Otra ola de entusiasmo, otro tsunami de esperanza y renovados aires de paz vive Colombia al ver como el presidente, Juan Manuel Santos, y el líder del grupo guerrillero de las FARC, Rodrigo Londoño, alias Timochenko, firmaron este jueves un nuevo acuerdo de paz, cuyo fin principal es acabar con la guerra que ha sumado 280.000 muertos, más de 60.000 desaparecidos y casi 6 millones de víctimas. El nuevo acuerdo, que tampoco es aceptado por el líder de la oposición, el ex presidente Álvaro Uribe, no pasará por las urnas como el anterior sino que tiene que ser refrendado por el Senado y el Congreso entre los próximos martes y miércoles. Es la hora de los políticos.

Nada es fácil en Colombia, pese a que todo va lleno de bendiciones, esperanza y mucha ilusión. Pero como dicen por las tierras de García Márquez “el diablo tiene muchos disfraces”. Las fuerzas políticas, tanto en el Senado como en el Congreso, en su mayoría son favorables a aceptar el nuevo acuerdo. Uribe se encuentra en minoría y quizás por eso se ha declarado más partidario de un nuevo referéndum. Parece que esta vez sí se aprobará la paz.

Pero Santos, que por todo el proceso de reconciliación entre los colombianos ha sido galardonado con el Premio Nobel de la Paz, es consciente que dilatar más el desarrollo de este asunto puede resultar peligroso, porque el cese al fuego pende de un hilo. Por ello no someterá el nuevo acuerdo a otro plebiscito.

Nadie podía imaginar que el plebiscito del pasado 2 de octubre, en el que el Gobierno sometió a votación el primer acuerdo por la paz firmado en Cartagena, iba a tener un resultado en el que el “no” a la paz se impusiera al “sí”, aunque fuera por un margen de sólo 60.396 votos, en una votación que contó con una baja participación. Nadie había pensado que el discurso de Uribe se impondría al de Santos y sus aliados. Pero pasó. Y algo que parece tan obvio como votar la paz acabó teniendo un resultado inesperado.

Pese a la derrota, Santos mantuvo la esperanza y convocó inmediatamente a todas las fuerzas políticas y sociales del país a reunirse en La Habana e intentar negociar un nuevo acuerdo en el que debería discutir e incluir las propuestas de los partidarios del “no”. Y ese nuevo acuerdo es el que se firmó el jueves en el Teatro Colón de Bogotá, sin la pomposidad del anterior firmado en Cartagena.

Esta vez ni Santos ni Timochenko lucían las típicas guayaberas blancas de la zona caribeña. Ni tampoco hubo globos ni pañuelos blancos. En esta ocasión todo fue más sobrio. Como se espera que sea el debate político tanto en el Senado como en el Congreso donde están invitados a participar los negociadores y, cómo no, la Iglesia.

Lo que pide Timochenko

Senadores y congresistas, que son los representantes del pueblo colombiano, serán los que dirán la última palabra. Sobre el papel, el nuevo acuerdo, en el que se han hecho 190 ajustes, saldrá adelante y en menos de 150 días las FARC dejarán de ser un grupo guerrillero, entregarán sus armas y podrán hacer política: “Que la palabra sea la única arma de los colombianos”, dijo Timochenko en su discurso, al mismo tiempo que invitaba a la creación de un gobierno de transición que garantice el cumplimiento de los acuerdos y que esté conformado por todas las fuerzas políticas.

En esta declaración, el líder de las FARC no hace más que reflejar su temor a que las fuerzas paramilitares sigan asesinando a líderes destacados favorables a firmar la paz. No obstante, si hay algo con lo que el Gobierno de Santos está obligado a cumplir es con garantizar la seguridad de los integrantes de las FARC.

Santos ha reconocido que el acuerdo no es perfecto, pero que por lo menos es mejor que el anterior. El presidente de Colombia insistió: “Todos sabemos, en el fondo del alma, que el conflicto armado tiene un costo demasiado alto. Es demasiado doloroso con lo son todas las guerras. Los muertos, los desaparecidos, los heridos, las víctimas y sus familias han sufrido”.

El presidente se mostró nuevamente optimista: “Sabemos que la paz nos devolverá la esperanza, la fe en el futuro y la posibilidad de tener un mejor vivir para nosotros y nuestros hijos”.

La crítica más dura

Los críticos al acuerdo reaccionaron inmediatamente. Uribe pidió un nuevo plebiscito, otros acusaron a Santos de haber elegido el escenario apropiado para firma un acuerdo ilegítimo: “Un teatro”.

Pero los partidarios del acuerdo pidieron a Uribe y su partido, Centro Democrático, que llegó el momento de pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.

Santos, no obstante, no podrá evitar que en la historia aparezca como el presidente que ignoró el resultado de un plebiscito, aunque él siempre podrá decir que todo lo hizo por la paz de los colombianos.