El apagón general se vive con cierta calma en los pasillos del Hospital Clínic de Barcelona, más allá del olor de combustible que los recorre. La existencia de generadores eléctricos permite mantener las urgencias y quirófanos. Pero las consultas externas sí que se han visto afectadas, tal como relataban a ELNACIONAL.CAT un médico de rehabilitación y otro del servicio de cardiología del departamento de oncología. Unas horas después, el Gobierno pediría a los ciudadanos que no visitan a los médicos.

"Las tendremos que reprogramar para mañana o para cuando vuelva la luz", dice este médico, como la mayoría de los preguntados, sin información alguna ni del origen del apagón ni de cuánto de tiempo tardaría en volver la electricidad. En un hospital con listas de espera que superan los 100 días, unas horas o unos días sin consultas todavía pueden complicar la situación. Lo mismo ha sucedido en otros hospitales de Catalunya como Sant Joan de Déu.

Una pizca más complicada era la situación en el Centro de Atención Primaria, donde como no hay generadores no se podían hacer consultas de urgencias con normalidad. "Estamos aquí para poder dar respuesta a la población, pero no podemos hacer el trabajo del día a día", explica Marta Sorribes, directora del equipo del CAP Numància. "No tenemos el sistema informático con el historial médico, por|para lo cual no podemos hacer las consultas con la información necesaria, ni podemos pedir las recetas, que de todas formas las farmacias tampoco podrían dispensar", añadía.

Aunque las neveras pueden aguantar durante unas horas la conservación de los medicamentos con la puerta cerrada, otras fuentes de centros de atención reconocían que algunos medicamentos y neveras que acababan de llegar y que hacía meses que esperaban se podían estropear.

De nuevo al Clínico, la falta de luz y de certezas mantenía a los profesionales a los puestos de trabajo sin saber exactamente qué hacer, y a los estudiantes de la universidad en el bar porque las clases se habían suspendido. Las especulaciones corrían con cierta libertad mezclada con la prudencia del desconocimiento. Un puesto con enfermeras reivindicando mejoras en sus condiciones mantenía la recogida de firmas y reparto de flyers.

Si la pandemia nos encerró en casa durante unos meses, las primeras horas del apagón han llenado las calles y las esquinas de gente paseando y charlando. Las terrazas de los bares también se llenaban, aunque no a todas les funcionaba el cobro con tarjeta.

La mayoría de los cajeros tampoco dispensaban dinero y, con los semáforos apagados, la seguridad vial dependía del buen comportamiento de conductores y peatones.

"Si eso dura unos días, mañana no iré a chambear", comentaba un trabajador de origen latinoamericano con un compañero conversando por la calle. "Yo creo que eso han sido los hackers. Y si es así, podemos estar días", respondía su compañero, mientras un quiosquero aseguraba con una sonrisa que hoy era un día de "echar siestas y no trabajar". En un edificio próximo al Clínico, el portero celebraba haber rescatado a una trabajadora que se había quedado atrapada en un ascensor durante una hora. "Con una llave mecánica, hemos podido hacer bajar la máquina hasta un piso y abrir el ascensor", relataba.

Supermercados cerrados, equipos de laboratorios, de mecánicos o de informáticos charlando en la calle con el fin de no estar dentro del trabajo a oscuras y una mezcla de miedo y diversión imperaban en un ambiente donde todo el mundo, desde los sin techo hasta los ingenieros más expertos en electricidad se hacen la misma pregunta: ¿Cuándo volverá la luz?