como Cordyceps no solo son buenos colonizadores, sino también maestros de la ingeniería biológica. La idea de que un organismo pueda manipular las hormonas de otro para hacerlo engordar antes de matarlo suena a ciencia ficción... pero ya está pasando, en los bosques, y dentro de las orugas.