Solo faltaba el pequeño terremoto (2.9) que ha sacudido la provincia de Roma, con los bomberos alerta y los turistas despistados (muchos más que en otros meses) para indicar que sería un día en que los cardenales seguirían el mandato de "hagan lío". Han sido obedientes. El Papa Francisco no solo se ha infiltrado en el nombre (Robert Francis, se llama el candidato escogido), sino que el nuevo papa es un Francisco 2 en toda regla de continuidad: tenían muy buena relación, el Papa lo había captado enseguida, y lo había elevado a cardenal obispo. Atención que de 133 cardenales, aparte del candidato Parolin, solo había cuatro cardenales de este grado más. Ya era una señal. Y ahora todo son señales, porque quien quería un papa africano lo tiene (el nuevo Papa León XIV es agustino, y san Agustín era africano). Quién quería un español, también (se llama Martínez, de segundo apellido, por raíces españoles maternas). El primer papa norteamericano se ha presentado en el mundo temblando (desde la plaza se percibía con emoción, pero seguramente desde las pantallas se veía mejor). Pero este aparente flan será un león determinado cuando haya que decir las cosas.
Roma ya es un festival cada primavera, como para coincidir con el Jubileo, la muerte de un papa y la elección, en tiempos esperados, del flamante nuevo sucesor de san Pedro, el número 267. Acabo de pasar por delante del Agustinianum, el Instituto Patrístic donde él tiene no solo relación, sino del que ha sido responsable. Es un edificio cercano -prácticamente enganchado- al Vaticano. Los frailes estaban exultantes. No he visto demasiadas banderas norteamericanas en la plaza (mis ojos tampoco lo abarcan todo), pero es evidente que este papa nuevo es el menos estadounidense de todos los candidatos que teníamos. Tan poco, que ni ha hablado en inglés cuando se ha enderezado al pueblo, hecho que debe haber disgustado al presidente de su país. O más todavía, al vicepresidente, que a pesar de su catolicismo, no tenía buena relación con el entonces cardenal Prevost.
A pesar del cariz espiritual del asunto, mi hipótesis de cónclave que fuera corta porque los cardenales necesitaban el móvil es plausible. No para que sean unos aficionados a las redes sociales (más de una veintena son en X, por ejemplo, como el nuevo Papa), sino por la lógica y simple conectividad con su gente. Un mensaje de WhatsApp, un e-mail. Conectados con el mundo, con este mundo que tanto se ha llamado y repetido, que necesitan entender e interpretar mejor, porque si no se desintegra esta Iglesia que es universal y que necesita más cohesión interna. No ha llovido, en esta ocasión, y el día ha acompañado. Se nota en el ambiente que es un tiempo pascual, de alegría, de desenvuelta emoción. Roma es conclávica, si es que la expresión existiera. Ahora Roma es agustina, demostrando lo que ya parece una tradición desde Francisco, y es que las órdenes religiosas tienen su importancia.
Desde mañana, se desmantela el operativo del cierre cardenalicio y la Sixtina volverá a ser un Museo Vaticano hasta que haya que escoger a un nuevo papa. En el pasado hubo cónclaves en Aviñón y en ciudades italianas como Viterbo, Perugia y también Venecia. En una ocasión también se hizo a Roma, pero no en el Vaticano sino en el Quirinale. Pero hace muchos años que es esta azul y marronácea capilla la que acoge este acontecimiento. Pero nunca había visto a un papa norteamericano, aunque Prevost ha estado mucho tiempo en el Perú y ahora es curial.
Hoy se han acabado las reuniones sixtinas y, por lo tanto, ya no ha pasado aquella dicha que se utiliza en ambientes eclesiásticos cuando hay sobreabundancia de reuniones en el ámbito pastoral: "Si vuelve Nuestro Señor, unidos no nos encontrará. Ahora bien, reunidos, eso sí".
Podemos deducir que no ha sido un cónclave tensionado como el de 1605, en los que escogieron León XI y no solo en los que se dijeron el nombre del cerdo, sino que también hubo empuje y rivalidades políticas muy fuertes. Prevost debe haber salido para ser un papa de consenso, y es lo que se espera de él y de su nombre: el Papa León XIII escribió la encíclica Rerum Novarum, hacer nuevas todas las cosas, y él también tiene pinta. Vienen aires nuevos.
El Papa tiene 69 años. No es el más joven de los escogidos papas, como Juan XII, que tenía solo 18 años, pero tampoco llega a Celestino V, que tenía 84. La edad ha sido más importante que la nacionalidad, que, de hecho, ya empieza a ser anecdótica, en un mundo de identidades híbridas.
Ha escogido León, pero podía haberse dicho Juan (ya ha habido más de 23), o Benedicto (16 veces). Lando por ejemplo, es un nombre de Papa que solo se ha utilizado una vez. En eso no ha querido innovar, como Francisco, sino ligarse a la tradición, y también con la manera de vestir, recuperando los atavíos más tradicionales. Y dejando claro que es el papa de Roma, y que aquí hay un reino, lo que se tiene que imponer, que es el Reino de Dios, un concepto que pega a este Papa.
La Agencia italiana Sir ha hecho saber una curiosidad: en el cónclave de 1846, los romanos regalaron helados a los cardenales porque hacía calor. No especifica pero cómo se los hicieron llegar. Roma ama a sus papas y tiene cuidado, es evidente. No sé si le harán llegar helados ya a Prevost, pero no los ha dejado helados, sino esperanzados.